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Boletín 52. Mayo 21, 2021

Las siete pandemias que soportó mi madre

por Rodrigo Briones


Ayer hablábamos de la resiliencia. Fue cuando discutíamos de la coyuntura a propósito de los contenidos para este boletín Línea Uno. Uno de los temas que surgió primero fue el Día de la Madre.

Otro tópico fue la resiliencia, y de cómo, este tema se ha instalado en la discusión en los mas diversos ámbitos. También de cómo es una palabrita o término muy de moda. Es que necesitamos de resiliencia para enfrentar la pandemia.

 

El término resiliencia proviene de la física de los materiales. Expresa las cualidades de un material de resistir a la presión, doblarse con flexibilidad y recobrar su forma original. En psicología, se define como la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, o situaciones similares que provocan mucho dolor.

 

En la situación actual, sería más apropiado buscar otro término que refiera a la capacidad de resistir los embates de un ambiente cuanto menos adverso. Ser fuertes y a la vez flexibles. Ser tolerantes y a la vez innovativos para dar respuestas acordes a una realidad cambiante.

 

Con estas ideas más que con el marketing del Día de la Madre es que recordé a mi madre. Ella murió muy joven, a los 54 años.

 

Me pareció oír tararear a Papá una canción de Serrat, poco después que murió Mamá. “… no hay nada más hermoso que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí...”

 

El domingo 9 de mayo se festejó el Día de la Madre en Canadá y en muchos otros países del mundo. En los días previos, durante una reunión de trabajo con mis compañeras – todas madres, me recordaron que había que festejarlo.

 

Entonces les conté que a mi mamá no le gustaba que le festejen un día y la maltraten el resto del año. Cuando dije “maltraten” me pareció que la pantalla de Zoom se congeló. Les dije que sí, es maltrato. Quizás sin intención, pero que la mujer ha venido siendo relegada desde siempre a un lugar de segunda.

 

Como cuando Papá le regaló una heladera inmensa, blanca, amplia para la familia grande que ellos habían sabido construir. Era de la marca Singer y papá la eligió para el día de la Madre. Y encima hizo un canje de la venerable máquina a pedal por una cosedora eléctrica. Es decir, tomó decisiones e impuso ideas por sobre los deseos de su esposa, y encima los asoció con festejar a la madre.

 

Estoy seguro de que, muchos años después él empezó a darse cuenta de que había otros relatos posibles. No sé si fue consciente de que ser varón da privilegios. Pero es portación de género lo que habilita o no. Para ser o estar, poseer o tomar. Decidir y avanzar.

 

Mi madre quiso estudiar medicina y su papá, un abuelo que no conocí, le prohibió viajar a Buenos Aires. La familia estaba establecida a 400 kilómetros pero los de la década del 40; cuando los caminos eran de tierra y no había más que el tren para viajar. Siempre que no hubiera inundación.

El argumento, según me contó mi madre fue que “… vaya a saber que les harán a las médicas jóvenes en la guardia del hospital”. O sea, no es que el patalear de hormonas sea parejo. No, el hombre decide cuándo tomar. La mujer, se la aguanta.

 

Después fue Papá el que impidió la entrada de barbudos a su casa a comienzos de la década del 70.  Los 6 hijos de ambos podían bastarse solos, o casi. Mi padre imaginaba que los compañeros de estudios que tendría mamá en la facultad de medicina serían como se decía entonces: barbudos y protestones. 

“Entran ellos y yo me voy”. Dijo fuera de sí, imaginando a sus compañeros de la izquierda sentados a la mesa preparando un examen de biología. Le horrorizaba que nuevos mundos se abrieran mostrando su carga de contradicción. No, ellos no entran.

 

Lo enfrenté, dije cosas muy duras. Fue durante un almuerzo. Después no hablamos más por un tiempo largo. Mi madre me puso en mi lugar: “este es un tema de tu padre y mío, vos no tenés lugar en esa discusión”. Fue un shock, pero me sirvió para entender de elecciones personales y de formas de vida aceptados.

 

Una tarde de verano, sentado en la escalerita de la entrada de mi casa en el Barrio Cementista en Mendoza, me dijo que él no supo ser una cosa distinta. El no hubiera podido ni pensar en contradecir al Abuelo, pero lo que me estaba diciendo era que él había seguido el modelo de su papá. Y de los hombres de su época.

 

El varón anda a la deriva desde que descubrió que la mujer tiene un espacio creativo, pero ¡de verdad! No esas manchas de óxido en el techo de la cueva, que parecen bisontes. ¡Ella cada nueve meses puede hacer un bebe!

 

Entonces a festejar el Día de la Madre, porque es ella la dadora de vida. Y el resto del año que cargue con el peso de mantener el orden, la limpieza, la parentela, los enfermos y los de la Covid19 también. Carga tremendamente pesada, constante y sin descanso.

 

“A mi no me gusta que me festejen el Día de la Madre y que el resto del año me maltraten”.

 

Dar vida es una tarea en conjunto, y allí participa el hombre también. Hay que saber construir ese lugar. Pero eso es tema de otra historia.

En la semana me acordé de Madre, que tuvo cosas valiosas y mucho de lo que sé lo aprendí de ella, no de la enciclopedia, sino del modo de agarrar los libros.