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Boletín 19. Agosto 13, 2020

Escuelas en el bosque

por Sandra Farías

Durante quince años trabajé coordinando paseos escolares al aire libre en Toronto. Esta experiencia enriqueció mi conocimiento de la cultura del país, aprendí de la resiliencia de maestros y estudiantes, que, pese a las frías temperaturas del invierno, se dedican a diario a ofrecer una educación alternativa desde parques, áreas de conservación y bosques.

 

En 1913 High Park fue un espacio educativo en la ciudad de Toronto. Allí se impartían clases durante buena parte del año y semanalmente los alumnos debían cumplir horas de aprendizaje en el parque. Esto se ideó, precisamente, en respuesta a una epidemia de tuberculosis.

 

Esta herramienta educativa permite integrar al conocimiento con experiencias reales que capturan todos los sentidos, ya que el aprendizaje en distintos ámbitos estimula los procesos cognitivos, convirtiendo las lecciones teóricas en una clase práctica de más vivencia en el recuerdo, gracias a un ejercicio interactivo.

 

Más recientemente entrenándome para un programa como intérprete, aprendí cómo funciona la memoria y recordé este concepto. La memoria responde mejor cuando los estímulos de todas las funciones cerebrales se activan y mayormente aquellas que tienen que ver la estimulación visual, los sonidos, colores, olores y, en mayor medida, con los sentimientos y sensaciones.

 

Haga la prueba y pregúntele a algún niño que es lo que recuerda de su vida escolar y probablemente se le venga a la memoria alguno de sus paseos al campo, a diferentes lugares, y muy posiblemente alguna experiencia que tuvo lugar en contacto con la naturaleza.

 

El concepto de escuelas en el bosque no es nuevo y en Canadá, al igual que otros lugares del mundo, hay varios emprendimientos que nos demuestran los beneficios de inspirar a estudiantes a visitar espacios naturales para aprender contenidos sociales y habilidades prácticas, entre otras enseñanzas, para fomentar un conocimiento diversificador. 

 

Quien iba a pensar que el nuevo siglo y la pandemia nos harían pensar en alternativas de 100 años atrás para que los niños y maestros puedan volver a sus actividades con un menor riesgo de enfermedad.

 

Varias provincias como Ontario, Columbia Británica o Alberta están recomendando a padres nuevas directivas antes de enviar a sus chicos a la escuela, y a buscar alternativas para dejarlos en casa cuando están enfermos. Pero en una sociedad movida por el concepto de “business as usual”, que prioriza la acumulación de riqueza en lugar de la protección de la salud de sus ciudadanos y trabajadores, una gran parte de las empresas, fábricas, comercios o lugares de trabajo ni siquiera ofrecen días pagos por enfermedad a sus empleados cuando sus hijos no pueden asistir a la escuela.

 

Una de las asignaturas pendientes en gran parte del sistema educativo de nuestras ciudades es la falta de ventilación adecuada en los edificios. Por razones presupuestarias muchas escuelas sufren de este defecto estructural y son, por lo general, aquellas ubicadas en zonas donde las familias no pueden darse el lujo de educar a sus hijos en casa con tutores, por internet o a través de profesores particulares.

 

Suficiente ventilación, distancia física, menos estudiantes por aula y evitar el amontonamiento de personas en el transporte público es la única posibilidad de sobrevivencia frente a la probable llegada de una segunda ola de casos, sostienen los especialistas de salud pública.

 

Asimismo, el contar con enfermeras en las escuelas públicas es, en principio, una buena idea para garantizar una vigilancia cercana de casos sospechosos. Esto se cree permitiría controlar los brotes y así evitar masivos contagios con Covid-19. Está por verse su efectividad.

 

A menos de un mes del comienzo de clases, miles de escuelas en el país no podrán alcanzar las condiciones mínimas de prevención en cuanto a infraestructura y suficiente espacio físico. Tras décadas de desinversión en educación, se estima que faltan unos 3.2 billones de dólares para poder reparar escuelas y equiparlas adecuadamente frente a la pandemia, o transformarlas en ámbitos realmente seguros frente a una crisis de salud.

 

Pese a algunos parches en vista, las condiciones actuales de las escuelas convierten el plan de regreso a clases en una ruleta rusa. Y, como se preguntó un maestro en estos días al ser entrevistado: “si en los autos todos debemos usar cinturones de seguridad y frenos funcionando. ¿Se subiría a uno que no los tuviera?”.