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Boletín de información comunitaria

Consejo de Desarrollo Hispano
Boletín 45. Marzo 5, 2021

Por favor, no nos quejemos

por Edna Amador

“Se murió sola, como perro sin dueño” me dijo mi amiga, en un desgarrador lamento por la muerte de su hermana en una sala de Covid-19 en un hospital público en Honduras, uno de los países latinoamericanos considerados pobres pero que para ser políticamente correctos debemos llamar “en desarrollo”.

 

En mi opinión, la triste verdad es que a Honduras y muchos otros países afectados eternamente por la corrupción histórica e institucionalizada es mucho más ofensivo describirlos como en vías de desarrollo.

 

En Canadá y otros países donde los habitantes sí tenemos el derecho al desarrollo y avances en salud, la pandemia tiene a muchos quejándose por algo, primero por la incomodidad del uso de mascarillas o tapa bocas y luego por el encierro y la falta de vida social.

 

Claro, esos que se quejan son aquellos que aún no han enfrentado el virus de cerca ni han perdido a un ser querido por su causa.

 

Es fácil escuchar o leer las opiniones encontradas de los canadienses, que si el gobierno dá mucho o no suficiente en ayuda social, que si no todos los que reciben ayuda deberían recibirla, que si porque dejan abiertas las supertiendas que venden comida y de todo, pero obligan a cerrar a los negocios pequeños, que si mejor debieran abrir todo y sálvese quien pueda.

 

El nuevo punto de discordia entre la gente es la espera que desespera, porque ahora todos quieren saltarse la fila y hay que buscar culpables porque la mayoría con edad de 50 años para abajo tendrá que esperar de tres a cuatro meses para que le toque vacuna. Cuando en países como el mío lo único que hoy tienen es la esperanza de la vacuna.

 

Pero hasta ahora no he escuchado queja por la atención en los hospitales canadienses, y eso que han fallecido más de 20 mil personas en lo que va de la pandemia. 

 

En países con pocos recursos, el Covid-19 ha puesto en evidencia lo precario del sistema de salud, tanto público como privado.  Antes de la pandemia, las personas con recursos económicos podían atenderse en clínicas y hospitales privados ya que la atención en el sector público sin ser mala siempre ha sido insuficiente.

 

En tiempos de Covid-19, no hay cupo en ningún lado y mucha gente prefiere quedarse en casa y rogar recuperarse con los suyos ante la alternativa de agravarse y morirse solo en un hospital de esos.

 

En Canadá tenemos atención de primera y el objetivo de los cierres de la economía y de la vida como antes la conocíamos no es terminar con el coronavirus, es asegurar que haya cama, oxígeno y unidad de cuidado intensivo disponible para que a ninguno de nosotros le falte atención de primera si la requerimos, sobre todo ahora que el virus se ha mutado y ataca con nuevas cepas.

 

Aún se me estruja el corazón por la muerte de la hermana de esa gran amiga; por la incertidumbre de sus seres queridos de que tal vez en un mejor hospital se hubiese salvado, por el dolor de saber que falleció sólo con la compañía de las otras mujeres enfermas de Covid-19 en esa sala de un hospital de un país pobre, donde le auxiliaron con todo lo que pudieron, pero donde ese todo es tristemente poco. 

 

En Canadá en el sistema de salud tenemos todo, que es afortunadamente mucho.  No nos quejemos, la pandemia no terminará con el pinchazo de una vacuna, pero reducirá en gran medida el número y la gravedad de los casos de Covid-19, y tal vez nos permitirá a todos reanudar mucho de la normalidad a la que estábamos acostumbrados.

 

En Canadá el quejarse de más, ronda en el desagradecimiento. Seamos pacientes y sigamos protegiéndonos unos a otros.  La higiene constante de manos, distanciamiento físico y el uso de tapa bocas debe continuar y el deber de los que estamos sanos es luchar para no enfermarnos y enfermar a otros.