Cómo entender la guerra en Ucrania

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Boletín No 108, Toronto, 5 de Agosto de 2022
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Cómo entender la guerra en Ucrania

Boletín Línea Uno 108 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
5 August 2022
por Alberto Juan Barrientos

 
El conflicto bélico que se desarrolla actualmente en Ucrania es mucho más que una guerra local. Es incluso mucho más que una disputa territorial entre dos estados colindantes. Las causas de esta guerra, tanto como sus objetivos a corto, mediano y largo plazo, merecen un recuento histórico.

Ucrania es, sin dudas, parte del mundo eslavo e incluso unos de sus pilares fundacionales. Cuando los vikingos o nórdicos del siglo octavo se asentaron a orillas del Río Niéper, conquistando aldeas y dominando poblaciones en su camino a Constantinopla, no imaginaron que cimentarían las bases de una civilización compleja donde le guerra sería, por siempre, un componente de la vida. La primera gran ciudad que esta cultura fundó fue Kiev, en el siglo 9. Dos siglos después surgiría Moscú, como parte del Rus, que viene de la palabra “remero” en las lenguas nórdicas.

Allá lejos en la historia funcionaron principados independientes, pero entrelazados por razones culturales y económicas en toda la región. Luego fueron conquistados y dominados por el imperio mongol, que los convirtió en vasallos. Más tarde en el siglo 14 y después de varias rebeliones, fue un príncipe de Moscú quien logró el éxito militar y esto le valió la preponderancia dentro del mundo eslavo, para alcanzar el liderazgo de una nueva nación: Rusia.

Ya para el siglo 16, el imperio resultante de la mezcla de civilizaciones nórdicas y mongolas era un bloque monolítico, con un Tsar en el pináculo de la sociedad, quién representaba la voluntad de Dios (según la teología ortodoxa reinante en la región, separada de la Iglesia Católica Apostólica Romana).

Pero este imperio, gigantesco en extensión, cubría regiones muy diversas con culturas de raíces diferentes: europeas, medio-orientales, del Asia Menor y del Lejano Oriente. Mantener la cohesión del país fue desde entonces cuestión de fuerza, violencia y sangre.

Ucrania, una de las tantas regiones del imperio, se vio siempre envuelta en conflictos, particiones, conquistas y reconquistas a lo largo de los siglos. Una porción importante de este país perteneció por centurias al imperio Lituano Polaco, también al Austrohúngaro, y la actual Crimea fue en más de un ocasión Otomana.

Al culminar la Primera Guerra Mundial, tras un breve período de independencia y luego de un conflicto armado contra la naciente Unión Soviética, Ucrania queda definitivamente atada y sin divisiones a Moscú.

A partir de entonces será una de las repúblicas de la URSS, con un peso económico y político importante dentro de esa entidad multinacional. Como parte de ella, luchará ferozmente contra la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial y llevará a sus tropas hasta Berlín en 1945.

 
Tras la caída del muro

Casi 50 años después, al desintegrase la URSS debido a sus propias fallas como estado, Ucrania comienza la etapa moderna de su historia tras el plebiscito del 1 de diciembre de 1991, cuando el pueblo ucraniano votó mayoritariamente por su independencia.

Como ocurrió en varias de las antiguas repúblicas soviéticas, el caos y la corrupción se instalaron en la política nacional. Surgieron los oligarcas, la sociedad se fracturó profundamente y las pugnas por el poder alcanzaron a sectores sociales que, como reflejo, se tornaron antagónicos. También creció la xenofobia y se polarizó la población de acuerdo con sus raíces étnicas e idiomáticas, una parte pro-rusa y otra pro-europea.

Entre esta división, surgieron grupos ultranacionalistas con ideologías neonazis y en el clímax de las divergencias sociopolíticas y raciales, una insurrección popular expulsó al presidente pro-ruso de turno tras acusarle de manipular las elecciones. Se instauró así un gobierno pro-occidental en Kiev, y comienza un proceso de occidentalización de la mayor parte de Ucrania.

La población étnicamente rusa se vio desfavorecida, llegando a prohibirse su lengua en el sistema de enseñanza pública. En la región del Donbás, el descontento de este sector poblacional adquiere la forma de rebelión. En el 2014 Rusia invade la península de Crimea, anexa este territorio a su nación y se enciende la llama del separatismo en las provincias colindantes.

A partir de entonces, comienza una guerra civil a pequeña escala en el Este de Ucrania, donde Rusia interviene solapadamente en apoyo de los separatistas pro-rusos.

Occidente reacciona, aplicando sanciones económicas a Rusia, bajo la creencia de que estas debilitarían a largo plazo al Oso euroasiático. Pero Rusia, tras la gran debacle socioeconómica sufrida en los noventa, había logrado situarse en los inicios de este siglo entre las primeras economías del planeta. Siendo el país con mayores reservas de recursos naturales, se convirtió en uno de los principales exportadores de petróleo y gas natural. Algunos países europeos (Alemania es el mejor ejemplo) se tornaron absolutamente dependientes del gas ruso, rediseñaron sus industrias de generación energética y se conectaron a los gaseoductos provenientes de Moscú.

Mientras tanto, todas las grandes transnacionales se establecieron en suelo ruso, creando infraestructura productiva y de servicios para el voluminoso mercado interno, e incluso el europeo. Simultáneamente, el ejército ruso se modernizó en este periodo de dos décadas, en parte usando componentes microelectrónicos occidentales.

