Línea Uno CDH

Boletín de información comunitaria

Consejo de Desarrollo Hispano
Boletín 54. Junio 18, 2021

Inmigración - La frontera Sur

por Orlando Lara Pineda *

 

Este año el número de migrantes Centroamericanos ha crecido significativamente debido a la prolongación de la violencia generalizada de las “maras” y el narcotráfico, una profunda crisis económica y social, la persecución política y la pandemia del COVID19; a lo que se suma la pérdida de bienes y empleos debido al paso, en noviembre 2020, de los huracanes ETA y IOTA que desplazaron a más de medio millón de Centroamericanos.

 

Los migrantes se niegan a regresar a la nada. En sus barrios y comunidades de origen, vendieron sus pocas pertenencias y dejaron atrás deudas para financiar el periplo, con suerte pagando a un “coyote” o bien con lo puesto yendo a pie o a dedo (jalón).

 

La administración Biden anunció a inicios de este mes el retiro de la política “Quédate en México” puesta en vigencia en 2019 por el expresidente Trump y que forzó a más de 26 mil solicitantes de asilo Centroamericanos a permanecer en México o en los propios países de origen de los que huyen – como parte de acuerdos con los gobiernos Guatemala y Honduras.

 

El secretario de Seguridad Interna de EEUU, Alejandro Mayorkas, reconoció las precarias condiciones de los solicitantes de asilo, en las ciudades fronterizas de México, mientras esperan una respuesta.  Moran en carpas en las calles o hacinados en cuartos de parientes y conocidos en zonas de alta proliferación de drogas y violencia. Sin recursos para tramitar el asilo, numerosos casos han sido tratados en ausencia lo que al final demora más el proceso.  Cerca de una cuarta parte de las personas retornadas intentan reingresar lo que aumenta la presión sobre las patrullas fronterizas. Mayorkas además criticó las políticas de separación de padres e hijos al momento de su detención, que ha afectado a más de 5 mil familias, y se comprometió a la búsqueda de soluciones para su reunificación.

 

Estas medidas se suman a la decisión de detener la construcción del muro como parte de una respuesta más integral. De hecho, desde inicios de 2021 circula una propuesta de reforma migratoria para flexibilizar y reducir los tiempos de aprobación de las más de 900 mil solicitudes de visas acumuladas y ampliar las opciones de visas de trabajo para reducir la presión en la frontera.

 

El éxodo en tiempos de pandemia

 

La inmigración indocumentada continúa creciendo en el mundo entero en la llamada “frontera sur” de los países desarrollados: Estados Unidos y Europa. Cientos de miles huyen a pie de la violencia y el hambre del modelo neoliberal que se acentúa en tiempos de pandemia.  Latinoamericanos en la frontera entre México y Estados Unidos, africanos en el mediterráneo y asiáticos llegan a Turquía y Europa.

 

¿De qué se huye, cuando se decide viajar con todas las incertidumbres a un destino lejano?

 

Los(as) migrantes huyen de guerras, violencia, pobreza, hambre y precariedad de tal dimensión y opresión que les empuja al desarraigo. Esta migración se describe mejor como "éxodo”.

 

Al migrante le empujan las enormes contradicciones de la opresión en sus casas, en sus trabajos, en sus tierras, en sus orígenes. Quienes migran son personas necias, aventureras, curiosas y apasionadas que no se rinden, no se subyugan y a su manera se andan buscando con terquedad. Antes del éxodo hubo muchos intentos de recuperar la dignidad y forjar un destino. ¿Qué se hace con los recuerdos de los paisajes y las personas queridas, olores, sonidos y colores con quienes estar era tan fácil, esos que te roban sonrisas y lágrimas al mismo tiempo?

 

Los migrantes viajan con el compromiso de salir adelante y apoyar económicamente a la familia que dejan atrás. En desbarajuste “agarran” el camino con lo que cabe en un morral. Este “éxodo” es doloroso, violento, degradante y deshumanizante: en el lugar de origen, durante el desplazamiento y aún en el destino donde después de mucho tiempo siguen siendo extraños.  Al final y al cabo no se viaja, se huye, con el estigma, muchas veces, de tener ciudadanía y color de piel de segunda clase.

 

Datos históricos

 

De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en los últimos 30 años los migrantes crecieron en un 83% hasta alcanzar hoy en día cerca de 281 millones (2020). Representan cerca del 4 % de la población global. Dos tercios son migrantes laborales (164 millones) que en 2020 enviaron remesas anuales por el orden de los 717 mil millones de dólares.

