Estimada lectora, estimado lector. A las puertas del primer año de la publicación de esta bitácora semanal, llamada Línea Uno, se hace urgente avanzar nuestra comunicación a un nivel más profundo. Como en todas las cosas de la vida, el tiempo y estas conversaciones han generado una cierta confianza, precipitada por la cotidianidad, en nuestro contacto y en nuestras ideas. Probablemente, hasta en algunos casos esto pueda ya sonar anticipable, pues la personalidad de nuestro equipo de trabajo y sus ideas están basados en ciertos principios filosóficos y profesionales establecidos y producto de la práctica del trabajo y la acción social. Sí, todo esto es posible, pero ¿qué es lo que nos mueve e insta a continuar esta publicación durante esta época pandémica?
Siguiendo con el diálogo del número anterior, para iniciar este año 2021 hacíamos referencia a la canción tan conocida de la autora argentina María Elena Walsh, ¨La Cigarra¨. Mi sorpresa, producto de este acto algo creativo de mi parte, el cual denotaba mi gran pasión por nuestra poesía hecha música, fue la reacción positiva y emocional que sentí por tal acto. No dejó de llamarme la atención y me hizo pensar que detrás de la superficie de nuestras expresiones, ideas y lenguaje hay algo más profundo lo cual compartimos simple con un cierto grado de “naivite” y honestidad. ¿Qué es lo que me/nos motiva entonces?
Desde mi esquina y, como miembro de la comunidad hispano parlante, siento que tenemos cosas comunes, experiencias, sentimientos, palabras que nos unen, sin tener que explicarnos todo el tiempo. De la misma forma tenemos sueños y esperanzas las cuales nos conectan como comunidad. Si bien es cierto, no nacimos o somos producto de la vida de un solo país de origen, creo que por azares del destino u otras experiencias personales tenemos un destino común en este nuestro país adoptivo.
En nuestra historia colectiva hemos pasado por tantas cosas y poseemos tantas experiencias personales que nuestra humanidad se hace más rica y profunda. Tenemos tantas cosas que compartir y tantas cosas de qué hablar, que siempre podemos estar la noche completa hablando, compartiendo, recordando, riendo… contando nuestras historias y, por supuesto, las historias de nuestros antepasados, de generaciones allá en nuestro sur.
Con penas y glorias, con aventuras, guerras y revoluciones por reivindicaciones, justicia, tierra y libertad. Nuestros mares, la selva y las montañas que tocan el cielo. Cada uno de nosotros somos un documento de la historia, y a través de este modesto espacio de comunicación, Línea Uno, comenzamos a conocernos.
El momento en el cual ocurre esto no deja de ser menos trascendente. En su efecto, esta conversación y este contacto ocurre en medio de un flagelo que afecta a toda la humanidad y nos pone en jaque en cuanto a todo lo que somos y en todo lo que creemos. Pero he ahí lo interesante de este accidente histórico y por qué el poder intercambiar ideas es tan crucial.
Es que hemos pasado muchas experiencias juntos o individualmente y, a estas alturas de la lucha pandémica no nos podemos rendir, no podemos sucumbir. Más aún, tenemos el derecho a nuestro propio optimismo. Claro, como latinoamericanos de origen también lo sabemos muy bien, que hay sacrificios que hacer, pero esta no es la primera vez, ni será la última vez. Es nuestra historia y es nuestro designio.
Lo importante es saber que no estamos solos. Si, queridos amigos de la patria grande, estamos aquí para ser testigos de la historia y poder contarla: contamos y hablamos de nuestra historia para poder vivir…
Como trabajador social y miembro de la comunidad siempre lo he afirmado. Cada persona es una historia, y que mejor declaración e invitación a nuestros lectores a que compartan también sus historias. Sólo de esta forma escribiremos la gran historia final.