Un cuento de Navidad

Reflexiones, diálogo y comunidad
Línea Uno
Boletín No 76, Toronto, Deciembre 24 de 2021
Boletín Línea Uno, Toronto, Ontario
Consejo de Desarrollo Hispano
DESIGN
BLOG
Go to content

Un cuento de Navidad

Boletín Línea Uno 76 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
24 December 2021

por Rodrigo Briones

Decidí salir de la modorra de la noche cuando sentí que la abuela caminaba por la galería con su paso bamboleante, arrastrando la vida con sus pies cansados.
Me escabullí rápidamente en el baño, para no quedar en la fila de los visitantes extensos que nos juntábamos en la casa familiar para festejar la Navidad.

A cara limpia, sin las lagañas de la noche, llegué a la cocina justo cuando el abuelo iniciaba el rito del café. Desde niño me fascinaba ver la parsimonia del abuelo colando el agua en un filtro largo como una media. El aroma del café inundaba su cocina. Pedí permiso para calentar agua. Quería preparar el mate como me enseñó una de mis tías, la sorprendería con el mate listo, cuando llegara a la mesa tendida bajo la galería que daba al patio cubierto por el parral.

Algunos de mis hermanos dormían pesadamente la trasnochada en la pieza del fondo. Sus ronquidos se mezclaban con el rumor de los pájaros. Era la única hora del día en que el calor se hacía notar por ausencia. De repente, entró mi padre a la cocina, tres generaciones de madrugadores, hubo un intercambio de sonrisas cómplices. Seguramente mi padre, a su turno, también se había fascinado con el colar del café de mi abuelo.

Al fin nos sentamos a la mesa de la galería, solos los tres. El abuelo en la cabecera, papá a su derecha y yo a la izquierda. Intenté hacer un chiste sobre esto, pero mi padre me frenó con la mirada. Tuvo la sabiduría de buscar lo que nos unía.

- “El mate ese que estás preparando, vos creés que lo podremos tomar hoy o será para el próximo año”.
El abuelo se sonrió con ganas, iba a decir algo, pero prefirió seguir con su café con leche.

Justo cuando terminé de armar el mate, llego la tía, entonces le dije: “… llegás justo antes que tu hermano te robe el primer mate...” Ella se acercó a su hermano mayor y le acarició amorosamente la espalda diciendo: “…es lo que ha venido haciendo toda la vida…”

Papá le respondió algo y se rieron juntos. El abuelo seguía con su café con leche, en el que ensopaba cada tanto un trozo de una hogaza de pan. Hizo un alto en su desayuno y agregó algo a la conversación, entonces rieron los tres.  
Ahí fue cuando la abuela se incorporó, viniendo del piletón que estaba detrás de la cocina. Entró en la conversación diciendo algo en guaraní, que todos festejaron y mi papá respondió como si fuera su idioma de todos los días.

Sentí ruidos en la puerta cancel que daba a la calle. Me recliné en la silla estirando el cuello para tratar de ver en medio de la majestuosa luminosidad que inundaba el zaguán quien era el que venía. Distinguí que entraba mi madre conversando animadamente con su mejor amiga, la que había oficiado de celestina para asegurar su lugar de cuñada. Venían ambas cargadas de bolsas y de alegría por el esperado encuentro que renovaban cada año. Habían salido temprano con la excusa de algunas compras de última hora, el almuerzo del día de Navidad era siempre un menú especial.

- “Que hacés levantado tan temprano hijo, ¿cómo es que no aprovechaste para seguir durmiendo? A lo mejor así se te pasaba la chinche que tenías ayer”, dijo mi madre, desordenando aún más mis rulos despeinados. En el tiempo en que traté de acomodar mi pelo cesó el rumor de las palabras, nadie dijo nada, no alcancé a ver el rostro de alguno, pero tuve la sensación de que todos sabían a que se refería mamá.

La noche anterior en medio del escándalo de regalos que se repartían y se abrían y los gritos de sorpresa y alegría de cada uno, me había sentado solitario en un sillón de la galería de espaldas al bullicio. Miraba la maraña de macetas que cuidaban los abuelos con esmero.

Pensaba en la falsedad de la fachada, la imposición de un estado de felicidad artificial, venido de afuera, por imperio de unas fiestas obligatorias.

Me fastidiaba el gasto en regalos, me chocaban los abrazos forzados y los buenos deseos.

Incluso creo que prendí un cigarrillo, algo que fastidiaba a mis abuelos y a mis padres. No me importaba.  

Seguí con la ronda de mate por un tiempo más. Cada uno recibía el suyo a su turno, sin dejar de atender a la conversación que de a ratos se unificaba en una sola, lo que casi siempre terminaba con risas a viva voz.  
Fui a la cocina para calentar más agua, cuando volví mi hermano ocupaba mi silla.

- “Que querés, con todo el ruido que están haciendo ya ni se puede dormir en esta casa”. Lo dijo subiendo el tono de voz, como para que todos lo oyeran.

Mi padre dijo que “el calavera no chilla” lo que dio pie a una larga y animada conversación respecto del origen y el uso de este dicho. Cada uno aportaba desde su conocimiento y experiencia. Pude detectar significativas miradas de un lado a otro de la mesa. Había un lenguaje, además del guaraní que yo no conocía.

Mi hermano optó por arrimar una reposera a la mesa y sentarse a mi lado para estar cerca del mate.

De esa mañana de Navidad me quedó una fotografía en la que veo a mi abuelo sentado en su sillón de madera y mimbre en la cabecera de la mesa, restos del desayuno, la taza blanca de loza. Veo a mi padre a un lado abrazando a mi madre por la cintura. Por detrás, mis tías flanqueando a mi abuela que está de pie, justo detrás de su pareja de toda la vida y definitivamente a la izquierda mis dos hermanos con ropa de ir ya a meterse en el río. El resto de la familia queda fuera de foco, los contornos no están definidos, se mezclan con el fondo donde reconstruyo el frondoso cantero del fondo del patio.

Esa imagen capta un intenso momento de mucha cercanía de la familia. Ahora estoy convencido que esto era lo que daba sustento a la parafernalia de la noche anterior.

Esa mañana de Navidad, mientras me preguntaba como llegar a ese momento sin tener que cumplir con las imposiciones del medio, me acordé del eje de coordenadas cartesianas.

Por alguna razón empezaba a entender que lo que va por el eje de las equis no se puede tomar aislado. Que sólo tiene sentido cuando lo correlacionamos con el eje de las y griegas, esos puntos de encuentro nos dan una media, algo así como la diagonal de la vida, el tobogán por donde nos deslizamos todos, aun sin saberlo.





contribuye   pixotronmedia
Hispanic Development Council
Consejo de Desarrollo Hispano
1280 Finch Ave West, Suite 203
North York, Ontario, M3J 3k6
CANADA
Boletín Línea Uno
Back to content