Chile en una grieta de desigualdad

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Boletín No 89, Toronto, Marzo 25 de 2022
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Chile en una grieta de desigualdad

Boletín Línea Uno 89 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
25 March 2022
por Sandra Farias

Llegar a Santiago en los días previos al cambio de mando y la llegada a la Moneda del joven presidente Gabriel Boric me dejaron estupefacta. Yo conozco bien la pobreza profunda, sus inigualables contradicciones económicas, pero nunca imaginé que en el país donde nací, se había perdido la misericordia y hoy prima por sobre todo el sálvese quien pueda, un legado de décadas de un neoliberalismo salvaje que se vendió al mundo como la única promesa de desarrollo posible para el resto del continente.

A lo largo de tres décadas, tras un exilio voluntario, regresé varias veces como reportera a Chile, pero esta vez para mi sorpresa las cosas habían cambiado para peor. Noté que la gente que ha podido acumular la riqueza se ha vuelto más distante, menos amigable, hay una enorme frialdad hacia el sufrimiento y sacrificio de las demás personas.

“Échala nomás, sin previo aviso,” fue una de las frases que escuché decir cuando alguien se refería a la niñera que cuidada a la menor de la casa donde me encontraba de paso. No pude dejar de pensar en las miles de mujeres cuidadoras y del servicio doméstico que continúan siendo explotadas y mal pagadas, pese a que cuidan y se hacen cargo de quienes -al menos en teoría- más queremos, hijas o hijos, nietas o nietos.

Días después supe con tristeza de una adulta mayor postrada que seguía siendo victimizada por su propia familia, incapaz de brindarle una atención digna a pesar de sus ventajas económicas.

Hemos llegado a un punto muy bajo de valorización de la condición humana y del trabajo. ¿Qué es más productivo, qué vale más en nuestras sociedades?, una base de datos que controla la información de consumidores o prestar servicios de atención y cuidado a personas mayores y a menores, en dignidad de condiciones y con derechos para quienes cumplen estas obligaciones.

Este es un momento de transición, pero la pregunta es hacia dónde, hacia qué tipo de sociedad aspiramos. ¿A una que deja solos a sus adultos mayores enfermos?, ¿o condena a sus menores frente a una pantalla por horas, para generar, a su vez, más horas de computadora para sus adultos, distraídos en comprar artículos inservibles, transportados desde miles de kilómetros o dejando una huella de altísimo impacto ambiental en su producción?

La acumulación de bienes y servicios a costa del empobrecimiento de masas se ha transformado en la regla de las sociedades consideradas exitosas por el libre mercado. Las sociedades latinoamericanas vienen sufriendo esto, cual plaga de langostas.

No hace falta más que bajar de un bus que cruza la frontera de Chile y Argentina para arribar a un Santiago trastocado en Puerto Príncipe. La capital chilena recibe a sus turistas transandinos con avenidas de marginalidad y putrefacción, zonas urbanas hoy repletas de inmigrantes haitianos, venezolanos, colombianos, algunos tan enfermos, muriendo de dolor en plena calle sin atención médica, migrantes intentando sobrevivir el día, vendiendo cualquier objeto posible o bien arremetiendo con un violento asalto al azar. Moverse en esta parte de la ciudad es un riesgo constante y, lo peor, es que a nadie parece importarle que el deterioro haya llegado a este punto. Parecen anestesiados y hacen como en el país de la ceguera de Saramago.

En contraste, los barrios pudientes -conocidos como barrios altos - emergen fortificados para no ver del otro lado del muro una realidad social que estremece. Así termina una serie de gobiernos postdictadura, que poco y nada pudieron hacer para tapar la grieta social que no sólo se ha ido profundizando, sino que amenaza con ser ya tan extensa que bien podría terminar de deglutir a buena parte de su población, muchos aún adormecidos detrás de un celular.

En mi recorrida por el Chile profundo divisé también los terribles efectos de la pandemia: las víctimas del COVID-19 quedaron enterradas, pero en las calles es posible adivinar que donde hubo alguna actividad turística, artesanal o de pequeños comerciantes, hoy hay abandono, basura plástica, mascarillas arrojadas sin conciencia y mucha contaminación de la minería y de las demás industrias extractivistas.

Son miles las familias que vivían de emprendimientos informales, y que hoy con poca gente en las calles y el cambio a la cultura de la compra online han sido borrados del mapa, al igual que playas, varias sumergidas por el crecimiento del nivel del mar o por la contaminación a manos de codiciosos grupos empresariales sin ningún control estatal.

Un Chile sin Constitución, sin Estado y con policías adiestrados en la violencia recibe ahora a un nuevo gobierno votado por el pueblo, pero acechado por una catarata interminable de males desde la corrupción empresarial o estatal, el narcotráfico, el fraude y la mentira mediática.

El escritor chileno-argentino radicado en Estados Unidos, Ariel Dorfman describe su país natal como “una nación de 20 millones de personas gimiendo bajo el yugo de problemas típicos del siglo 21”. Tras el estallido social de octubre del 2019, del cual aún es posible observar la destrucción que dejó a su paso aquella brutal estampida, emergió un clamor por terminar con la corrupción, la injusticia social y el constante atropello de los desfavorecidos del sistema.

La esperanza de Chile hoy radica más que nunca en forjar un nuevo marco legal para las instituciones del país, que permita realizar por la vía democrática todas aquellas transformaciones postergadas desde la infame dictadura y a través de dos décadas en que, desde un poder centralizado, se continuó favoreciendo al capital extranjero y la concentración económica en pocas manos se vio fortalecida con ganancias multimillonarias durante los gobiernos de Aylwin, Lagos, Bachelet y mayormente durante los dos periodos de gobierno de Piñera.

Desde la crisis migratoria del norte hasta la bélica situación de la macrozona en el sur, Chile deberá pasar por fuertes sismos que abran camino al andar y permitan hallar reconciliación, diálogos y encuentros. De lo contrario, la oportunidad de cambios sociales y económicos, de justicia ambiental y de género no podrán fructificar y podrían quedar empantanados -para pesar de las mayorías - en las grietas de un sistema crónico de desigualdad.

Al cruzar la inmensa cordillera, me detuve a contemplar la sequía de sus altas cadenas de montañas, que en algún momento del siglo pasado supieron tener sus nieves eternas. Pensé en los ríos caudalosos desaparecidos y en las poblaciones que desaparecieron a sus costados. Me estremeció el vuelo de algún ave de rapiña en vuelo y en mi descenso hacia el mar sentí, al menos por momentos, vientos de cambio a los que me aferraré con esperanza, porque, al fin y al cabo, eso es lo último que se pierde.







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