 

Las proporciones más altas de migrantes – respecto a su propia población- llegan a Oceanía (22%), América del Norte (16%) y Europa (12%). EE. UU., Alemania, Arabia Saudita, Rusia, Reino Unido, Emiratos Árabes Unidos, Francia, Canadá, Australia, Italia y España; son en ese orden los principales países de destino.

 

En América Latina y el Caribe el crecimiento de los migrantes hacia América del Norte (EEUU y Canadá) ha sido aún mayor: 126%. Pasó de 10 millones en 1990 a 26.6 millones en 2019. Más del 90% de los migrantes registrados provenientes de Centroamérica viven en los Estados Unidos. (1)

 

Las causas históricas de la migración

 

La violencia y la inseguridad, la pobreza, el hambre y la reunificación familiar son los más importantes impulsores de esta migración. El éxodo ha estado ligado al autoritarismo, la subyugación y la violencia presente desde hace muchos años en Centroamérica, patio trasero de los Estados Unidos.

 

Desde la invasión española hace más de 500 años las tierras fueron sistemáticamente ocupadas por los de piel más clara desplazando de sus pagos a miles de “americanos originarios”. Se replicó el modelo exitoso del “encerramiento” de tierras de las monarquías y las burguesías europeas.  En especial en el llamado “Triángulo Norte”: Guatemala, El Salvador y Honduras históricamente se registra una gran concentración de la propiedad rural. En el siglo XX se suscitaron prolongadas movilizaciones sociales y guerras de guerrilla; en las que Honduras, histórico enclave minero y bananero de Estados Unidos, jugó el papel de retaguardia y base de operaciones de los “Marines” en su guerra contrainsurgente.

 

El narcotráfico, los negocios ilícitos y el éxodo

 

Desde los 1970’s, Guatemala, El Salvador y Honduras junto con Colombia se destacan en el ranking de los diez países con niveles más altos de violencia, con más de 50 asesinatos por 100 mil habitantes, más de 5 veces el promedio de la región Latinoamericana.

La cocaína que ingresa a Estados Unidos desde América del Sur viaja principalmente desde Colombia, a lo largo de las costas caribeñas de Honduras y Guatemala hasta llegar a México. Las mafias del narcotráfico se entremezclan con los negocios e intereses de las bandas locales de jóvenes - las llamadas “maras” a quienes subcontratan; los traficantes de la inmigración “los coyotes”; las redes de trata sexual; los ejércitos privados de guardias de seguridad; las fuerzas de policía “militarizadas”, los ejércitos y las fuerzas de patrullaje “fronterizo”. Se estima que más 500 mil personas armadas circulan en México y el Triángulo Norte cada una a cargo de una porción de la violencia física y sexual, la corrupción y las ganancias. 

 

El acaparamiento de tierras – Land grabbing

 

En las áreas rurales los procesos de expulsión de la población campesina por acaparamiento de tierras “land grabbing” continúan liderados por consorcios empresariales de la minería y la producción hidroeléctrica trasnacional que operan en condiciones oligopólicas – vendiendo energía al Estado a altos precios. Estas empresas se benefician del financiamiento de bancos privados y de la Corporación Financiera Internacional (IFC) del Banco Mundial, a pesar de las reiteradas denuncias de su responsabilidad en el incumplimiento de los convenios internacionales sobre los derechos de los pueblos originarios, sus prácticas violentas y el desplazamiento de las poblaciones. En Honduras los accionistas principales y el gerente de la empresa hidroeléctrica DESA enfrentan juicios por el asesinato de la defensora ambiental y líder campesina Berta Cáceres. En los últimos 15 años el IFC desembolsó 323 millones de dólares para 11 proyectos controlados por las familias de la élite de Honduras.

 

Un estudio del centro de investigaciones “Oakland Institute” de California sobre acaparamiento de tierras detalla cómo desde 2005 el IFC en África, a través de la banca privada y los fondos de inversión privados, financió proyectos por más de mil millones de dólares que causaron deforestación y daños ambientales, desplazaron a cientos de miles y transfirieron el control de más de 700 mil hectáreas a inversionistas extranjeros de los agronegocios. (2)

 

El modelo neoliberal “salvaje”

 

Con sistemas de salud privatizados, recortes a la educación, la protección social desmantelada y la desregulación de las normas del trabajo; se ha venido consolidando un modelo neoliberal “salvaje” que ha minimizado el papel redistributivo de los estados nacionales y profundizado las brechas de bienestar.

 

A esto se suma, como causa y efecto, una explosión demográfica en Belice, Guatemala y Honduras de entre el 20 y 23% en la última década. Es que el 15% de las adolescentes entre 15 y 19 años ya son madres.

