No es una gripecita

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Boletín No 106, Toronto, 22 de Julio de 2022
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No es una gripecita

Boletín Línea Uno 106 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
22 July 2022

por
Sandra Farias
 
Tener COVID en la séptima ola y en pleno verano es una desgracia.

Lo primero es que te agarra por sorpresa, cancelando todos los planes para disfrutar del verano canadiense, siempre corto. En vez de salir libremente, disfrutar de los espacios soleados, de las playas, piscinas, heladerías, de los paseos en bicicleta y las caminatas, toca quedarse en casa y optar por actividades y pasatiempos en donde las articulaciones estén cómodas, porque los dolores en las 360 coyunturas del cuerpo, la fatiga constante, la niebla mental y la irritabilidad por no dormir bien, están a la orden y terminan por imponerse. Si a esto le sumamos la tos que estremece todo lo que ya te dolía sin sacudirte y los pulmones que crujen, nos damos una idea de cómo es contagiarse con este virus.

Lo primero que noto es que no es una gripecita, como tristemente lo bautizó un presidente de esos que muchas personas eligen sin pensar mucho, pero que resultan bien ignorantes. El poder superar al virus no nos hace más fuertes, ni habla bien de nuestro sistema inmune, sino que simplemente nos confirma lo que ya sabíamos, pero no queríamos reconocer: es un virus que llegó al mundo para jodernos la vida y que además nos obliga a estar en vilo constante, aún después de haberlo padecido o después de haber pasado por el trámite de vacunación más de una vez.

Aunque debo admitir que, conociendo mi cuerpo y mis pulmones, creo que sin las vacunas no estaría escribiendo estas líneas, siento que el sistema me defraudó. Mientras seguí cuidándome, usando mascarillas, me puse tres dosis y limité al máximo mis contactos, esto no impidió un contagio, lo cual habla de lo pegajosas que son las variantes circulantes.
Me siento frustrada porque se levantó el uso obligatorio de la máscara en sitios cerrados y porque las autoridades de salud de Ontario se demoraron mucho en permitir que todas las personas que quisieran su refuerzo pudieran tener acceso. Hoy por hoy, hay suficientes personas tosiendo y esparciendo microgotas con el virus por los espacios cerrados como el transporte público, el supermercado y otros lugares con poca ventilación y se perdieron semanas claves para vacunar masivamente sin restricciones de edad a todas las personas que ya estaban pasando los cuatro meses de su último refuerzo.

Si la máscara es esencial para entrar al aeropuerto, no entiendo por qué no lo es en un supermercado o en una farmacia.  No entiendo en qué han cambiado las cosas respecto de marzo o abril si hemos seguido teniendo crecimiento de casos constantemente, y ahora más hospitalizaciones que incluso las registradas en el invierno pasado.

Tener COVID con una inflación in crescendo y un alza del costo de vida trae además otra tragedia a tu vida y nos plantea varios dilemas: ¿estoy en condiciones económicas de perderme más de una semana de trabajo? ¿Cuánto pierde mi canasta familiar si digo que tengo COVID? ¿Me tengo que aislar y dejar de hacer mi vida?, ¿Tengo una red que me contiene para hacer compras y preparar alimentos?, ¿Qué pasa si no me recupero en casa y tengo que ir a un hospital con poco personal y finalmente, pero no menos importante, ¿quién cuidará de mis mascotas?

Imagino que muchas personas que continúan saliendo sin límites, ignorando los síntomas y esparciendo sus fluidos sin contemplación por el prójimo, lo hacen porque tienen que trabajar y como la pandemia ha sido tan larga y los confinamientos tan espantosos, ya tenemos que aprender a vivir con esto y listo. En parte, compartía este último razonamiento. Si tenemos vacunas y esto disminuye el riesgo de enfermedad grave o muerte, entonces las restricciones se pueden levantar y hay que tender a la normalización, y -en definitiva- vivirlo como hacemos con la gripe. Pero ¿eso no lo había dicho ya un presidente de esos que no entienden nada?

Es decir que, si no hubiera tenido la enfermedad, habría aceptado los razonamientos basados más en la ignorancia que en la evidencia científica. He tenido miles de veces gripes en mi vida y nunca me había fallado la capacidad cognitiva al enfrentarme a un virus respiratorio, es más, siempre fui capaz de trabajar y de funcionar lo más bien. Pero con COVID no es lo mismo.

Con miles de personas sufriendo efectos a largo plazo por el COVID y sintiendo la bruma mental apoderarse de mis capacidades cerebrales, no entiendo cómo es posible que neguemos la crisis de salud pública que tenemos encima y nos sea tan fácil aceptar las noticias falsas y la interminable catarata de videos antivacunas, que incluso siguen siendo compartidos en la impunidad del anonimato, porque nuestros Estados no son capaces de controlar la evasión de los millonarios ni a los monopolios que controlan las puertas del internet sólo con criterios de maximización de ganancias.
Cuando retomo esta nota, tras el paseo por las cumbres borrascosas que me dejó el virus, comprendo que estoy un poco enojada, que escribo desde la poca paciencia que me queda con la realidad que me rodea porque veo la negligencia de abandonar a nuestros adultos mayores a más brotes con consecuencias impredecibles ante la llegada de nuevas variantes y olas. Pienso con impotencia en las enfermeras que se perdieron por el bajo nivel de reconocimiento durante la pandemia, y en las miles que trabajan en limpieza o en trabajos precarios de sobrevivencia aún, porque no las dejan ejercer, porque su formación profesional no ocurrió en universidades canadienses, como si no estuviéramos precisamente en una emergencia.

¿Qué hará falta para poner a la salud de la población primero y tomar decisiones basadas en lo que indica la ciencia? Es que no ha alcanzado todo el sufrimiento de estos años, las pérdidas humanas, los familiares queridos muriendo en soledad, el agotamiento de hospitales y profesionales de la salud, los millonarios esfuerzos económicos de las economías de todos los países para comprar vacunas y organizar campañas masivas. Después de todo lo que hemos pasado, resulta doloroso ver que aún no hemos aprendido nada. ¿Será otra consecuencia a largo plazo del virus, el volvernos más insensibles a tanto dolor humano o en realidad siempre fuimos así y el virus sólo lo ha hecho más evidente?






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