Un amigo me contó que, poco tiempo después de llegar, tuvo un sueño recurrente. Ya estaba bien ubicado en Canadá, luego de los primeros tiempos de inestabilidad y búsqueda de trabajo. El sueño transcurría en la ciudad que había dejado atrás, con los amigos, los afectos y las rutinas de siempre. Como la vida que dejamos cada uno de nosotros cuando emigramos aquí.
En medio del sueño, le decían que tenía que preparar todo para salir del país y venir a Canadá. De ahí en más el sueño se transformaba en una pesadilla de la que salía al despertar, agitado. Cuando lograba recomponer el ánimo, tomaba conciencia de estar en el aquí y esto lo tranquilizaba, “… ya no tenía que estar sufriendo…” concluyó mi amigo.
Me llamó la atención el mecanismo que utiliza nuestra mente para acomodar los deseos y los sentimientos a la realidad que nos toca vivir. En el sueño, el lugar deseado para vivir es la ciudad que se dejó atrás. El salir de allí es lo que produce ansiedad, dolor, angustia. El llegar aquí es lo que se quiere evitar.
Paradójicamente estar en Canadá, entendiendo que es la única opción, se remedia haciéndolo sentir como el lugar que produce sosiego. Entonces uno se queda tranquilo y puede seguir viviendo sin que estar aquí produzca angustia. Y cuando despunta la angustia ... soñar nuevamente.
Esto podría ser una interpretación salvaje, es decir sin tener en cuenta el contexto de la persona en general. Pero me sirve para introducir el tema de esta nota.
“En medio de esta pandemia, es mejor ver en la tele una película liviana, ya que, para sufrir, tenemos la realidad”, dijo un compañero de trabajo. Entonces recordé una charla con mi madre a mediados de la década del setenta en Buenos Aires.
Estaba diciéndole que esas películas, que se habían transformado en moda, donde las catástrofes en un avión, en un edificio en llamas, o la amenaza de un tiburón en la playa y todas esas que se transformaron en una pandemia, para mi gusto eran banales. Ella me respondió que estaba bien estudiado que cuando la realidad se ponía difícil, aparecían este tipo de fantasías que nos hacían sentir aliviados al salir del cine. ( 1 )
Mas acá de aquel recuerdo, un compañero me acercó este texto:
“Una explicación de por qué las personas se involucran en experiencias de ficción aterradoras es que estas experiencias pueden actuar como simulaciones de experiencias reales a partir de las cuales los individuos pueden recopilar información y modelar mundos posibles.
Realizado durante la pandemia COVID-19, este estudio evaluó si el compromiso pasado y actual con ficciones mediáticas de relevancia temática, incluidas películas de terror y pandemias, se asociaba con una mayor preparación y resiliencia psicológica frente a la pandemia.
Dado que la curiosidad mórbida se ha asociado anteriormente con el uso de medios de terror, durante la pandemia de COVID-19, también probamos si el rasgo de curiosidad mórbida se asoció con la preparación para la pandemia y la resistencia psicológica durante la pandemia de COVID-19.
Descubrimos que los fanáticos de las películas de terror exhibieron una mayor capacidad de recuperación durante la pandemia y que los fanáticos de los géneros "preparadores" (películas de invasión extraterrestre, apocalípticas y de zombis) exhibieron una mayor capacidad de recuperación y preparación.
También encontramos que el rasgo de curiosidad mórbida se asoció con una resistencia positiva y un interés en las películas pandémicas durante la pandemia. Tomados en conjunto, estos resultados son consistentes con la hipótesis de que la exposición a ficciones aterradoras permite al público practicar estrategias que pueden ser beneficiosas en situaciones del mundo real.” ( 2 )
Sería bueno entonces hacer el ejercicio de sufrir un poco en la fantasía, porque eso nos ayudaría tal vez a enfrentar los desafíos de la pandemia. O tal vez con sólo mirar por las pantallas lo que se vive en Estados Unidos nos alcance.