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Boletin 23. Septiembre 11, 2020

Máscaras y sinceridad

por Sandra Farías

La distancia nos marca el rumbo, las máscaras nos blindaron y los miedos se han hecho más fuertes que nunca en nuestra memoria.

 

Uno de mis grandes amigos murió el pasado marzo y con él muchas de las cosas que se podían hacer. Recuerdo su habitación en el hogar para enfermos terminales llena de visitantes, abrazos, lágrimas y sonrisas de consuelo por su partida, anécdotas de vida que se contaban en los pasillos y salas de espera. Esto es lo que nos hace humanos, el encuentro en los momentos de felicidad y tristeza, y es eso precisamente lo que se ha perdido.

 

Pero también hemos recuperado tiempo con nuestra familia a cara descubierta. Los niños en la casa han inaugurado nuevas dinámicas. Padres han encontrado o no la mejor manera de tener una convivencia lo más sana posible. Para mejor o peor, las nuevas generaciones se han adaptado, como siempre ha sucedido en la humanidad durante tiempos de fuertes crisis o transiciones.

 

Las consecuencias de estos cambios están aún en pañales. Veremos al mirar atrás esta senda del 2020.  Será un mal recuerdo solamente o tal vez el comienzo de una manera distinta de vivir que ha venido para quedarse. Esa es la gran incógnita.

 

El comienzo de clases será sin duda el gran cambio de estos meses venideros. Enmascarados allí partirán chicos y jóvenes a encontrar sus aulas al futuro. Cada familia debe tener una conversación sincera con sus hijos sobre el rol de cuidarse y cuidar a los demás.

 

Para una gran mayoría de adultos la incertidumbre económica de como terminar el año será el mayor desafío. Esa misma incógnita ronda por la cabeza de la flamante ministra de Economía Chrystia Freeland.

 

Si usted tiene pesadillas de cómo va a pagar su renta o la hipoteca de aquí a la Navidad y después, imagine el problema de tener que volver a cerrar todo – en caso de una segunda ola de Covid-19, sabiendo que se tiene un déficit inconcebible de 343 mil millones en el país.

 

El problema actual es la incertidumbre, la peor enemiga de la economía. Por ello, Justin Trudeau ha tomado el timón del barco con decisión y ha puesto en marcha un rumbo cuesta arriba y sin boleto de regreso.

 

Es tiempo de inversiones en la población, es hora de hacer la economía un motor de freno del cambio climático, de ofrecer más recursos para los que menos tienen, como los adultos mayores en sus casas de retiro a largo plazo, de más recursos para que la mujer no tenga que elegir entre trabajar y cuidar a los niños en casa y generar políticas inclusivas que permitan a todos una oportunidad de mejorar su calidad de vida. Claro todo esto, sin subir los impuestos.

 

El presupuesto del próximo 23 de Setiembre tiene por objetivo explicarnos a todos como se articulará esta inimaginable ingeniería financiera. El discurso del trono -como se conoce en la arena política canadiense – será sin duda el momento político más importante del año y el que requerirá de la mayor honestidad, porque después seguirá un voto de confianza que le daría a Trudeau más ovillo hasta la llegada de nuevas tormentas.

Habrá que pasar el invierno, ponerse la máscara todos los días y aumentar progresivamente la oferta de empleo que permita a los más de 4 millones y medio de canadienses que lo han perdido volver a tener un empleo. Entre ellos una gran mayoría de mujeres y jóvenes.

 

La semana pasada Estadísticas de Canadá confirmo la creación hasta agosto de 246 mil trabajos, pero aún faltan más de un millón para estar al nivel antes de la pandemia.

 

Esa es la razón por la cual el modelo Freeman decidió mantener el bono de asistencia CERB que le ha permitido a 8 millones y medio de canadienses contar con ingresos mínimos de sobrevivencia de $ 2000 al mes. Cuando el CERB culmine el próximo 27 de setiembre, aquellos que todavía sigan desempleados podrán extender el beneficio aplicado al seguro de desempleo. Esto cubrirá a personas con empleo fijo o auto empleadas.

 

En el año en que nos acostumbramos a las máscaras, tal vez la sinceridad sea el valor importante de nuestras relaciones con los demás, con nuestros gobernantes y con nuestras familias. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.