¿Amistad, nostalgia?

por Alejandro A. Morales

El diccionario de la Real Academia Española de la lengua define la palabra “amistad” como: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Una hermosa definición, la que estos días se encuentra amenazada por la pandemia y nos cuesta desarrollar o mantener.
Pocas veces, en realidad muy pocas, había tenido la posibilidad de estar a corta distancia de mis buenos amigos. A pesar de haber mantenido la distancia social (en estos días distancia física) dictaminada por las normas de contención. Ellos al llegar a la puerta de mi morada despertaron el sentimiento que tenía atajado en mi mente después de casi dos meses de confinamiento. Fue lo que a veces llamamos un “alegrón”.
Después de un largo período de ver excesiva televisión, sus rostros me parecían casi irreales. Peor aún, no podía estrecharle las manos o darles un abrazo después de tan larga ausencia, o algún otro gesto que siempre utilizamos como lenguaje no verbal de nuestra amistad, como un palmoteo en el hombro. Solo sonrisas y palabras entrecortadas. La emoción del momento impedía emitir con claridad la alegría que sentíamos.
En estos días, como para paliar los sinsabores de mi soledad, salgo a mi minúsculo balcón con privilegiada vista al grandioso parque al otro lado de la calle y echando a mano a unos anticuados binoculares observo los poquísimos transeúntes que circulan en las calles aledañas. Necesito ver las figuras humanas, me digo a mismo pensando en un pasado lleno de gente, por lo que alguien visitando nuestra ciudad me decía que “el transporte público en Toronto, especialmente el tren subterráneo es como las Naciones Unidas, con gente de todas partes del mundo”. Y eso me hace añorar el disfrute de este aspecto nuestro con restaurantes y negocios reflejando el carácter multicultural de la ciudad.
A pesar del intenso tráfico telefónico, imagino que mis amistades largamente consolidadas a través de los años no se van a diluir como efecto de la pandemia. Es cierto, el acercamiento principalmente físico, es prácticamente imposible estos días. Me provoca tristeza el pensar que no podré llevar a los amigos un pequeño regalo, lo que normalmente me hace recorrer pequeñas tiendas llenas de artículos y tarjetas multicolores para sus cumpleaños o juntarnos a celebrar con sus familias disfrutando de la cercanía y la alegría.
¿Me estaré poniendo demasiado nostálgico? Tal vez. Pero, al disponer del tiempo que quiero me hace pensar que haría si nuestra libertad para movilizarnos me fuera devuelta ya sin la presencia del virus.  ¿Qué haría? Muy simple y después de pensarlo concluyo que llenaría mi pequeña mochila con un termo de té verde, algunos “sanguches” de pan pita, dos huevos duros, una fruta y un buen libro, de aquellos que mi hijo me trae después de leerlos, o lo que hace una amiga del grupo de adultos mayores que me tiene siempre “bien leído”.
En mi sueño emprendo viaje debajo de los frondosos árboles, acompañado del canto de los pájaros y los ruidos de las ardillas que vienen a suplicar comida. Me encuentro gente de todas las edades circulando sus perros, grandes y pequeños, siempre muy amistosos. Los robles negros, presencia casi única en el país, simplemente porque un poco más al norte no se reproducen, me acompañan hasta llegar al Laberinto incrustado en el corazón del parque. Me allego a los asientos que le circundan y dejo que el sol me entregue cantidades de vitamina D en mi rostro. Leo y bebo el té. Más de alguno hace el camino intrincado del Laberinto. El tibio sol me hace cerrar los ojos, sueño dentro de mi propio sueño. Borges revisitado. Despierto. Es todavía el año 2020.
¿Es que volveremos a lo de antes? No lo sabemos, pero imagino que después de estos meses habremos crecido y madurado un poco más. ¿Habremos perdido el afecto personal, puro y desinteresado de nuestros amigos? Lo dudo. Pienso firmemente que seremos tan amigos o más que antes. Pondremos nuestras ideas al servicio de una sociedad mejor en la que hemos que echar mano a nuestra solidaridad la que al mismo tiempo nos ha hecho más humanos y más humildes, hasta que llegue el día de partir. Tendremos nuestras maletas listas, como dice un sabio clérigo amigo y la vida continuará como antes o mucho mejor.
Quienes me rodean ya discuten lo que necesitamos en el futuro y no pierden tiempo en sus tareas, sino que, al contrario, buscan asiduamente las ideas y participación de nuestros congéneres para echar las bases de una vida más equitativa y generosa.