¿Por qué será que somos pobres?

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Boletín No 82, Toronto, Febrero 4 de 2022
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¿Por qué será que somos pobres?

Boletín Línea Uno 82 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
4 February 2022

por
Alberto Juan Barrientos

¿Dónde está la salida?

La sociedad humana ha transitado un largo camino desde la división social del trabajo, punto de inflexión que marcó la ruta de nuestra civilización hacia etapas socioeconómicas más avanzadas, pero también hacia la disparidad entre los estratos y clases de cada sociedad.

Desde una comunidad primitiva, donde sólo la unidad de objetivos y el esfuerzo colectivo lograban la supervivencia de la especie, los humanos mutamos convirtiéndonos en seres excluyentes.  Nos obsesionamos no ya en subsistir sino en acumular riqueza y en preservar cierto estatus de dominación que asegurara el futuro de nuestros descendientes en las próximas generaciones.

En cada formación económico-social, comenzando por el esclavismo, una clase detentó el poder económico y por ende el político, generando un statu quo que se implantó por la fuerza de la costumbre en la psique colectiva. Esclavistas, señores feudales y potentados capitalistas ejercieron una dominación opresiva sobre los pueblos, que constituyeron la fuerza productiva de cada época. Y en todas ellas hubo revoluciones, rebeliones e intentos de cambio de las estructuras políticas con sus consiguientes ajustes de poder, redistribución de la riqueza y acceso a sus beneficios. La historia de la humanidad ha sido esa por cinco milenios, según los datos recogidos por antropólogos, historiadores, sociólogos y otros estudiosos de nuestra evolución.

Analicemos entonces dónde nos encontramos como especie en los inicios del siglo XXI.  
El mundo de hoy, con nuestra especie a la cabeza y una abrumadora tecnología capaz de situar un robot explorador en Marte, sigue marcado por la disparidad social.

A pesar de los paliativos aplicados, de los intentos de algunas sociedades avanzadas por establecer modelos socioeconómicos más justos e inclusivos, la desigualdad a nivel global continúa mostrando niveles estratosféricos difíciles de aceptar.

Es cierto que el capitalismo imperante en la Europa del siglo XIX, aquel que por su crudeza pariera una filosofía marxista bien radical para su tiempo, evolucionó sustancialmente en la siguiente centuria. No obstante, no por ello dejaron de existir agudas diferencias en cuanto al desarrollo humano, económico y social en diferentes regiones del globo terráqueo.

¿Dónde está el 1%?

De la misma manera, que el 1% de la población del planeta poseen el doble de la riqueza que atesora el otro 99%, los Estados Unidos y Europa disponen del 50 % de la riqueza global dejando la otra mitad al resto del mundo. Según el Credit Suisse Global Wealth, en el 2020, el 1 % de los núcleos familiares más ricos acaparaba el 43 % de la riqueza global, mientras el 50 % de las familias menos solventes solo accedía al 1% de ese mismo total.

Es, sin embargo, en los países del llamado Tercer Mundo donde la desigualdad social tiene sus abismos más aberrantes. Y donde el impacto de la pobreza genera un verdadero peligro a mediano plazo para las sociedades locales.
En Europa, Estados Unidos, Australia Canadá y Japón (pudiéramos hablar tal vez de las 20 naciones más industrializadas) existe una acumulación de capitales impresionante en manos de un exiguo 5% de la ciudadanía. En estos países la clase media (e incluso la clase trabajadora) gozan de beneficios sociales y perciben dividendos de la producción general, lo que les permite un estándar de vida alto, si se compara con el resto del mundo.

En cambio, en los países subdesarrollados y especialmente en los más atrasados de África, América Latina y Asia, la clase media está mucho más distante de la cúpula económica mientras la clase trabajadora, sumida en una pobreza nominal o real, se halla a años luz de las élites locales.

El análisis de ciertos datos puede darnos una idea clara de lo que significa la pobreza, o la marginación de una buena parte de la población mundial con respecto a la distribución de la riqueza. De acuerdo con el Banco Mundial, la mitad de la población laboral activa del planeta gana menos de $ 5.00 USD por hora de trabajo, y el 9% se halla en condiciones de extrema pobreza recibiendo menos de 1,6 euros al día. En el caso del Asia meridional, esta categoría aplica al 5% de la población.

En 2017, el 24% de la población mundial accedía a menos de $ 3,20 USD al día. Entre los sesenta países con el índice de exclusión más alto, la gran mayoría se ubican en África y Oceanía.

La pobreza además no es sólo medible en términos cuantitativos. La educación, los servicios de salud, una alimentación adecuada y la participación en la toma de decisiones económicas y políticas son también indicadores a tener en cuenta.

Bajo ese presupuesto, podemos decir que una inmensa mayoría de los pobladores de nuestro planeta son pobres. Incluso para muchas familias donde los proveedores del sustento han logrado asegurar alojamiento y alimentación estable a sus familias, el acceso a los servicios de salud es imposible. Cualquier situación de emergencia para ellos, como puede ser una hospitalización o una intervención quirúrgica, consume sus ahorros y su crédito, dejándoles incapacitados de afrontar los gastos regulares de vida. Asimismo, la precariedad económica de millones de adultos en el Tercer Mundo provoca que sus hijos, movidos por la necesidad de ayudar, se incorporen antes de tiempo al mercado laboral, abandonando los estudios. Sin alcanzar conocimientos cada vez más necesarios para la obtención de trabajos bien remunerados, estos adolescentes caen en un ciclo de supervivencia que no les permite salir de la pobreza en su adultez.

