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Consejo de Desarrollo Hispano.
Boletin 26. Octubre 1, 2020

Crisis actual. Hijos actuales (covid19)

por Horacio Bigolin

Crisis actual. Hijos actuales (covid19)    (I)

 

LAS CRISIS invaden nuestras experiencias paralizando la continuidad en el proceso de la vida. El sentimiento de estrés y agotamiento emocional se produce, además, por la discontinuidad de nuestra historia (personal).

 

En situación de pandemia nuestro aparato psíquico produjo, entre otras cosas, alteraciones en las instancias tiempo-espacio a partir de la reducción de nuestro espacio real y de la relación temporal, pasado-presente-futuro: el aislamiento, no poder desplazarnos libremente, no saber cuándo terminara, ni saber cómo nos va a ir, despierta incertidumbre y nos sentimos amenazados. Miedo explicito o reprimido.

 

Todo esto se representa en la “pérdida de control” de nuestras vidas, de nuestras decisiones en libertad, expresadas en un reiterado “no puedo”: trabajar-vender-comprar-viajar libremente-compartir, abrazar-besar-participar de entretenimientos…

La “pérdida de control” frecuentemente genera impotencia y esta deviene en rabia.

 

Estados de enojo

 

Los vínculos se alteran y nos impiden una libre comunicación.

Como seres sociales diferentes a otros seres vivos, el vínculo humano es esencial para nuestras vidas. Necesitamos mirarnos, tocarnos, reír juntos y llorar juntos. Despedirnos de nuestros seres queridos. “Comunicarnos” con las palabras, gestos, percepciones, emociones.

 

La toma de conciencia, de estos pocos datos acerca de las consecuencias psicológicas de vivir en pandemia (no son las únicas), podría ayudarnos a ser más atentos y considerados con nosotros mismos y nuestras personas cercanas.

 

Hijos Actuales

 

Las actividades, rutinas y los roles sociales que desempeñábamos se desarticulan por cambiar el espacio laboral, no tener más trabajo, modificar las tareas domésticas, compartir todo el día con nuestros hijos y pareja, tratar de sobrellevar los cambios. Lo entendemos y reaccionamos.

 

¿Entendemos a nuestros hijos?

 

¿Solo nos preocupa como ocuparlos o ponerle limites? Esto no es lo mismo que rutinas que también implican límites o encontrarnos con sus sentimientos.

 

Los hijos están atravesados por las mismas variables y dolores que nosotros. Los más pequeños, generalmente, no saben expresarlo verbalmente. No pueden darle significados para calmarse y lo hacen a través de conductas (como fue siempre) para llamar la atención y tener a sus padres cerca y sentirse protegidos. Tienen miedo por lo incierto y por los miedos de sus propios padres.

 

Los púberes, en medio de una crisis de crecimiento con vivencias de continua adaptación y readaptación a su nueva condición, y confundidos, también sienten igual que nosotros, por ejemplo, por la ausencia de la relación con sus pares, grupos esenciales para la construcción de su nuevo rol.

 

Los adolescentes, son rebeldes algunos y transgresores otros como forma de lucha en la construcción de una identidad diferenciada. Luchan por salir, vivir, amar, desear cara a cara. Son indestructibles desde su concepción y, generalmente, no registran que su contagio puede hacerle mucho daño a sus familiares enfermos o más adultos. Son el centro de sus acciones con cierto permiso social para atravesar su momento evolutivo desafiando al contexto. Esta intensidad también los confunde en el proceso de cambio hacia la madurez. Y, en pandemia, sienten como nosotros.

 

      Ayudando a nuestros hijos   (II)

 

No es solamente armar tareas, entretenimientos y ocupaciones para que “se distraigan” y pase el tiempo. Tenemos muchos tiempos por delante.

 

La ayuda viene de comprenderlos. Escucharlos. Transmitirles confianza y no desautorizarlos en sus necesidades y expresiones. No necesitan consejos comparativos con otros pares ni decirles (desentendiéndonos de su preocupación) que esto que sienten ya va a pasar. Esta actitud evitativa y un poco “superada” de ciertos padres, los dejan solos e indefensos porque realmente no saben que hacer y ahora no tienen a quien recurrir, por vergüenza o miedo.

 

¿Como ayudarlos?

 

Revisando los propios miedos como padres y madres. Reconociendo que, a veces, no saben que hacer con sus hijos ni con la pandemia. Que también sienten miedo o vergüenza. Como cuando eran adolescentes y estaban confundidos.

Haciendo un trabajo introspectivo personal y en pareja, si es posible, para abrir la confianza de nuestros hijos hacia nosotros.

 

Ayuda, recordar como vivimos nuestros años infantiles y en la adolescencia. Tan vez nos contacte más con las confusiones, debilidades e incertidumbres vividas y esto nos facilite el vínculo actual con nuestros hijos. Empatía.

 

Hoy es una responsabilidad generar “encuentros” en nuestros grupos familiares. Abrir espacios de escucha y comprensión del otro (hijos-pareja) que indirectamente nos hará sentir gratificados por la condición de dar. “Escuchar” sus reclamos. Lo que explican y básicamente aquello que sabemos que no nos dicen y es evidente: frustración, miedos, impotencia, incertidumbre. Igual que en los adultos.

 

Generalmente los jóvenes no se atreven a mostrarse inseguros y débiles por miedo a que sus pares (amigos) los abandonen. Y que sus padres los cuestionen.

Sus cambios físicos frecuentemente no coinciden con su madurez. Eso los confunde y nos confunde.

La “comunicación” no debería estar cargada de opiniones, ni reclamos, ni consejos para que cambien. Simplemente escuchar. Estar. Aceptar para entender.

Cuando es posible, si convivimos, el contacto físico, el abrazo, la caricia, el beso pueden más que las actividades más creativas que se pueden encontrar, en cantidades, en internet.

 

Cuestionar, descalificar y reprochar a pequeños o adolescente por “las faltas cometidas”, les genera angustia, culpa, vergüenza y estamos atacando su autoestima de manera que, probablemente, no vuelvan a arriesgar en lo que erraron, o que lo hagan, pero permanezcan en silencio con quien los cuestionaron. En el peor de los casos si lo hacen y vuelven a fallar, los estamos invitando a mentir (por vergüenza), en lugar de reforzar su autoestima.  Hagamos memoria de cómo nos fue a nosotros.

 

Observaciones que en algunos casos han ayudado:

 

  •   Promover, en ellos, confianza y deseos de estar con nosotros para compartir, es sumar paz a su cotidianeidad cargada de incertidumbres.
  •   Evitar comparaciones y favoritismos con amigos y entre hermanos evitara situaciones de competitividad y celos.
  •   Preocuparnos por su excesiva obediencia complaciendo nuestros reclamos (tal vez para ser reconocidos) porque los podría enfrentar a futuras posiciones sociales de sumisión y obediencia.
  •    No hablarles en exceso y menos bajo cuestionamientos o reproches. No hablarles unidireccionalmente tratando de “ayudarlos” a que entiendan. Están ensimismados en su mundo y no pueden escucharnos. Por otra parte, queda de manifiesto nuestro despliegue de ansiedades. Escuchemos.

 

La oportunidad, es tener más presencia emocional. No es necesario estar cantidades de horas juntos o compartir horas obligados y bajo estrés. El “encuentro” se refiere a la mirada cómplice, a lograr que sientan que tienen en quien apoyarse si lo necesitan. Que hay un dialogo abierto para ellos. Y eso significa ofrecerse activamente al encuentro con nuestros hijos. Que el aislamiento nos permita descubrirnos y compartir.