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Boletin 14. Julio 9, 2020

El verano en tiempos de pandemia

por Alejandro A. Morales

Después del usualmente crudo y largo invierno, nos regocijamos con la llegada de una fugaz primavera cuyos antojadizos días suelen ser fríos e inusualmente calurosos al mismo tiempo. Aun así, el reverdecer del paisaje que nos rodea nos hace aceptar cualquier cosa siempre que nos permita salir de nuestras habitaciones y caminar en calles y parques con un nuevo vigor del deseo de vivir intensamente.

Hasta que este año 2020 inesperadamente sufrimos la llegada de un invitado de piedra: el corona virus que traía una capacidad de contagio nunca vista anteriormente, tal vez con la excepción de la mal llamada “fiebre española” que ocurrió un siglo atrás, dejando una reguera de muertes que desoló la humanidad y las debilidades sanitarias de la época.

Este contagio llegó y nos azotó inmediatamente, especialmente a nuestra tercera edad. Los hogares a largo plazo, cuya mayoría tenía ya serios problemas para mantener la vida de sus asilados, evidenció las primeras bajas además de la incapacidad de ofrecer servicios tan necesarios para nuestra gente mayor.

¿Y el resto que hacemos? Abrir nuestros ojos y oídos y reflexionar sobre lo que ocurre como consecuencia de la crisis. Por razones obvias se concluye que con la disminución del tráfico vehicular la atmósfera pareciera estar más limpia, y sobre todo en lugares públicos el nivel de basura también ha llegado a niveles tolerables y los cuellos de botella que se formaban en ciertas zonas de la ciudad en las horas del camino al trabajo o a la casa tienden a disminuir en cierto grado.

La partida del frío y sus inseparables compañeros el hielo y la nieve, nos permite tímidamente un mayor contacto con la naturaleza, siempre manteniendo las advertencias que nos exigen aquellos a cargo de mantener la dura lucha con el contagio que provoca la pandemia. Afortunadamente vivimos en una ciudad que posee un buen número de parques, además de calles y plazas con una vibrante presencia arbórea.

Nos corresponde entonces respetar la naturaleza, pero no de una manera contemplativa, sino que activa. El balcón de mi habitación que enfrenta uno de los mayores parques de la urbe se ha convertido para mí en un vigía al cual acudo muy temprano, algo que puedo hacer en los meses de primavera, verano y parte del otoño. Este último otra parte bellísima del año cuando nuestra naturaleza se despoja del verde para adquirir otros colores, los que han sido pintados en el lienzo por un número de grandes artistas.

Es extraordinario sentir el canto de los pájaros, estos seres excepcionalmente madrugadores que despiertan aún cuando el sol solo es un pálido resplandor en el horizonte. He quedado maravillado cuando escuché en uno de los medios que existen más de 300 especies de pájaros en nuestra ciudad, quienes emigran y retornan siguiendo rutinas milenarias. Es solo uno de los regalos que nos entrega la jornada veraniega. Sin un deseo específico de convertirme en un ornitólogo, apenas salga de mi refugio forzado buscaré algún libro que me permita reconocer estas especies y sus hábitos naturales.

Y no olvidemos nuestras especies animales, las que también ocupan espacio bajo el sol. En muchas ocasiones los consideramos seres molestos e inconvenientes. Sin embargo, nuestras ardillas, conejos, mapaches, topos, castores y zorrillos quienes suelen alimentarse de nuestros plantíos y nuestra basura, simplemente porque nuestro desarrollo urbano continúa quitándoles espacio vital sin tener las herramientas que los humanos poseemos. Nuestro planeta tierra está destinado a ser compartido y no a excluir seres vivientes.

El respetar la naturaleza implica además el vivir de acuerdo al clima, el que ocasionalmente puede ser violento y destructivo, pero en general es benevolente y variable. Las lluvias y chubascos son parte inclusiva del verano el que así nos regala su verdor y suelen arruinar un picnic, pero no nuestras vidas. La cantidad de agua habida en un verano define el desarrollo de nuestras plantas y flores, las que embellecen nuestros parques y jardines y nos permite sembrar nuestros patios con las generosas semillas de verduras como tomates, kale, albahaca y un sinnúmero de hierbas que vienen a enriquecer el sabor de nuestras comidas.

Mientras escribo estas líneas escuchando la maravillosa música de “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, el extraordinario maestro veneciano del período barroco, su concierto del Verano me hace apreciar que esta estación nos entrega algo muy valioso. Para ello necesitamos agudizar todos nuestros sentidos, disfrutando mucho más que antes de lo que vemos, lo que escuchamos o lo que nuestro cuerpo experimenta con la cantidad de sol, o con el frescor de la lluvia. Es cierto, nuestra socialización ha sido disminuida, pero como necesariamente nos debemos concentrar en otros aspectos de nuestra vida, habremos así abierto una nueva puerta y la experiencia durará el resto de nuestros días.