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Boletín No 74, Toronto, Deciembre 10 de 2021
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Ver para creer

Boletín Línea Uno 74 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
10 December 2021

por Sandra Farias

Es una sensación inquietante sentir que estamos viviendo la historia, la cual será, probablemente, revisitada con frecuencia por las próximas generaciones. Tal vez se analizarán sus lecciones y los roles de cada uno de los países, las corporaciones, la ciencia, los hospitales. En fin, habrá mucho para contar y revisar¨: ¿cómo hicieron a partir del 2020 para combatir un virus que enfermó a millones en todo el planeta?

Algunos documentalistas pensaron ese escenario futurístico y comenzaron un trabajo imposible, por las restricciones: recolectar imágenes desde adentro de los hospitales donde se trataba a los pacientes más graves.

Muchas veces se habrá oído decir que una imagen vale más que mil palabras, pero en el caso de la pandemia -que aún estamos atravesando desde marzo del 2020 y que ya lleva más de 3 olas-, y cuando aún nos siguen llegando alertas noticiosas de una nueva variante, esta frase cobra todavía más relevancia por las enseñanzas que nos ha dejado esta época de incertidumbre.

¿Qué hubiera pasado si muchas más personas hubieran visto lo que ocurre dentro de las salas de pacientes con Covid-19?, ¿cómo habríamos reaccionado al ver a los muertos apilarse en los pasillos  de los hospitales?, ¿hubiera cambiado la percepción de la potencial gravedad de la enfermedad?, ¿habría circulado tanta información por las redes sociales negando el virus, haciendo dudar de la pandemia, cuestionando la ciencia de las vacunas?

Recuerdo que fue en abril del 2021 cuando pasé por esa situación de vivir de cerca la tragedia. En mi familia extendida perdimos ‘casi un hermano’ de 56 años en Argentina, que se agravó en menos de 2 semanas. Una persona sana, que nunca fumó ni bebió, pleno de proyectos y vida por delante. Fue un mazazo, aún tiemblo cuando recuerdo el llamado con la noticia a la madrugada. Nadie se pudo despedir, ni siquiera su esposa y su hija adolescente, que también se enteraron por el teléfono, mientras esperaban en la calle más cercana al hospital. Para entonces, las vacunas estaban llegando y la burocracia de esa región donde vivía demoraba su distribución. Fue demasiado tarde para él.

Tal vez por eso, cuando supe hace pocos días que el director Matthew Heineman presentó su documental "The First Wave" (La Primera Ola) mi primera reacción fue “no sé si seré capaz de ver esto”. El documental es un retrato íntimo de los primeros cuatro meses de la pandemia de coronavirus en la ciudad de Nueva York, desde el Centro Médico Judío de Long Island en Queens, mientras médicos, enfermeras y pacientes intentan combatir una oleada que amenaza con abrumar la capacidad del hospital. Es el primer testimonio in situ realizado en Occidente. Otro documental similar se hizo previamente en Wuhan, China: “76 Days” (76 Días) del director chino estadounidense, Hao Wu.

En la “Primera Ola”, la figura central de la película es la Dra. Nathalie Dougé, abrumada por una nueva enfermedad que no sigue patrones conocidos. “Es angustioso presenciar el grado de sufrimiento que documenta esta película. La cámara observa desde la cabecera de los pacientes mientras sus médicos intentan resucitarlos. Heineman se acerca a los rostros intubados y la audiencia ve la desesperación de los pacientes que intentan hasta el último aliento”. (1)

La película logra presentar una vista sobre el terreno de lo que se sentía estar dentro de un hospital en la primavera de 2020. Fue desgarrador, la muerte estaba en todas partes y no se vislumbraba un final,” comenta el New York Times, en el estreno del pasado 20 de noviembre.

