El futuro depende de nuestras acciones
11 February 2022
por Duberlis Ramos
Hemos comenzado este año 2022 en medio de fenómenos físicos, sociales, culturales y políticos que parecieran escapar a comportamientos predictibles, por lo menos en la historia reciente. Empezando por la pandemia del Ómicron al ya inevitable cambio climático, desde el inminente reajuste de los mercados financieros a la profundización de las disparidades sociales o desde un Estado rector a un Estado que desfallece por las profundas grietas y divisiones entre sus ciudadanos.
De pronto, el llamado es a repensar y a cambiarlo todo, pues todo lo que conocemos es cuestionable y merece una revisión, incluida la ciencia. Si hasta el propio planeta que nos contiene también está en estado de cambio de sus manifestaciones climáticas y en su estructura física, la cual se manifiesta telúricamente en sus erupciones volcánicas, sismos y climas extremos que afectan cada vez con mayor frecuencia a toda la superficie del planeta, lo cual pudiéramos traducir y entender como un cierto estado de trauma.
Si bien es cierto, la condición humana está siempre sujeta al cambio, hoy más que nunca en nuestra historia reciente estamos en el umbral de transformaciones transcendentales. Sí, es verdad que regularmente tendemos a sentir y expresarnos de esta forma, algo hiperbólica y exagerada podría decirse, pero hoy ¿qué es lo que nos incita a sentir que hay hechos nuevos en este sentimiento de que grandes cosas pueden ocurrir?
Sí, de cierta forma, como humanidad nos encontramos frente a una multiplicidad de caminos en áreas diversas relevantes y con consecuencias directas para nuestra vida cotidiana. Así observamos cómo para sobrevivir como individuos todo aparece cuestionado, desde lo más elemental a lo más complejo. La lucha se da también en nuestro propio cuerpo, en sus derechos y como civilización en cuanto a su supervivencia misma.
Esto no es nuevo. Paradojalmente, a través de los grandes momentos del homo sapiens como el medievo, el renacimiento, la ilustración, el nacimiento del estado moderno, el nuevo modo de producción económica o en las etapas coronadas por revoluciones científicas y tecnológicas se ubicó al ser humano hegemónicamente en el centro de todo.
Bajo esta noción de determinismo superior llegamos al año 2022, en el cual encontramos que el producto de todas esas acciones realizadas hasta ahora tiene implicaciones. O sea que la situación actual de nuestra sociedad ha sido causada por nuestra propia conducta y, sobre todo, en la medida que hemos abusado, consciente o inconscientemente, de lo frágil del mundo que nos rodea y la inevitable finitud de los materiales que lo componen.
La novedad en nuestra realidad actual es que hoy todas las personas son actores y observadores. Ya no podemos alegar ignorancia o evadir pronunciamientos a la situación que nos rodea.
Ya por más de dos años la pandemia nos ha marcado tan vitalmente, sin aún poder ver su fin ni su impacto final. Y, por sobre esto, los demás temas se suman a nuestra agenda pública y privada. Esto es más que una simple cuestión de orden existencial, en cuanto hemos aprendido que somos vulnerables y lo hemos podido constatar por la enfermedad y la muerte de millones de personas a través del planeta.
Magníficamente, también hemos podido -si nos los proponemos-razonablemente discernir que la resiliencia colectiva demostrada en el campo de la salud nos puede ayudar a lograr objetivos comunes. La vacunación masiva ha sido un significativo ejemplo de esta capacidad global que, aunque vapuleada por algunos sectores de la sociedad, continúa sosteniendo la estabilidad de los países en medio de tanta incertidumbre. Es ya muy claro que nuestra condición humana está en directa relación con nuestro entorno físico y la salud también depende de ese equilibrio.
Esto es profundamente vital hacia el futuro, frente a la necesidad de definir ópticas globales en temas tan delicados como el desafío ecológico, que se deja sentir cada vez con más urgencia, ya que el aire y el agua tan simples y malentendidos comienzan a colapsar y con esto las fuentes que dan el propio origen de la vida.
Cosas tan elementales como la comida y la posibilidad de respirar para las futuras generaciones ya no son tan obvias. Por ello, dejar estos temas relegados a ajustes de mercado sería una inconsecuencia mayor.
Entonces, volvamos a lo más elemental del quehacer.
Paradigmáticamente, la tecnología puede ser una herramienta para la resolución de problemas en la medida que la utilicemos no sólo con fines mercantilistas. El fortalecimiento de la resiliencia es otra de las capacidades a desarrollar, es decir, poder volver a nuestro estado anterior una vez pasada la crisis.
En ese sentido, la sabiduría construida hasta el presente nos da luces en utilizar el conocimiento como herramienta para construir, mejorar o reparar condiciones de salud, por ejemplo, lograr una mejor calidad de vida universal. Pero esto no se puede detener aquí. Los desacuerdos, intransigencias, la guerra y la violencia de todo tipo nos continúan acechando.
Aun cuando estamos claros, cada vez más, que nuestro futuro sólo puede ser construido en paz y que, probablemente, este sea el mayor beneficio y eje central de una sociedad realmente avanzada que proteja a sus miembros, vemos cómo muchas personas sirven a los intereses de una lógica perversa dictada por la competencia tecnológica, tanto por la cantidad de aparatos mecánicos como por el futurismo fetichista.
Es evidente que estamos yendo en la dirección opuesta.
El avance ha de ser dirigido a encontrar una sinergia que permita a los seres humanos traducir en la práctica todo nuestro potencial. Por ende, este es el rol de las instituciones, las cuales gobiernan la vida en sociedad, aseguran que los procesos políticos, económicos y sociales tengan como objetivo contribuir en la calidad de vida individual y colectiva.
En efecto, cuando revisamos la historia de la humanidad y la filosofía, desde las sociedades más avanzadas a las más tradicionales, podemos ver que en su gran diseño el fin ha sido la paz, el bienestar y la seguridad.
Hoy más que nunca estamos llamados a lograr estos objetivos, mediando la utilización de todas las organizaciones que conforman el Estado en la sociedad moderna. La sabiduría adquirida deberá ser aplicada en la construcción de acuerdos, incentivados por el diálogo y la obligación básica ciudadana de visualizar y converger hacia un entorno de mayor equidad en nuestras comunidades.