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Boletin 12. Junio 23, 2020

Un Padre en el Día del Padre

por Rodrigo Briones

Mi viejo era un “tipo” que buscaba.
Él “más o menos tenía clara la cosa”, que es como mi padre podría habérmelo contado en charlas que mantuvimos después de su viudez. Porque si bien decía que no le gustaba Buenos Aires, pero que era necesario vivir allí, porque es donde se “cocinan todos los estofados”, él había adoptado todos los modismos y los giros idiomáticos de los nativos de la ciudad más grande de Argentina y sede del Gobierno Federal. A él no le gustaría esta referencia, pero creo que él, así como Borges hablando de esa ciudad puerto, podría haber dicho: “… No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto.”

Aquella vez que hablamos me dijo que más que construir un determinado destino él fue haciendo su camino, pero que era consciente que se había pasado la vida buscando. Este tipo de conversaciones, que fueron muchas, las aprendimos a hilvanar cuando quedamos sin la interprete, lugar que habíamos asignado a la que fue su compañera de vida y mi madre. En la mañana previa al entierro, le dije que era tiempo que empezáramos a ensayar un dialogo, porque nos habíamos quedado sin mensajera.

En la tarea de construir su vida estaba cuando, entonces, conoció todas las provincias argentinas. A la Argentina la recorrió de norte a sur y de este a oeste. Quizás si hubiera sido Canadá podría haberse ufanado diciendo que él viajó de costa a costa a costa, claro que en autopistas de suave pavimento. En cambio, a él le tocó viajar en automóviles de todo tipo, por caminos que ni siendo Indiana Jones alguien se atrevería a viajar ahora.  Cambió infinidades de veces en mitad del camino unas ruedas llenas con un líquido especial que las hacía pasibles de incontables “pinchaduras”. Se le quebraron parabrisas con las piedras de los caminos de ripio de la Patagonia inmensa y ventosa. Se enterró hasta la mitad con su auto norteamericano de ocho cilindros en un camino de barro en Misiones, cerca de Brasil. Se perdió en medio de los eternos desvíos de una ruta en construcción en una cerrada noche de verano. Allí estuve de testigo, asombrado al verle encontrar el camino mirando las estrellas y guiándose sólo por su titilar intenso en la negrura de la noche; retomamos el rumbo tras deambular por campos sembrados luego de largas horas.

En cada una de las 22 provincias, y donde en esa época era el Territorio Nacional de Tierra del Fuego bien al sur del continente, pegado al Canal Beagle, él dejó su impronta. Algo hizo. Algunas de esas historias las conozco, me las contó o creo que las adiviné como al resto.

No escribió un libro, apenas unos apuntes sobre el arte de la venta, que tipió en alguna de sus máquinas de escribir. Esa tremenda Remington con un carro inmenso para escribir en planillas de incontables columnas sus progresiones de posibilidades. O de las otras, las pequeñas, versátiles y portátiles. Seguramente no fue la Olivetti Lettera, esa tuvo otro destino: se la regaló a su padre y en esa máquina de escribir empecé a amar la escritura.


Cuando los “gorilas” del 55 lo “rajaron” de la facultad de arquitectura porque habían decidido que un peronista no podía construir casas, transmutó en especialista en ventas. Cosas tangibles, no seguros o publicidad. Aunque se forjó en un mundo en que la publicidad empezaba a moldear la vida de todos. Él quizás no alcanzó a darse cuenta, estaba tan inmerso allí, tan entusiasmado con lo que se puede hacer en la vida. Con la facilidad con que se pueden realizar los sueños que siguió intentándolo cada vez. Es que era un peronista absoluto.

Plantó miles de árboles. Mejor dicho, planificó que otros los plantaran, seguramente no se lo recordará por aumentar el nivel de oxígeno en el planeta, pero el tipo devino guardián del medio ambiente en forma progresiva. Se dio cuenta que hay que rotar los cultivos; entonces agregó a los animales para que pasten. Y cuando vio la necesidad de muchas manos para la cosecha de la huerta imaginó que sería bueno que en el espacio de las viviendas hubiera una escuela y un dispensario de salud. Dio muchas vueltas en su búsqueda, volviendo siempre a los mismos árboles. Bajo su sombra imaginó la construcción de un mundo justo, libre y soberano. Claro, era un peronista de librito.

