Viñetas Número 96

Reflexiones, diálogo y comunidad
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Boletín No 96, Toronto, 13 de Mayo de 2022
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Viñetas Número 96

Boletín Línea Uno 96 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
13 May 2022
por Luis Carrillos
 
En la cotidianeidad de mi vida diaria, hago uso del transporte público y, dada mi tarea de escribir las viñetas, siempre ando en la búsqueda de temas y escenarios.

Ya hemos dicho que en el transporte público se vive una cultura propia, propiciada por la enorme variedad de culturas y etnias que hacemos uso de este servicio. Esta cultura puede ser, o es influenciada, por el estatus social y económico de l@s usuari@s y esos comportamientos varían de acuerdo con el medio de transporte que se trate, ya sea el bus, el tradicional, el de oruga, el tranvía o el tren subterráneo.

En el bus se corre el peligro de ser golpeado en la cara por una mochila colgada de la espalda, especialmente si se va sentado en los asientos azules, pues son los que están inmediatos a la puerta de adelante y en la hora pico, de 8 a 10 AM ó de 4 a 6 PM. Los culpables mayores de esta situación son los estudiantes de nivel secundario. Esta experiencia la vivo cada vez que voy hacia la oficina por la mañana o al regreso ya por la tarde.

Esta historia nace un día que fui a explorar el área que habíamos limpiado la semana pasada. Yo quería tomar unas fotos para las viñetas. En lugar de eso, encontré en el bus de regreso a casa a una mujer mayor de aspecto Hispano que iba, quiero utilizar el dicho,‘ lanzando dagas con la mirada.’ Un hombre joven que iba sentado a la par de ella y que no llevaba mascarilla puesta sintió la mirada de acero de la señora y quizás hasta poseedora de poderes telepáticos, porque el muchacho de pronto se levantó y se fue a parar a distancia de ella. La señora, como dicen en inglés, era very tiny -bien pequeñita. Él, en cambio, un muchachón de unos dos metros de estatura.  Cuando el muchacho se movió, la mirada de la señora se suavizó y, con ojos de satisfacción, hasta tomó una posición más cómoda en el asiento.

Las historias que pueden emanar desde el tranvía también son variadas. La más común es la de quienes no pagan el pasaje, especialmente en los que circulan en el centro de la ciudad. Esta vez se trata de una señora mayor que iba empujando un carrito de compras y se subió por una de las puertas del medio, al lado de los asientos azules. Allí iba sentado un hombre joven que no llevaba su mascarilla. Ella inmediatamente le preguntó ¨ ¿puedo sentarme en este asiento?” Ya hemos dicho que los asientos azules son para personas mayores, con discapacidades físicas o mujeres embarazadas. El muchacho se movió, dándole el espacio. Ella se sentó y le ve sin mascarilla y le dice en voz alta audible para los que íbamos sentados en los asientos adyacentes: “Te permitiría irte sentado a la par mía, pero no llevas mascarilla puesta y yo soy vulnerable en mi salud.” El joven no pudo hacer otra cosa más que levantarse e irse a otro asiento bastante retirado. Hay que mencionar que la señora y el muchacho eran caucásicos, de tez blanca y ojos azules.

Lo que me trajo a recuerdo el dicho que usamos por allá: “Entre cheles se entienden.” La señora lo siguió con la mirada al ver que se fue hasta casi el final de la parte de atrás del vehículo mirándonos a los que íbamos sentados enfrente, moviendo su cabeza de lado a lado como diciendo: “Ah the young people” -Ay los jóvenes-.

Las historias que salen del tren subterráneo también tienen sus variaciones. Un día me sentí satisfecho de ver a varias personas leyendo libros y me dio curiosidad de leer el título de cada libro y relacionarlo con la persona que lo iba leyendo. Aunque estaba consciente de que era una acción intrusa, lo hice los más disimuladamente posible para que nadie lo notara, justificándome con el dicho que vengo oyendo desde niño de mis mayores que: “Ojos que no ven, corazón que no siente,” cuando querían justificar algo.     

Comencé observando a una joven mujer Latina/Hispana leyendo muy atentamente un libro de los llamados “de bolsillo.” Ella iba tan concentrada en su lectura, y de pronto levantó la vista de las páginas del libro e hizo un gesto de molestia. Parece que había perdido su estación y procedió a cerrarlo y allí pude leer el título: La catedral del mar, el cual quedo visible cuando le metía en su bolso. Su entrega a la lectura era tal que no oyó el anuncio de la estación, y de acuerdo con su vestimenta era una personal support worker, PSWs como les llamamos en forma rápida, que me imagino iba a visitar a su paciente. Estas nobles profesionales del cuidado andan con el tiempo limitado. He ahí su apuro.

