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Boletin 30. Octubre 29, 2020

Reflexión:
Herencia y encrucijada cultural
latinoamericana en Canadá

Por Duberlis Ramos

El 12 de octubre de 1992 en Canadá se produjo un fenómeno imprevisto cuando instituciones y diferentes sectores, particularmente muchos envueltos en las artes, la cultura y la educación sintieron un remezón extraordinario y no previsto. Hasta entonces, la celebración del “descubrimiento de América” estaba moralmente cuestionada. La noción de descubrimiento a celebrarse había sido descabezada intelectual y culturalmente por un movimiento que hasta ese momento no se había manifestado. En ese momento convergían muchas personas de la comunidad, quienes al hacer causa común con miembros de las primeras naciones de Canadá llamaron la atención del Parlamento Federal a la celebración que venía. ¿Contubernio maléfico? No.

 

Podríamos decir que en realidad se vivió un momento histórico en la temprana vida de la comunidad de reciente llegada a este país. Por primera vez surgió de la circunstancia en la vida comunitaria un planteamiento crítico, que reflexionaba sobre la colonización europea de América Latina y el Caribe. A modo de reflexión histórica comunitaria en Canadá, esta discusión ya instaurada permanentemente dentro de nuestro proceso social comunitario canadiense marca, sin lugar a duda, una nueva visión histórica. Establece, desde ya, una realidad más profunda a lo que superficial y maquinalmente aceptábamos como nuestra identidad y patrimonio cultural hasta ese momento.

 

Lentamente, comienzan a aparecer en la conceptualización y entendimiento de nuestra historia, nuestros propios holocaustos en la masacre de nuestros pueblos originarios desde el sur de América hasta las estepas del Norte, territorio que hoy nos hospeda. Junto con el saqueo espiritual, físico y cultural de nuestra América, para facilitar su penetración económica se sumó la ignominiosa esclavitud. De esta suma de yuxtaposiciones violentas nace nuestra estirpe. Tras siglos y pasadas muchas de nuestras historias individuales y colectivas henos aquí. La historia contemporánea a través de nuestras olas migratorias nos ha traído hoy hasta estas tierras.

 

Llegamos en diferentes condiciones y no importa del país que venimos, ni si somos emigrantes o refugiados. Somos en Canadá lo que quedo del colonialismo tardío y maquiavélico, y que hoy intentamos comprender e intelectualmente aprehender.

 

¿Y es que estamos obligados a respondernos a nosotros mismos esta interrogante? ¿Qué somos? ¿Quiénes somos? Nos hemos dado, algunos, un mes de hispanidad en Canadá, arbitrariamente, durante octubre, para celebrar. Pero ¿qué es lo que celebramos?, ¿nuestra historia, nuestra identidad, nuestra cultura?, ¿por qué?

 

En realidad, más que celebrar, por ahora nos queda reflexionar frente a la historia de nuestro pasado colonial y decir ya basta de tragedias y coincidencias históricas que jamás fueron coincidencias históricas, sólo etapas de expansión sistémicas en la construcción de la modernidad. Sí, es cierto y lo sabemos, que a la vez nuestros espíritus quieren decir algo, y repetidamente vivimos momentos, sobre todo en estos últimos treinta años en Canadá, donde se ha clamado poder ser actores del multiculturalismo. Esto último es legítimo cuando sabemos que la identidad se politiza en este país y hasta podría tener un valor de transacción en el juego social y en las estructuras del poder. Asimismo, debemos de comprender que nuestro valor intrínseco comunitario lo tiene nuestra capacidad de fortalecer nuestra identidad colectiva y participar de la construcción activa del país.

 

Hemos progresado en esta búsqueda de identidad y comenzamos a crecer en la comprensión de lo que significa realmente ser miembros, sin limitación, en la mesa de discusión que implica la democracia canadiense. No es sólo un avance el tener algunas figuras políticas que prueban, en parte hasta ahora, lo interesante de esa posibilidad, sino la importancia de sustentar más ampliamente la participación y la unidad de propósito en cuanto a quienes aspiramos ser. Nuestra diversidad nos permitirá por ahora la posibilidad de ser una comunidad trascendente, sólo cuando trabajamos arduamente en tal proyecto social con un compromiso colectivo.

 

Dentro de este contexto, más allá de celebraciones y fiestas comerciales de marketing, la herencia cultural puede tener un sentido superior, en la medida que tengamos la posibilidad de encontrarnos entre generaciones y aprender de nuestro crisol histórico. Aquel fuego e ira de conquista nos fundió al indio, al esclavo que vino de África con quienes llegaron de la metrópolis, lo cual resultó en algo no planeado y evolucionó como concepto de sociedad también ahora en Canadá.

 

Esto no es un accidente estático, tiene una dinámica y masa energética particularmente, porque hoy tenemos que acceder a nuestra gran diversidad no sólo de generaciones, ni de género, pero también nuestras orientaciones diversas y todos los sectores que buscan equidad sistémica, dentro y fuera del ámbito comunitario.

 

Como corolario, la herencia cultural sólo puede tener un espacio en la medida que es inclusiva de toda nuestra historia colectiva y de todos quienes somos parte de esta diversidad. Por ahora y con futuras generaciones esta herencia cultural nos permite iniciar la búsqueda y no perdernos en los clichés.