¿Mucho peor para la mujer?

La desigualdad social tiene también un elemento sexista. Las diferentes civilizaciones, por milenios, practicaron un esquema de diseño social que se basa en la preponderancia masculina. Y esto no sólo se refleja en las posiciones cimeras dentro del mercado laboral o la política, sino también en la remuneración por el trabajo realizado.
Históricamente y hasta el día de hoy, las mujeres perciben pagos más bajos que los hombres por igual labor y les cuesta mucho más tiempo y sacrificio acceder a posiciones de liderazgo, aun teniendo el mismo rendimiento y capacitación que el sexo opuesto.

Según las estadísticas globales, los hombres detentan un 50% más de riqueza que las mujeres. Solo el 18% de los ministros, 24 % de los parlamentarios y el 34 % de los “managers” en el mundo son mujeres.   Por otra parte, el fenómeno cultural y ancestral que ha asignado a las mujeres el cuidado de los hijos menores y ancianos, en el marco de la dinámica familiar, les ha puesto en situación desventajosa en términos de superación profesional debido a limitaciones de tiempo.

A nivel global, debido a la responsabilidad familiar no pagada que ejercen las mujeres, el 46% de ellas en edad laboral permanecen desempleadas lo cual contrasta con un 6,5% de los hombres. Ellas engrosan la casi totalidad del mercado de empleo doméstico, pagado tradicionalmente con salarios más bajos y muchas veces insertos en esquemas informales, donde no existen beneficios o protección legal.

¿Dónde está la salida?

Habiendo comprendido la realidad de nuestro mundo en cuanto a equidad social, y entendiendo cuán lejos nos hallamos de un modelo ideal, si de posiciones humanistas se trata, analicemos brevemente cual sería el camino hacia la solución.
Al analizar los mecanismos que permiten a una sociedad moderna establecer patrones de igualdad social, vemos que la práctica ha demostrado la validez de algunas vías por encima de otras. Se trata, fundamentalmente, de cuál enfoque aplicar. Si uno basado en la utopía de que el mejoramiento humano “total” es posible, eliminando el egoísmo instintivo que la naturaleza dejó en nuestro ADN, u otro basado en un mejoramiento “parcial” pero justo, que no llegue a negar la individualidad y variedad de nuestra especie.  

La primera fórmula, la de crear un hombre nuevo desprovisto de egoísmo, inserto en una sociedad donde no hay ricos ni pobres, una comunidad donde la propiedad es totalmente colectiva y no puede haber explotación del trabajo ajeno, se intentó ya por un siglo sin éxito duradero. El llamado socialismo real, nacido del marxismo y luego alimentado por disímiles tendencias que apuntaron todas a la autocracia estatal, fracasó a pesar de ciertos logros innegables en materia de igualdad social. Este modelo no logró su adultez debido a que económicamente era ineficiente y, sociológicamente, era utópico al querer variar la individualidad intrínseca a la naturaleza humana. La experiencia de la URSS y el bloque comunista europeo avalan bastante bien esta tesis.   

La segunda opción, el mejoramiento parcial pero avanzado de los humanos que hacen funcionar una sociedad, parece estarse logrando con mejores resultados en los países nórdicos. Estas naciones nos presentan un modelo de capitalismo social eficiente, con alta productividad y competencia de mercado, pero con un sistema impositivo que permite grandes prestaciones sociales. Los impuestos progresivos, que pueden llegar a ser muy altos para los capitalistas más ricos, frenan la acumulación desmedida que vemos por ejemplo en Estados Unidos; mientras la voluntad política destina los fondos financieros resultantes a una extensa infraestructura de servicios públicos y beneficios sociales. En esta región, sencillamente, no se puede ser tan rico ni se llega a ser tan pobre como ocurre al otro lado de sus fronteras. La educación socializada y eficiente establecida en estos países, por su parte, ha logrado una cultura colectiva de igualdad que avala el mecanismo.

Finalmente, hay otra dirección en este sentido, una bastante común en las políticas de derecha que la praxis se ha encargado de desenmascarar. Algunos gobiernos de países con economías fuertes han intentado disminuir los impuestos a las megacorporaciones, amparados en la teoría de que así estas generarían muchos puestos de trabajo y el empleo masivo elevaría el nivel de vida de la clase trabajadora. Una y otra vez, desde las campañas neoliberales de los ochenta en el pasado siglo hasta la era Trump, se ha demostrado que estas políticas terminan haciendo más ricos a los privilegiados y más pobres a buena parte de los marginados. Aun creciendo, las economías bajo este modelo lo hicieron sobre la base de mayor desigualdad social, de la ampliación de los abismos entre las clases sociales.

Hay quienes dicen que la batalla fundamental de nuestra especie es por la supervivencia del planeta, cuyo clima estamos destruyendo debido a la avaricia y la ignorancia. Cabe preguntarnos, sin embargo, si además de salvarlo no debiéramos transformarlo en un lugar más equitativo y por ende más feliz en el sentido colectivo.



Fuentes
*Espada de Damocles: Amenaza persistente de un peligro
     Artículo: Distribución de la Riqueza Mundial   ( https://elpais.com )






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