Tuvo siete hijos, ese número le dictaba algo al oído, muchas veces me lo dijo. Había sido aprendiz de un brujo que fumaba cigarrillos egipcios, que el probó y tuvo que dejar por prescripción médica. Lo que no dejó fue el afán de buscar el sentido de la vida, como lo ha venido haciendo el sapiens desde que se empezó a moldear como el hombre.
Y en esa búsqueda, las matemáticas y los números ocupan un lugar de privilegio. Me acompañó a entender esa lógica iniciática y me ayudó a resolver los enigmas de un teorema antes de un examen.

Hay quienes le achacan que haya otros hijos, en alguna de las provincias, nacidos de la casualidad, o no y que tal vez lo ocultó toda su vida. No lo sé, nunca me lo contó. Puede haber sido, claro, vivió en otro mundo, en otra época. Hoy tengo la sensación de que han pasado miles de #metoo y todo se ve distinto. No lo puedo medir con mi vara, ¿quien soy para hacerlo?  Aprendí temprano que no era ese mi ámbito.

Fue arquero de hockey sobre patines en el equipo selección de su provincia de adopción, hasta que un golpe en el oído izquierdo lo sacó de esas canchas y lo metió en las de básquet, no sin antes recalar al fin en las del fútbol. Pero el daño en el oído medio había sido definitivo, a la vejez volvía a perder el equilibrio con facilidad, “… pero sólo cuando me levanto, para lo demás mantengo mi posición con firmeza…” decía a modo de declaración de principios. Cuando dejó las canchas mantuvo su convicción y fue miembro de las asociaciones de fútbol cada vez que pudo, diputando como siempre la equidad como principio rector.

Fue un militante social y político comprometido, se plantó con fiereza cuando hubo que hacerlo. Pudo terminar fusilado en un basural, pero mi madre lo retuvo, fue la única vez: ella percibió el peligro. Dieciocho años después, sin pedir permiso, se sumergió con placer en la militancia otra vez. Y lo hubiera seguido haciendo, pero se “quedó sin piolín” en medio del desastre de la seguidilla de cinco presidentes en una semana, que él siguió con atención por la tele, cómo lo hacía con los partidos de fútbol, mientras agonizaba en la ciudad que odiaba y en la que pasó más de la mitad de su vida.



Durante la noche de la dictadura militar le tocó lidiar con “los horribles”. Tenía que arrancarles de sus garras a su primogénita. Hasta que un domingo de verano un jeep militar se la devolvió. Dijo el “milico” torturador “… es una persona irrecuperable”. No se si hay pesadilla peor.

Fue terminante con las palabras. Marcó rumbos a cada uno de sus hijos, pero también extendió su influencia más allá. Sin duda era un tipo que tenía… ¿liderazgo?, ¿carisma?, lo cierto es que cargaba con un “nosequé de un queseyó”. Algunos no pudieron desprenderse de esos hilos, que fueron anudados en el tiempo y al final se enredaron con ellos y se terminaron colgando del mandato. Una noche al pie de la Cordillera de Los Andes, nos dijo que no supo hacer cosa distinta: “…fue lo que aprendí…”. Lo confesó ante la mayoría de sus hijos con los ojos en lágrimas. Ser padres es la materia más difícil en esta carrera de la vida.

Nada lo define, cada cosa habla de él, y se completa en cada uno de nosotros, sus hijos. Al fin y al cabo, ser padre, de eso se trata, es un vínculo que habla de dos sujetos. Así es que habrá tantos padres en la misma persona como hijos. Y habrá tantos padres como cuantas instancias sociales sean las que interroguen: la familia, los amigos, los medios de comunicación, la religión, el club de fútbol, la provincia, la logia, el país, y siguen las firmas…

Mi padre buscó y fue encontrando ese camino, pocas cosas le dieron satisfacción. Siguió buscando. La sensación de plenitud se dispersa con un nuevo estímulo para los espíritus inquietos. Al final la vida es un tránsito, sabemos poco del inicio y nada del final.

Soy portador del paquete genético que me legó, y no solamente: guardo el calor del último abrazo tanto como el de su mano tomando la mía, caminando y yo tratando de alcanzar su altura.

Referencias:
tipo: hombre argentino.
más o menos tenía clara la cosa: sabia y entendía lo que pasaba a su alrededor.
cocinan todos los estofados: donde ocurren las cosas mas importantes.
Segundo de “Dos Poemas” Jorge Luis Borges 1964
II.
Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto.
gorilas: antiperonistas y por extensión perteneciente a los sectores mas conservadores
rajaron: echaron.
quedó sin piolín o estirar la pata: fallecer, morir.
los horribles: militares golpistas.
milico: militar.
nosequé de un queseyó: no hay palabras para explicarlo.