Viñetas Número 79

Reflexiones, diálogo y comunidad
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Boletín No 79, Toronto, Enero 14 de 2022
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Viñetas Número 79

Boletín Línea Uno 79 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
13 January 2022

por Luis Carrillos
 
Amigas y amigos, pese al riesgo de ser repetitivo con las historias en el tren subterráneo, quiero volver a comentar sobre ese espacio cotidiano de nuestra ciudad.  Con la temperatura tan fría -la televisión que se veía en los monitores de las estaciones anunciaba que estábamos a 15 grados centígrados bajo cero-, el frío era tal que las autoridades municipales habían declarado alerta meteorológica y mucha gente buscaba refugio en los lugares públicos que habilita la municipalidad para estos días del invierno.
Otras personas se guarecen en el tren subterráneo. Y, como en ese ambiente es todo un mundo de movimiento y acción, es allí donde se originan las historias que pude ver el día 2 de enero, en un viaje de ida y vuelta en el extremo este de la ciudad.

Muchacho ‘rolando un purito’           

Estaba en el tren subterráneo de la línea 1 que corre de norte a sur. Aquel sábado por la mañana iba algo vacío, dándome la oportunidad de encontrar y sentarme en mi asiendo preferido, porque es azul (especial para adultos mayores) y porque va al lado de la puerta. Al salir para ir a la otra línea, la numero 2, allí están las gradas rodantes que conducen a la conexión, así no tengo que caminar tanto. Al sentarme, seguidamente saqué de mi periódico sabatino la sección de los rompecabezas y comencé inmediatamente a trabajar en resolverlos.  

Como estaba tan absorto pensando en las respuestas que tenía que escribir en los cuadritos hice caso omiso de lo que sucedía a mi alrededor.  Eso cambió cuando en la siguiente estación abordaron el tren varias personas. En el asiento opuesto se sentó un muchacho de unos veinticinco años, poniendo su mochila sobre sus piernas sacando de esta un paquetito de papeles para enrollar cigarrillos y una bolsita plástica con un puchito de hierba color café oscuro. Procediendo inmediatamente a “rollar (sic) un purito de monte”, como dirían los muchachos del parque.

El muchacho, con gran cuidado y concentración iba enrollando un cigarrillo con yerba de color verde-café que iba sacando de esas bolsitas llamadas “ziplock” - como con un zipper que sólo se aprieta para que quede como sellada. Lo hacía como a pinchones, con dos dedos, los puchitos para cuidadosamente colocarlos en el papel que sostenía con la otra mano y para que con el movimiento del tren no se le derramara el ‘montecito.’

El tren iba inusualmente lento y el muchacho tuvo tiempo de enrollar su “purito” y llevárselo a la boca. Enseguida guardó la bolsita plástica aun con algo de material que le quedaba y empezó como a buscar algo en el interior de la mochila, “quizás está buscando algo para encender su cigarrillo” pensé yo, como suele suceder en nuestras mentes desconfiadas en casos como éste. Acto seguido me pare para irme a otro asiento alejado del muchacho y al mismo tiempo ir buscando mi salida, pues ya me acercaba a mi destino. Cuando iba yo saliendo del tren volteé a ver hacia dónde quedo el muchacho. Allí seguía el con el cigarrillo aun no encendido entre los labios y todavía hurgando en su mochila. “Ah la vida urbana y sus vicisitudes,” pensé y enfilé mi camino a mi encuentro con Lucky –el Suertudo- con quién habíamos decidido vernos ese día para nuestra sesión semanal.

Muchacha maquillándose

Como mencionaba anteriormente, de la línea 1 me pase a la línea 2 que corre de este a oeste. También en esta estación entra y sale mucha gente de los trenes. En esta ruta vi otro escenario que como la del muchacho del ‘purito,’ también me llamó la atención. Una joven mujer de unos veinticinco años vestida como una profesional de oficina con un traje café oscuro se sentó en el asiento frente al que yo iba sentado. Acto seguido, saco de su bolso un estuche, que por la presentación y apariencia parecía ser un estuche de maquillaje, y colocándoselo sobre su regazo, lo abrió. Inmediatamente quedaron visibles, frasquitos, brochas, esponjas, cajitas redondas con polvillos de diferentes tonos, y pinzas entre lo que pude ver.

Como debido a la pandemia, el asiento del lado iba desocupado, allí depositó el estuche, tomando de este una cajita con polvillos, siguiendo la acción agarró una esponja, cruzó la pierna y comenzó a frotar la esponja sobre el polvillo -que dice Google se llama fundación o base y llevársela a la cara. Una vez terminada esta parte, guardó la cajita que es redonda y sacó otra junto con su esponja. Esta vez lo que se aplicó es algo de color rosado y cuando terminó lo guardó y sacó una pinza y un espejo y empezó a trabajar con las cejas. Mi hermana dice que eso se llama depilarse. Una vez terminada esta tarea se ve detenidamente en el espejo, pasando los dedos sobre las cejas.