Volviendo a lo del libro. Esa es una de las experiencias que me sucedió un par de días antes cuando yo viajaba en el tren subterráneo y venía ensimismado leyendo Violeta, la última novela de la escritora chilena Isabel Allende.  En esa ocasión me perdí dos estaciones, pues se dio en el momento que leo cuando Violeta está relacionando, o mejor dicho, asintiendo ser nieta de Severo del Valle y Nivea, personajes principales de la primera novela de Allende, La Casa de los Espíritus. De la lectura de estas y de otras de sus novelas y trabajos literarios conversaremos más adelante.                  

Queriendo averiguar más el porqué de la profunda atención de la joven, hice una breve investigación sobre La catedral del mar y encontré que el autor es Ildefonso Falcones, que la novela está basada en Barcelona de la Edad Media, y que ganó muchos premios, para ser breve.  La obra tiene muchos comentarios, de los cuales cito uno, lo que justificaba la atención de la mujer: “Un relato que se lee con la misma avidez con que se ha escrito y que uno quisiera prolongar aun sabiendo que ha terminado. Un retablo de maravillas.” (1)

Al bajarse, la joven lectora de La Catedral del Mar, otra joven que parecía estudiante universitaria iba con un libro bajo el brazo y se sentó en el asiento desocupado. Se dispuso a abrir su libro, y como decimos por allá, “metió la nariz” en sus páginas y procedió a leer.

En ese instante pude leer el título: The Lost Apothecary. Su concentración también era profunda y como que, si lo hacía en forma crítica, unos instantes después sacó un cuaderno y escribió notas, y/o hacia anotaciones o subrayados en las páginas de la novela. Como lo mencionaba en la historia anterior, también sobre The Lost Apothecary hice una breve investigación, porque si La Catedral del Mar era agarradora para la lectora, El Secreto de la Boticaria, que es el título en español, descubrí que es una novela de ficción histórica del siglo diez y ocho: “Escondida en las entrañas del Londres del siglo XVIII, una botica secreta sirve a una clientela muy inusual. Entre las mujeres londinenses se rumorea sobre una misteriosa mujer llamada Nella, quien vende venenos bien disfrazados de medicina a aquellas que necesiten usarlos contra hombres que las maltraten…”  (2)                                                                                                                      

Esto me hizo concluir que la joven era una estudiante y estaba preparando un ensayo sobre la novela. Yo de pronto lo relaciono con algunas mujeres en las noticias sobre consecuencias fatales, traídas como resultado de la violencia doméstica en estos dos años de pandemia.

Ese mismo día que viajaba en el tren subterráneo y que iba hasta el final del recorrido, dos paradas antes de mi destino, me moví hacia el vagón de enfrente, allí estarían las gradas que me llevarían al autobús que debería tomar. En uno de los asientos del vagón iba un hombre mayor con el ceño fruncido y concentrado leyendo un volumen de tapa dura y color negro con letras grandes que leían The 27 Best Chekhov Short Stories, -Las 27 Mejores Historias Cortas de Chekhov. Sobre el autor, la investigación muestra que: “Antón Pávlovich Chekhov fue un cuentista, dramaturgo y médico ruso. Encuadrado en las corrientes literarias del realismo y el naturalismo, fue un maestro del relato corto, y es considerado uno de los más importantes autores del género en la historia de la literatura” (3)

Sobre la expresión facial del hombre lector, que parecía rondar los setenta y cinco años, (más o menos mí misma edad) además de tener fruncido el ceño, mostraba también una concentración profunda. Quise investigar la razón de ello y encontré que en las historias de Chekhov “… el lector está siempre sutilmente desviado alrededor de puntos de vista y de diferentes sensibilidades y niveles de ironía – nada es claro como el cristal, todo está siempre cambiante y sin embargo todo está como debería ser: la vida es un desorden, la subjetividad es un desorden… (pero) como lo presenta Chekhov es lo que lo hace atractivo… y nos lleva a un lugar como un rio peligroso.” (4)                                                                                                                                                                                                                             

Después de leer el pasaje anterior varios días después, pude entender lo de la expresión del hombre mayor. La lectura parece misteriosa.    








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