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Consejo de Desarrollo Hispano
Boletín 47. Marzo 26, 2021

La pandemia un año después

por Alejandro A. Morales

Ha transcurrido ya más de un año de la pandemia provocada por el coronavirus. Resulta increíble mirar el calendario y reflexionar sobre lo ocurrido en estos doce meses. Para definir lo sucedido debemos acudir a una palabra muy poco usada en el pasado: resiliencia.

 

Los primeros meses del proceso fueron preocupantes y, a veces, aunque duele decirlo, éramos excesivamente optimistas, especialmente cuando dábamos un vistazo a la historia de otras trágicas pandemias ocurridas en la historia de la humanidad: dos de ellas, entre las muchas, la peste bubónica del siglo 14 (1,347- 1,351), la que devastó una parte importante de la población europea (se estima 75,000 a 200,000 muertes) y la indebidamente llamada en inglés “Spanish Flu”, ocurrida al final de la Primera Guerra Mundial que mató un cálculo estimativo de 20 a 50 millones de personas, extendiéndose a otros continentes.

 

Pero entonces pensábamos ingenuamente, eran otros tiempos en que tanto la medicina como las estructuras de la salud pública eran bastante precarias si las comparamos con las actuales. Y, después de todo, habíamos tenido la experiencia del SARS en el 2003, de la cual no salimos tan mal parados.

 

Algunos especulaban que en un no muy largo plazo tendríamos vacunas para combatir este virus, cuya capacidad de contagio ignorábamos en un comienzo. No obstante, las mentes más lúcidas de nuestros científicos y profesionales de la salud ponían en duda tal criterio.

 

Siendo todavía marzo cuando la Organización Mundial de la Salud (OSM) declaró el estado de pandemia y algunos comenzamos la tortuosa experiencia del confinamiento, cuando las estadísticas y reportes de quienes manejaban la situación informaban la velocidad del contagio.

 

Aparecieron muy luego los primeros protocolos: usar la mascarilla, mantener la distancia física de dos metros (aunque en un comienzo se le llamaba distancia social, la que siempre había existido en sociedades clasistas), y lavarse las manos con frecuencia y, por supuesto, “sanitizar” todo lo que estuviera expuesto a la presencia del virus.

 

En el mundo de nuestros adultos mayores surgieron los primeros problemas, como el de ir al supermercado, porque después de todo necesitábamos alimentarnos, además de las idas a la farmacia más cercana a obtener nuestras medicinas. Todo aquello se fue solucionando progresivamente. Las farmacias comenzaron a hacer entrega a domicilio sin un costo más allá de lo habitual. Y hubo quienes encontraron organizaciones y voluntarios que podían adquirir las vituallas tan necesarias y traerlas a los necesitados.

 

Y así, fuimos lentamente generando esa resiliencia, que nos permitía sobrevivir en una nueva realidad. Fuimos aprendiendo muchas cosas en el proceso. Después de dos meses, sentí que mis piernas no me acompañaban y estaban muy débiles como producto del confinamiento. Pasaba la mayor parte del día sentado. Mi hijo me sugirió que diera dos vueltas al edificio donde vivo. Salí a caminar y después de unos 50 metros tuve que volver porque no pude continuar. Pasó algún tiempo antes que volví a energizar mis piernas.

 

Jamás he tenido un enlace romántico con la tecnología de hoy, aunque la he usado poniendo una cuota de sacrificio. Y aprendí a estar en contacto con mis buenos amigos y hasta con parientes no solo en nuestra ciudad, pero también en la parte sur del continente. El Zoom, el WhatsApp, el correo electrónico comenzaron a crear una solidaridad “inter amicus” bastante necesaria y útil. Nada, por supuesto, reemplazaba los encuentros cara a cara. Comenzamos a aprender que las fiestas de cumpleaños, los conciertos, las vacaciones soñadas, las bodas, los funerales, los cortes de pelo, los bares repletos de gente, los trenes del transporte público repletos, también eran cosas de una normalidad ya muy lejana. Nuestra vida normal cambiaba definitivamente. ¿La recuperaríamos? Había que armarse de resiliencia, la palabra mágica y seguir adaptándonos.

 

Ontario, nuestra provincia, por otra parte, inicialmente hizo lo contrario para proteger a los vulnerables y seguir adelante: permitieron que los más vulnerables estuvieran expuestos como personas en cuidados a largo plazo, en albergues para personas sin hogar, en empleo colectivo precario, en el trabajo agrícola de migrantes, en los barrios más pobres con menos acceso a la atención médica, mientras las comunidades étnicas fueron las que más sufrieron. La pandemia es un espejo, y ninguna de esas tendencias es nueva, pero quedaron mucho más expuestas.

 

Todos intentamos aprender. Nos cansamos de los negadores, los infractores, los comerciantes de mala fe, los chiflados. Los que se negaron a comprender los conceptos básicos de la enfermedad, los que ignoraron el desfase entre la hospitalización y la muerte, los que creyeron en las conspiraciones sobre las pruebas de PCR (una prueba confiable para diagnosticar la Covid-19) porque lo leyeron en un blog. Los que se agitaron contra las restricciones de salud pública y luego se indignaron cuando se hicieron necesarias restricciones más duras, que de repente se preocuparon por la salud mental, que amenazaron a los funcionarios de salud pública o atacaron a los científicos que criticaron al gobierno.

 

Anti enmascaradores, antivacunas, el tipo de la BBQ que engañó a la gente en cientos de miles en donaciones: todos eran el producto predecible de información y sistemas políticos rotos. Los científicos si bien cometen errores, porque un virus emergente significa evidencia emergente, al menos intentan hacerlo bien.

 

Y así hemos llegado a marzo nuevamente. Mi salud pre-pandémica, ya deteriorada, sigue haciéndome malas jugadas. Mi hijo único me hace las compras, para lo cual le doy una lista bastante completa. Nuestros roles se han retrovertido.

 

Lista clara y completa, pero él compra lo que es conveniente para mí, esté en mi lista o no.  Tengo que ir durante la semana al supermercado en forma secreta para adquirir lo que él no compró. Me da vergüenza mencionarle los ítems adquiridos escondidamente a mi hijo, quién se ha convertido en el padre.

 

A medida que aumentan las vacunas, nos sentimos esperanzados. Cuando regresemos a un tiempo más normal, no perdamos lo que hemos aprendido de nuestra experiencia durante este tiempo sin precedentes. Sigamos apoyándonos unos a otros y recordemos cómo nos unimos todos.