 

La pandemia del COVID19 ha inmovilizado buena parte de los aparatos productivos. A nivel mundial en 2020 se registró una caída del PIB cercana al 4 %, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las cargas se reparten de manera muy desigual. Ese mismo año 76 multimillonarios de Latinoamérica obtuvieron ganancias extraordinarias por 196 mil millones de dólares. De esa manera casi duplicaron su patrimonio que pasó de 284 mil a 480 mil millones de dólares. En cambio, el 3% de la población, unos 20 millones de personas, se hundieron en la pobreza engrosando una legión de 220 millones de pobres.

 

Subempleo, pobreza y hambre

 

En Honduras el trabajo precario con salarios por debajo de la línea de la pobreza afecta al 56% de la población y en Guatemala alcanza a más del 90%. En ambos países en las zonas rurales 5 de cada 10 viven la extrema y profunda pobreza con ingresos de menos de 1 dólar por día y la mortalidad infantil es de cerca de 2 por cada 100 niños nacidos. En Guatemala el 85% de la población rural vive en cierto nivel de inseguridad alimentaria.

A finales del 2020 la situación se vio agravada con la llegada de 2 huracanes, Eta e Iota, que cruzaron la región de Este a Oeste y provocaron enormes inundaciones en la costa caribeña, que arrasaron valles productivos y los barrios bajos de las ciudades.

Desplazaron a más de medio millón de personas que perdieron sus cosechas y vieron anegadas de lodo y prácticamente destruidas sus casas en las zonas bajas de la periferia marginal de las ciudades.

 

En Honduras ONGs locales estimaron que en 2021 cerca del 40% de los trabajos más precarios “al día” han sido cancelados. No se cuentan con una pensión, un seguro de empleo ni el acceso a la atención de salud. El encierro de la pandemia, en los hogares más excluidos amplifica las tensiones y la violencia relacionadas con la disputa sobre la distribución de las tareas del cuidado entre mujeres y hombres, lo que sumado a la caída en los ingresos, la privatización de los sistemas de salud y del cuidado convierten a estos hogares hacinados en un espacio de violencia invivible.

 

Hoy en día estos países sufren el colapso de las Unidades de Cuidados Intensivos de pacientes COVID19. Las muertes se multiplican entre la población en general y el personal sanitario que ha atendido a los pacientes con muy pocas medidas de seguridad. Las asociaciones de médicos han insistido sobre la situación precaria y el colapso de los hospitales. La crisis está lejos de llegar a una solución ya que los gobiernos han prolongado prácticas corruptas con  negocios millonarios en la importación de mascarillas, equipos y otros materiales esenciales de salud. En su asignación se prioriza al personal de la policía y el ejército. La infección por COVID19 deja a las familias en la quiebra ya que deben vender lo poco que tienen y endeudarse para pagar el material de protección, los tanques de oxígeno y los medicamentos. 

 

La pandemia del COVID19 ha amplificado la incertidumbre de las mayorías multiplicando los factores que gatillan el éxodo

 

El viaje

 

Despiertan un día sin un centavo, rodeados de la violencia y el hambre. Venden lo que pueden. Son los más pobres, pero también se suman las clases medias con empleos hoy precarizados que liquidan lo que tienen. El drama humano detrás de cada inmigrante es muy difícil de soportar. Por eso, la mayoría de los noticieros y la población del mundo, intentan ignorar las historias de hambre, violencia e incertidumbre. 

Al menos la mitad de las mujeres y hombres inmigrantes centroamericanas, consultados, sufren violaciones sexuales en el trayecto de cerca de 5 mil kilómetros. Unos 2 meses a pie, tres días en camiones y autobuses, por su cuenta o con arreglos de traslados ilegales de los “coyotes” que cobran entre 3 a 5 mil dólares a las familias por llevar a sus parientes hasta la frontera e intentar hasta 3 veces cruzarles.

 

De acuerdo con cifras del gobierno de Estados Unidos en el primer trimestre de 2021 cerca de medio millón de personas fueron detenidas en la frontera con México.  Se suman, cerca de 36 mil detenciones en México en el Estado de Chiapas fronterizo con Guatemala y en el de Tamaulipas en la frontera con Estados Unidos en el área costera del Golfo de México.  