Satisfecha con el trabajo, procedió a lo último: sacó un aparatito que parecen tenazas, pero que la cabeza es curvada y algo así como dentada. Acá, con sumo cuidado y concentración lo acercó a sus pestañas y, como si estuviera acariciándolas, las aprisionaba con lo curvo. Como en cámara lenta, hacía un movimiento hacia arriba con la muñeca durante unos minutos. Me imagino que satisfecha con su ‘obra de arte’ guardó el aparato y solo se quedó con el espejo en la mano izquierda.  Con suma suavidad, tocándose aquí y allá, lo movía de un lado a otro y de arriba a abajo como dándose aprobación del resultado. Esta acción de la joven mujer de maquillarse le duró unos quince minutos. Mientras ella se acicalaba y trabajaba con sus pestañas, por momentos me dio preocupación algún movimiento brusco del tren. Felizmente, el trayecto fue suave y cuando abandoné el tren, ella continuaba su viaje con un semblante de complacencia.   

Viaje de vuelta

Como ya he mencionado en números anteriores, los asientos del tren subterráneo son convertidos en camas para dormir. En esta ocasión se trata de un hombre joven caucásico que parecía ser una persona “sin techo”, con sus ropas sucias y de cabello mechudo. Llevaba una frazada de crochet de varios colores. Esta se veía confortable y tibia. El muchacho la extendió sobre un asiento para dos personas. El asiento para tres que es como el palo lardo de la letra “L”, donde se forman los dos asientos, iba vacío.

Lo interesante en este caso, es que el muchacho después de haber ‘reservado o marcado’ los asientos, se paró para hacer unas flexiones, para estirar su cintura, agachándose, inclinándose hacia atrás y hacia los lados, estirando sus brazos por unos minutos. Habiendo terminado esto -que parecía ser un ritual- procedió a quitarse el abrigo y a acostarse, usando la frazada como cabecera, no sin antes hacer movimientos de cómo era la mejor forma de acomodar su cabeza y el resto de su cuerpo. El abrigo se lo hecho encima y muy pacíficamente se quedó dormido.  Habiendo visto eso y satisfecha mi curiosidad, reabrí mi libro y continúe leyendo. Lo había cerrado mientras observaba al joven en su ritual de ‘irse a la cama.’

Venta informal en el tren

Cuando decimos que, en el interior de las rutas subterráneas, en las plataformas de las estaciones y dentro de los trenes ocurre un mundo subterráneo, lleno de diversidad de actividades, no estamos inventando cuentos. Esta es una corta historia de una mujer asiática vendiendo paquetitos, tipo canastitas navideñas.  El contenido, desde donde yo iba sentado, era difícil de discernir. Lo que sí podía distinguirse eran las cintas de diferentes colores estacionales con las que estaban elaboradas las chongas en las puntas que amarraban los paquetitos. La mujer -con gesto humilde- se acercaba sólo a las mujeres pasajeras, ponía frente a ellas la caja con los paquetitos y les decía algo. Les hablaba en voz baja, así que no pude oír lo que les decía. En los pocos minutos que se tardó en andar el carro ofreció la venta a tres mujeres, pero desafortunadamente ninguna mostró interés en la mini mercancía. Ella siguió su camino hacia el frente del tren, tenía cuatro vagones más que recorrer. “Buena suerte,” pensé yo.

Por último, cuando llegué a la parada del bus que me llevaba de regreso a mi casa ya había unas ocho personas en la cola. Yo -como buen ciudadano que observa las reglas- me fui al final de la línea a esperar a que el bus llegara, lo cual no sería hasta diez minutos más tarde. Durante ese tiempo otro número igual de personas se sumó a la cola. El estar cerca de la entrada del bus, me “aseguraba”, pensé, tener un asiento.  Lo que no me imaginaba es que cuando apareció el bus toda la gente que estaba detrás de mí se aglomeró en la puerta sin esperar su turno. Hubo empujones y algunos codazos solapados, tanto de las personas que se adelantaron sin esperar su turno y los de las personas que estaban al frente y fueron empujados fuera de la fila. A ese punto decidí esperar el próximo, pues esta vez sí sería el primero de la línea y tendría asegurado un asiento, manteniendo además la distancia requerida por la pandemia.

Felizmente eso se me concedió, logré mi propósito de tomar mi asiento preferido. Y guardé las distancias, pues a esa hora ya había poca gente esperando viajar.






contribuye   pixotronmedia
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