Línea Uno CDH

Boletín de información comunitaria

Consejo de Desarrollo Hispano
Boletín 54. Junio 18, 2021

Viñetas 54

por Luis Carrillos


Dos días, el tren y tranvía. Del Noroeste al Sureste. Ida y vuelta.


Amigas y amigos quiero relatarles dos historias cortas, de dos días diferentes que fui al sureste de Toronto. Lo que puede observarse en el transporte público sobre y bajo tierra con pasajeros; como también en los lugares públicos, con miles de transeúntes o en congregaciones.

 

Introducción

 

Para ir al sureste de la ciudad, como vivo en el noroeste, puedo hacerlo de dos formas: bus, tren subterráneo y bus; o bus, tren subterráneo, tranvía. La primera opción, aunque más rápida no permite ver la dinámica vibrante de la ciudad. Como digo la mayor parte del viaje es bajo tierra; ahora con las medidas por el covid19, se ve poca gente. La ventaja del subterráneo es que uno puede leer con tranquilidad su libro, o hacer su crucigrama, trabajar en su sopa de letras, etc. Una persona que yo conozco aprovecha para hacer una siesta. Sin embargo, si usted se mantiene despierto verá situaciones como la que describiré más adelante.

 

La otra opción, es tomar una de las líneas del tranvía. Es la que pasa al frente de la alcaldía municipal; de hoteles, teatros, centros bancarios, cortes de justicia, torres en la zona financiera, grandes centros comerciales, restaurantes y cafeterías, centros de salud mental y hospitales, servicios comunitarios, albergues y servicios para indigentes. A pasos de recorrido universidades, colegios superiores y parques. Por lo tanto las personas con quien uno se encuentra provienen de todos esos diferentes ámbitos de la vida.

Esta dinámica me permite ver además de abogados y trabajadores de oficina con su porta documentos sobre ruedas, especialmente los primeros; y a otras y otros trabajadores de establecimientos ya mencionados. Por su vestimenta o indumentaria uno puede inferir de qué carrera u oficio son, o qué tipo de vida siguen. Ya mencioné centros de salud mental, albergues y servicios para indigentes. Estas personas son una visión común y numerosa en esa área.  El mundo se nos muestra, exhibiendo su dinámica, haciendo que esta opción, aunque más prolongada sea más excitante. Eso también lo veremos adelante.

 

En el Tren Subterráneo

 

Cierto miércoles de mayo, después de haber trabajado a primeras horas de la mañana en la ‘oficina del parque,’ proveyendo consejería de apoyo a Sofía (no su propio nombre) hice el viaje acostumbrado al este de la ciudad.

 

Como el tren subterráneo es un pequeño universo donde se pueden vivir u observar diferentes situaciones o incidentes, quiero describir uno que le llamo La mujer y el pordiosero.

 

En una de las estaciones entra una mujer sin mascarilla. En lugar de esto, ella se cubría la cara con pañoleta, y se para a la par de donde yo estaba sentado. Pensando que quizá por falta de mascarilla estaba usando su pañoleta, le ofrezco una nueva del paquete, que siempre cargo en mi bolsa de hombro. Ella amablemente me responde que “gracias, acá llevo en mi cartera;” haciendo el gesto de hurgar en su cartera y mostrarme que sí llevaba una. “Prefiero mi pañoleta.” Responde en forma jovial para mi alivio. Vale decir que yo con mi acción corrí el riesgo de una reacción poco amable. “No importa ajustármela a cada rato a que me cubra. Prefiero esto a la marca que me hace la mascarilla en la cara.” Dijo mientras se reajustaba la pañoleta sobre su boca y nariz.  En la otra mano llevaba varias bolsas repletas que parecían compras. Le ofrecí el asiento, pero también rechazo la oferta.