Por su parte, el director comenta que “es realmente notable que, en una era de hipervigilancia, con cámaras en los teléfonos de todos, con miles de millones de imágenes y videos creados y compartidos todos los días, había tan poco que ver de las víctimas del virus. Hasta es más fácil encontrar imágenes de estadounidenses que padecieron la pandemia de gripe de 1918 que de Covid-19 un siglo después”.

Algo parecido podemos decir de la cobertura de la guerra. Por ello, en muchas ocasiones, los ejércitos impiden la difusión de imágenes por el impacto que tendrá en la sociedad y en conseguir que más soldados se alisten, como sucedió con la guerra de Vietnam, por ejemplo.

En cambio, con otros eventos, los medios tienen acceso a la tragedia. Cuando hay un terremoto, un huracán, una inundación o un incendio forestal, el daño no se oculta.

Sin embargo, la peor parte del Covid-19 no se exhibió en lugares donde los trabajadores de medios pudieran dar testimonio. En Estados Unidos -durante la presidencia de Donald Trump- los hospitales se blindaron. Algunos piensan que la política de salud del presidente favorecía la negación de lo que estaba pasando, algo que el mismo Trump admitió antes de terminar su mandato al declarar “no queríamos causar pánico”.

Asimismo, hubo otros factores para evitar la difusión de estas imágenes, de lo que estaba pasando: el caos de un sistema de salud en crisis, básicamente. Esta decisión de “no mostrar demasiado” se explica por el riesgo de contagios, el tema de la privacidad de las personas enfermas y sus familiares, pero principalmente por toda la burocracia legal que rodea a la administración de los hospitales, manejada en Estados Unidos mayormente por abogados y, en última instancia, corporaciones médicas.

En Canadá, el hecho de que el 80 por ciento de los fallecidos fueran personas mayores residentes de hogares de cuidado a largo plazo fue la noticia que más conmovió a la población y algunos periodistas -ya en la segunda ola- tuvieron acceso limitado a las salas de terapia intensiva, con el debido consentimiento de los pacientes.

Volviendo a la pregunta si las imágenes o los videos realmente pueden cambiar la opinión pública y la política gubernamental, un estudio realizado por The MacEachen Institute for Public Policy and Governance (Instituto de Políticas Pública y Gobierno MacEachen) de la Universidad Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia concluyó que ya “para agosto del 2020 el 70 por ciento de la población canadiense estaba ya dispuesta a vacunarse -apenas hubiera vacunas disponibles-, y el 57% pensaba que debería ser obligatoria.

La encuesta también reveló que las personas mayores de 55 años tenían esa opinión. Para entonces, las noticias de lo que sucedía en los hogares de cuidado a largo plazo habían estado circulando prácticamente a diario y ampliamente desde marzo del 2020. (2)

En Ontario, 10 mil personas han fallecido de Covid-19 hasta el presente. Hoy se está pensando en edificar un espacio de recuerdo colectivo para nunca olvidar el devastador efecto de la pandemia.

Mirando hacia atrás y teniendo en cuenta la virulencia de los movimientos oponiéndose al uso de mascarillas y de los voceros antivacunas que siembran a diario las redes sociales, opino que la evidencia más sólida de la letalidad del virus nunca debió ocultarse. Hoy, ante la preocupación de más variantes aumentando exponencialmente la carga viral entre no vacunados, el caldo de cultivo para que el Covid-19 se pueda trastocar indefinidamente, es una amenaza constante.
La ciencia trabaja con datos de la realidad y por ello sus resultados son cambiantes. Este principio de cambio constante es una variable que facilita la comprensión de cómo opera la carrera científica en la prevención de enfermedades. No entender esto y negarse a la realidad es el principal problema que tenemos que abordar como sociedad. Es un problema de comunicación y educación. Somos naturalmente seres llenos de inseguridad -desde que nacemos- y necesitamos ver para creer.

El anticipo (trailer) del documental “La primera ola” (The First Wave), que aún no está disponible en Canadá, se puede ver en este enlace:  https://films.nationalgeographic.com/the-first-wave



Fuentes








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