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Consejo de Desarrollo Hispano.
Boletin 22. Septiembre 3, 2020

COVID-19, ecología y dirección económica

por Duberlis Ramos

Los efectos de la pandemia COVID-19 son muchos y fáciles de observar dada la prominencia de los efectos de esta situación y como ha tenido un impacto notable en todo el planeta. Hoy, ya ha seis meses en Canada de nuestra respuesta original frente a este fenómeno, la cual continua manteniéndose a modo de protección hoy permanente y con un horizonte de termino aún por verse. Sin embargo, desde ya podemos ir sacando algunas conclusiones que por una parte pueden ser alentadoras, y por otras también son encontradas y con un grado de pesimismo. Esto tiene que ver precisamente y a grandes trazos con los llamados patrones de consumo y como la producción y distribución de tales bienes de consumo impacta la llamada huella carbónica y aún más específicamente el tamaño de tal residuo. Lo primero es lo primero.  ¿De que se trata exactamente tal huella y como los seres humanos conectamos tan íntimamente con esto?

 

La huella de carbono es la suma total de emisiones producidas por la actividad de cada uno de nosotros, eventos, producción y toda actividad humana cuya suma total se transforma en gases que contaminan el medio ambiente.  Nuestra evasión de esta responsabilidad en muchos casos pareciera ser posible, pero si analizamos nuestra conducta y actividad diaria muy pronto entendemos que todo lo que hacemos tiene un impacto… deja una huella la cual puede ser medida, y que de alguna manera esto puede ser gestionado de acuerdo a nuestras propias acciones. Queremos decir con esto que gestionar o administrar esto implica tomar decisiones tales como consumir menos, elegir productos con menos envases, productos reciclables, productos locales los cuales evitan largos viajes de transporte al mercado local y por supuesto reciclar y conservar. Al final del día, toda acción o no acción tienen un impacto. Esto nos hace recordar los principios más básicos de la economía y la metáfora que nuestra vida en el planeta equivale a viajar en una nave dentro de la cual todo lo que hacemos, y particularmente la basura que producimos pasa a ser parte de nuestro entorno. Así de simple, así de complicado.

 

Ahora, lo que la pandemia ha hecho posible observar son la confirmación de nociones supuestamente utópicas con respecto al impacto que los patrones de consumo podrían tener en cuanto a la ecología y la sociedad. La disminución, por ejemplo de las emanaciones de gases a la atmosfera causada por la disminución del trafico automotriz, o que en una ciudad emblemática como Venecia se hayan observado delfines debido a que la limpieza de las aguas permitan observar estos seres acuáticos, o la reaparición de diferentes especies de pájaros en centros urbanos o regiones ya no pobladas por estas avecillas como los azulejos son un fenómeno inusual.

 

El proceso de deterioro ecológico tiene que ver directamente con la actividad humana y su control es por lo tanto responsabilidad humana. En la actualidad Groenlandia, el país isla de hielo prácticamente más grande del planeta se derrite. En muchas regiones ecológicas frías hoy ya la nieve se derrite más rápido que lo que se renueva llevándonos a un punto de no retorno. Esta misma situación hace caer gradualmente las reservas de aguas frescas y en este punto es un punto en donde confluyen la materia económica con la ecología y como decíamos se juega la sustentabilidad del planeta. 

 

COVID-19 de manera inesperada ha demostrado con claridad lo que sabíamos y colectivamente ignorábamos en muchos casos como materia de política pública con negacionismos o simple inacción. He aquí la encrucijada actual en relación al futuro. En frente a la evidencia de nuestra huella de carbono ¿cambiamos nuestra conducta y por ende alteramos nuestra forma de producir y consumir? o ¿continuamos tal como actuábamos antes de la pandemia y volvemos a la “normalidad”?

 

La degradación del medio ambiente es una preocupación y un problema creciente. En algunos de nuestros países de origen se habla ya de zonas de sacrificio las cuales ya son irrecuperables. La mayor causa de esta problemática es la existencia de políticas públicas y legislaciones que han permitido cantidades excepcionales de polución a modo de liberar a la industria de controles para asegurar ganancias y mayor rentabilidad. La polución es, de la perspectiva económica, el centro del debate. En términos económicos, el costo de producción es valorado por sobre encima del costo social de la contaminación del aire, el agua, los desechos. De estos últimos costos se debe hacer cargo la sociedad mientras que las empresas no asumen esa responsabilidad. El asumir esta responsabilidad implica el mejorar el beneficio social de la producción controlando al máximo la huella de carbono.  Esto aparece en muchos casos ser una tarea prácticamente imposible, pero en gran medida aparece como imperativo social primordial y es responsabilidad de las instituciones el regular esta situación. Para los empresarios no es desconocida esta situación y por otra parte tampoco puede ser olvidada la voz de los consumidores quienes con sus compras y selecciones de productos también están ejercitando un grado de poder a través del mercado… el consumidor tiene la última palabra.

 

 

Pintura de Norval Morrisseau, "Bear, Bird, Fish, Chicks"