 

Mientras conversábamos la joven mujer y yo; un hombre indigente que es una presencia permanente en el tren subterráneo: cara, manos, y vestimenta sucias y sin mascarilla extendiendo la mano en forma de pedir limosna. Yo como la mayoría de las personas le digo que no tengo monedas; en cambio la mujer le pregunta si necesita algo de comer, al mismo tiempo que sacó de una de las bolsas de compras con el símbolo y logo de una conocida cadena de supermercados de la ciudad, un paquete de galletas y una manzana y se las ofrece amablemente. El hombre con gesto airado se toca la palma abierta de la mano extendida con las puntas de los dedos de la otra y en voz enojada y en forma de desprecio le dice “Quiero dinero. No necesito comida.” Ella sonriendo le dice “Tenga buen día.” Mientras él le daba la espalda a continuar su ’misión limosnera.’ La interacción entre ella y yo termino cuando yo me apee del tren y ella continuó su camino, no sin antes un saludo de despedida: “Que tenga buenas tardes”. Esta vez sí se sentó en el asiento que yo le había ofrecido antes.

 

En el Tranvía

 

El cuarto domingo de mayo, en lugar del día miércoles hice mi visita semanal de costumbre al lado Este de la ciudad.   Ese día la Alcaldía Municipal de Toronto había anunciado que allí se abriría una clínica de emergencia de vacunación contra el covid19 donde se administrarían 4000 vacunas. Viendo las noticias a la una de la tarde, la televisión mostraba la larga línea de personas que serpenteaba en lo largo y ancho de la Plaza Cívica Municipal.   Eso no era lo único que mostraba, también presentaba tomas de la policía arrestando a manifestantes anti vacunas congregados en una esquina de la misma plaza. Las noticias me trajeron una idea: de regreso a la casa tomaría el tranvía que pasa frente a la Alcaldía Municipal y ver personalmente lo que pasaba.

 

En el tranvía uno de mis pasatiempos, aunque llevaba mi libro abierto, es el sentarme en un asiento al lado de una de las cuatro puertas del vehículo y ver de reojo quienes pagan y quienes no pagan al abordarlo. En el trayecto de unos veinte minutos hasta llegar a la alcaldía, en la puerta que yo vigilaba entraron catorce personas, ocho pagaron y seis no. Unos hasta le dirigían la mirada desafiante a alguien por si los estaba viendo, como diciendo: “…Y que!?”

 

En La Plaza Cívica

 

Al llegar a la plaza cívica me bajo del tranvía y me dirijo a esta. El reloj de la torre mostraba las cuatro de la tarde. La cola de personas a vacunarse había desaparecido salvo unas cuantas a la entrada de la clínica. Lo que más me llamo la atención fue una falange  de unos quince policías obstruyendo el paso de dos hombres con megáfonos uno con el de alto poder y otro con uno más pequeño. El primero arengando al viento en alto volumen que el ponernos “la vacuna nos iba volver súbditos de china,” o que Canadá se convertiría “en un Irán, donde no hay libertad, etc., etc., "

 

La otra parte de esta dinámica, es que mientras el de la arenga “tomaba respiro,” como decíamos en los tiempos de las manifestaciones de la solidaridad; el otro manifestante con el megáfono más pequeño se dedicaba a lanzar insultos a los policías  al mismo tiempo haciendo movimientos bruscos y agresivos en forma de provocación. Estos se mantenían imperturbables excepto el que parecía sargento por sus insignias que se mantenía moviéndose a pasos de el del megáfono grande; que al mismo tiempo parecía ser el líder de un pequeño grupo de unas ocho personas portando  letreros anti vacunas y anti encierro. Tres de ellos grabando con sus celulares la acción. La confrontación no violenta entre manifestantes y policía cesó cuando el hombre del megáfono grande se dirigió custodiado por los policías hacia la acera de la calle principal donde reanudó su arenga. 

 

Después de unos minutos de ver la acción decidí retirarme, pues ya había observado bastante para escribir estas mis líneas. Por supuesto que antes de irme a abordar el ‘tren subterráneo;’ tomé unas fotos del acontecimiento.  Ya tenía suficiente de la vida, el accionar, y el bullicio de la ciudad. El regreso a mi casa se dio sin ningún incidente, me dediquee a leer un libro nuevo para mí, titulado The Man in the Wooden Hat.-El Hombre en el Sombrero de Madera-

 

Cierre

 

Con esto concluyo estas viñetas número 54, esperando que hayan sido una ventana de la vida acá en Toronto en tiempo de la pandemia. Muchas gracias, y hasta la próxima.

 

Luis Carrillos