Transcurridos ya más de 100 días de encierro voluntario y de alguna manera observando el proceso de desconfinamiento progresivo, vale decir en etapas, hemos seguido pacientemente las instrucciones del caso, las que han sido esenciales en el intento de detener o, al menos, aliviar esta pandemia.
Como adulto mayor que involuntariamente comienza a bordear la curva de los 80, he navegado estas aguas pandémicas, si me permiten la metáfora, con la mayor cautela posible. Pero, dada la largura del proceso, hemos visto que la palabra mágica en toda esta trama es “adaptación”. Para ello hay que abrir bien nuestros oídos y conversar o consultar con nuestros conocidos y amigos y en la mayoría de los casos aprender también de sus experiencias para atreverme a replicarlas, aunque con el mayor cuidado posible.
Es muy cierto, no estamos solos. El solo hecho de participar en conversaciones con nuestros congéneres nos permite discernir que es lo adecuado hacer cuando el proceso ya ha adquirido cierta madurez. Pequeños pero significativos pasos nos hacen ganar un poco de confianza, evitando una temeridad que nada tiene de sabia en su debido momento. Aunque me siento un poco ridículo y como les había contado a mis colegas más cercanos, imitando a los pajaritos nuevos en sus vuelos preparatorios he usado el transporte público por primera vez en estos últimos cinco meses. Con ese dispositivo facial que le llaman máscara o barbijo he entrado a la gran farmacia de mi barrio y haciendo uso de un canasto voluminoso retiré mis medicinas y un sinfín de mercaderías sanitarias que sería muy largo de describir.
Mi segundo vuelo inicial ha sido llegar a un acuerdo con mi barbero para deshacerme del surplus capilar acumulado estos últimos meses. Confieso que mis tendencias narcisistas me hacían pensar que me veía bastante bien como un poeta del siglo 18, pero la realidad me llamó a terreno y ahora luzco como un soldado de la Wermacht alemana de tiempos ya afortunadamente idos.
Cumplidos los mandados autoimpuestos, no nos queda otra cosa que poner nuestras células grises a pensar en el avenir y lo que puede ocurrir en el futuro cercano y como sobreviviremos este período incierto. Siguiendo el consejo de uno de mis colegas, no agoto el caudal informativo sobre el corona virus, especialmente las opiniones de ciertos mandatarios negacionistas, pero si me detengo a analizar opiniones que nos permitirán nuestro compromiso con el resto de la sociedad y en especial los grupos más vulnerables. Estos últimos conforman una mayoría en las naciones menos desarrolladas como las de Latinoamérica y más aún de África.
Hay quienes opinan que la situación postpándemica creará en estos países una crisis económica peor que la del año 1929 y la del 2008 convirtiéndose en una depresión de la cual será muy difícil escapar, especialmente en aquellos donde existen corrientes o tendencias políticas fanáticas, con ideologías retrógradas y donde se duda mucho de su vocación democrática.
Haciendo un recorrido de diferentes opiniones sobre el proceso sobreviniente hay tres factores que causan temor:
¿Y nosotros que hacemos? Estoy convencido que continuaremos nuestra tarea de quitarle el velo a políticas y prácticas que a nada conducen, salvo el agravar aún más la situación futura cuando el momento llegue. Informar, crear conciencia, concentrándonos en tareas humanitarias serán parte de nuestro futuro y lo seguiremos haciendo.