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Consejo de Desarrollo Hispano.
Boletin 13. Julio 2, 2020

Privilegios en tiempos del Covid

Por Sandra Farias

Ya hemos alcanzado récords históricos de muertes por esta pandemia que ha asolado al planeta. En 6 meses, medio millón de personas. Una incalculable pérdida humana. En estos meses mucho ha ocurrido y pasarán muchas generaciones para olvidar este 2020.

El planeta se sacude de muchas maneras. Los virus son una de ellas. Lo veníamos escuchando hacía bastante, la comunidad científica lo sabía, millones ya se habían manifestado públicamente en las marchas por cambio climático en todos los continentes. Pocos prestaron atención. El mensaje era claro, contundente, innegable. El planeta ya no tolera más a la especie humana.

La naturaleza y su delicado equilibrio con la humanidad ha sido masacrado a diario fundamentalmente por la codicia, las aspiraciones individuales, por el motor de consumir, de quererlo todo y mucho más.

Mientras escribo estos pensamientos estoy haciendo “la fila del Cotsco”. Millones buscamos la comodidad de abrir nuestras heladeras para llenarlas de alimentos que nos dan la comodidad cotidiana, sin importarnos o cuestionarnos mucho como se hace para producir estos alimentos. No nos sentimos mal que los recursos en otras partes sean malgastados, con tal de que no nos falte de nada. Nos sentimos en lo correcto porque luchamos por ello. Algunos hasta cruzamos océanos y barreras culturales y económicas de todo tipo para llegar hasta este nivel, para que en nuestras casas no faltaran las velitas de Ikea en las toilettes. Pertenezco a esa cultura.

Las colas al sol o al frio eran una realidad del tercer mundo cuando era una niña. Las recuerdo, porque aprovechaba de jugar con mis muñecas en un cochecito mientras mi abuela de pie por horas esperaba poder comprar. Las góndolas estaban repletas, pero los comerciantes de mi ciudad no querían ceder sus ganancias a un gobierno que le daba a los pobres, así que las racionaban para socavar la fortaleza de los trabajadores. Eran los preparativos de la llegada de dictaduras al cono sur del continente.

Ahora, por razones no tan diferentes, a la gran mayoría no le queda otra que esperar su turno para entrar a comprar. El virus nos ha hecho más iguales, pero los privilegios continúan. Aquí las colas son ordenadas, cada uno toma su distancia, como en la escuela. Odiaba ese momento porque mi baja estatura me obligaba a irme al principio de la fila, donde uno no se podía mover o reír con las compañeras.


Todo vuelve, como las modas. Llegué a mi casa, me saqué el barbijo y en el buzón me esperaba un folleto de publicidad de mascarillas de tela, en todos los colores y diseños. Imagine maquilas del otro lado del mundo fabricándolas por millones en talleres malolientes y donde las mujeres o niños esclavizados, cobran menos de un centavo por día.

Mientras desinfecto por segunda vez la lechuga para la ensalada del mediodía, escucho que otro trabajador agrícola ha muerto en Ontario, dejando a sus tres hijos en México. Un reporte de CBC afirma que dadas las condiciones de hacinamiento en las granjas donde se cosechan gran cantidad de las hortalizas que consumimos en nuestras lindas mesas de patio, es prácticamente imposible evitar brotes de Covid-19.

Sigo escuchando la radio y las líneas aéreas anuncian que van a comenzar nuevamente a vender todos sus asientos. Pienso entonces, sólo aquellos que puedan comprar dos boletos o más en las cabinas podrán viajar con más espacio. Nada se habla hasta ahora de proteger a las personas de más edad o con enfermedades en los vuelos. Las líneas aéreas ya han perdido demasiadas ganancias. Es tiempo de recuperarlas, acordaron sus propietarios.

Todo indica que la pandemia nos ha asustado, no sólo por el temor a la enfermedad como tal, sino por el temor de perder nuestros privilegios. Pero esta pandemia ha traído fundamentalmente nuevas formas de desigualdades. Por ejemplo, aquellos que usan nuevas tecnologías y pueden acceder a conexión permanente a internet han podido trabajar o estudiar cómodamente desde sus casas.

No hay cuarentena que sobreviva en la pobreza. No hay pobreza que resista con sueldos mínimos, donde hay que salir a trabajar a diario para “parar la olla”, como ocurre con millones de familias inmigrantes aquí en Canadá o en cualquiera de nuestros países en América Latina.  El virus también ataca con diferencias y agudiza de manera implacable las contradicciones que ya existían en nuestras sociedades, desde mucho antes.