 

Tanto en Estados Unidos como en México los menores representan cerca del 10% de los inmigrantes. El 96% de esos menores son de Guatemala (39%), México (25%), Honduras (25%) y El Salvador (8%). ONGs como Caritas, de la Iglesia Católica y otras redes locales han organizado casas de refugio para los migrantes. Ahí se confían historias aterradoras, pequeñas muestras, de un sufrimiento que les marca la vida. Con el incremento de la vigilancia en la frontera, en la última década las estrategias de los “coyotes” cambiaron. Ofrecen a sus clientes el cruce “seguro” de los menores solos, aprovechando la obligación de las autoridades migratorias de acoger y protegerles.  (3)

 

Cruzaba para entregarse… ese era el punto

 

Felipe sabía que había llegado el momento más difícil en el viaje. Sólo, acurrucado entre matorrales, miraba para atrás desconfiado y para adelante escudriñaba ésta y la otra orilla del Río Bravo. Repasaba las instrucciones que le había venido gritando el coyote, en medio de puteadas, mientras se aseguraba de que estaba bien atado a su calzoncillo la bolsita plástica con su documento de identificación del equipo de futbol, un poco vieja pero legible, y el papelito con el número de teléfono de su mamá. Ella en Nueva York, él en el Río Bravo a mitad del camino de 10 mil kilómetros desde la casa de los abuelos en

Honduras.

 

Peleó un buen rato con las dudas enormes que lo atornillaban, sabía que no había vuelta atrás. Repasaba las mil penurias del viaje, el sofoque y el olor a sudor, pis y mierda en los fondos falsos de camiones y remolques; el miedo y suspenso al escuchar las voces con dejes extraños y tono autoritario de policías y militares mexicanos en los controles en la carretera. Las caminatas de noche y los cuchitriles en que les mantenían amontonados de día en bodegas y caserones abandonados en el camino tumultuoso por Guatemala. El maltrato, las palabrotas y el manoseo… El miedo a dormir y el manoseo. No sabía cuánto tiempo había pasado viendo la orilla, tenía una picazón que le atragantaba, polvo y mocos.  Pero sabía que estaba cerca la noche, le venían las memorias recientes del viento frío que se le metía hasta los huesos y los bichos nocturnos del desierto.

 

Se encomendó a la virgencita de Suyapa, como aprendió de su abuela Chayo, en medio de rezos y a punta de coscorrones; y repasó los días en que iba a pescar y bañar atravesando el río Choluteca allá en las pozas de Cantarranas.  Sabía que cruzaba para entregarse. Ese era el punto. Ya había escuchado las patrullas fronterizas del otro lado y se notaba apenas la polvareda que levantaban por en medio del monte seco haya del otro lado. El sol ya estaba por caer.  Nadó decidido, calculó la llegada aguas abajo del otro lado y cuando logró hacer pie nuevamente, fue saltando sobre el pedregal hasta que se agarró de unos matorrales. Tomó aliento, atento y de a poco fue saliendo del agua. Se sacudió y esperó a que el agua chorreara para que no le molestara al caminar. Avanzó sobre la costanera empinada en “zigzag” buscando la cresta y ahí no más estaba el camino en el terraplén. Estaba cansado y ansioso. Se dejó caer. De lejos vio primero las luces después la camioneta patrullera que lo llevó, como a cientos de miles, a un centro de detención.

 

Sonó el teléfono a mitad de la mañana varias veces hasta que la madre contestó con voz soñolienta, después de una noche en el burdel, bailando y cumpliéndole a los clientes. Gritó de emoción y balbuceó repitiendo las indicaciones del agente de inmigración mientras buscaba un papel para anotarlas. Repasó el viaje a Texas, las recomendaciones del abogado de inmigración, se apretó los labios pensando en el sufrimiento de su hijo pero con la certeza que bien valía la apuesta, se cruzaban las imágenes de su hijo flaquito y mal comido en Honduras, las de su padre (el de ella) gritándole que era una puta, de su pareja golpeándola en aquel cuartucho ya embarazada, de las noticias de asesinatos  de maras y drogas; y la que había recibido hace poco del asesinato de su hermano, el mayor que salió primero “mojado” de Honduras, al que deportaron por traficar drogas y al que asesinó la mara en Honduras a su regreso. Algo mejor podría venir para Felipe en los Estados Unidos…

 

11 de junio de 2021

*  Orlando Lara Pineda es hondureño y argentino. Investigador y consultor en políticas públicas y proyectos de desarrollo rural en América Latina y África especialmente en organismos de las Naciones Unidas. Máster en Desarrollo Agrícola y Rural del Instituto de Estudios Sociales (ISS) de La Haya, Países Bajos; con estudios de doctorado en Ciencias Sociales en la FLACSO Guatemala y Especialista en Políticas Públicas y Justicia de Género de la CLACSO Argentina. Actualmente es docente de la Maestría en Cooperación Internacional y Gestión de Proyectos de Desarrollo de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).