Sin embargo, el experimento democrático que supuestamente había iniciado Rusia en 1991 y que, en palabras del propio Putin al asumir su primera presidencia, debería continuar desarrollando una Rusia moderna, inclusiva, con libertades políticas y civiles, se tornó una quimera inalcanzable para los 144 millones de habitantes rusos.

 
El nuevo siglo

Durante los pasados veinte años, Putin y un grupo de allegados (entre ellos sus oligarcas de confianza) convirtieron progresivamente el modelo ruso en un sistema corrupto y autocrático. Paso a paso, eliminaron a sus competidores políticos, coartaron las libertades civiles y de expresión y controlaron los medios de comunicación masiva.  

Aun cuando nominalmente existen hoy varios partidos políticos en Rusia, ninguno tiene a su alcance las herramientas para hacer campañas efectivas. Putin utilizó además una retórica pública basada en la filosofía de “plaza sitiada”, a punto de ser invadida por Occidente, lo cual incrementó su popularidad, basado en la necesidad del líder carismático y duro que el momento exigía. Resurgió en Rusia el nacionalismo a ultranza, la alianza del estado con la Iglesia Ortodoxa y se preparó a la opinión pública para una “guerra inevitable”.

Por supuesto, este grupo de pensamiento geopolítico extremo en Moscú (cuyo líder se ha comparado incluso con el Tsar Pedro el Grande) contó con la ayuda de Occidente, que, lejos de dialogar cuando se podía, decidió hacerle el juego al nuevo “emperador” de Rusia. Muchos de esos acercamientos ocurrieron de hecho durante el pasado gobierno de Trump.

Mientras el gigantesco Oso siberiano se preparaba para imponerse en la arena internacional, bajo la premisa de que con ello cambiaría el orden mundial unipolar, Occidente continuaba aplicando una política oportunista de sanciones, ineficaces por un lado y de redituales negocios energéticos por el otro.

Ya se estaba comenzando a construir el oleoducto NordStrem 2, que atravesaría el Báltico, trayendo mucho más gas ruso a Europa y engordando a las economías locales, y de paso a la rusa.

En Ucrania, donde se desarrollaba una guerra civil en el Este, había asesores militares occidentales en terreno, pero el armamento moderno prometido a Kiev llegaba al suelo ucraniano a cuentagotas, mientras la OTAN coqueteaba irresponsablemente con la posibilidad de permitir la entrada de Ucrania a sus filas.

Todo ello no era más que un juego de presiones políticas geoestratégicas, tratando de hacer ver a Rusia que debía reconsiderar su presencia en el Este ucraniano. Moscú, por su parte, había definido la mera consideración de la entrada de Ucrania en la OTAN como una “línea roja”, argumentando que esto dejaría a Rusia en una posición vulnerable, susceptible de ser invadida o atacada con misiles de mediano alcance, especialmente los nucleares.

Este argumento, en realidad, no se sostiene en pleno siglo 21. Ninguna potencia nuclear, ni mucho menos Rusia, puede ser invadida o atacada sin que ello signifique el fin de la humanidad. Las doctrinas de destrucción nuclear mutua asegurada no son ficción, son una realidad que se conoce muy bien en los círculos militares de los países poseedores de armas atómicas.

 
Una guerra evitable

La guerra de Ucrania es un conflicto que se pudo haber evitado con políticas más inteligentes.
Occidente podría haber establecido que Ucrania no entraría a la OTAN, incluso podría haber forzado a Kiev a flexibilizar su enfoque hacia las repúblicas separatistas del Donbás, concediendo una relativa autonomía a las mismas, a cambio de modernizar las fuerzas armadas ucranianas con tecnología occidental avanzada.

De esa manera, Kiev hubiese perdido cierto control e influencia en una zona que de cualquier forma quería acercarse a Rusia, pero hubiera también adquirido un escudo militar propio, y disuadido a Moscú de un futuro ataque. A fin de cuentas, Rusia no se hubiese podido oponer a tal solución, siendo la protección de los ucranianos pro-rusos su principal objetivo (al menos públicamente).

 
La invasión del 2022

Sin embargo, nada de esto ocurrió. El 24 de febrero de este 2022, una invasión disfrazada de “operación militar especial”, tan cuestionable como la que llevaron a cabo los norteamericanos en Irak en el 2003, ensombreció los cielos europeos como no había ocurrido desde 1945. Una guerra de conquista, como otras tantas experimentadas en ese continente en siglos anteriores, traía la desolación, la muerte y las peores manifestaciones del alma humana al suelo ucraniano.   

Al parecer, la información de inteligencia recibida por el Kremlin fue bastante deficiente en los inicios de la campaña bélica. Todo indica que los rusos asumieron como muy probable la rendición inmediata de las fuerzas ucranianas, y el apoyo mayoritario de la población civil a la intervención. Por ello fracasaron estrepitosamente en el intento de capturar la capital Kiev y la segunda ciudad del país, Kharkiv.

La épica resistencia de los ucranianos, cuyo valor se ha convertido en leyenda, ha contado con el apoyo de Occidente que les suministra armamento defensivo, en especial lanzacohetes antitanques.

 
Trágicas consecuencias

La brutalidad de la guerra no se veía desde hacía muchas décadas. Sólo en el conflicto de Vietnam y en las dos Guerras Mundiales se había empleado la artillería de manera tan masiva. La doctrina militar aplicada por Rusia, heredada de sus campañas durante la llamada Gran Guerra Patria, ha generado una devastación apocalíptica, tanto en áreas rurales como urbanas.

Decenas de miles de civiles y militares ucranianos han perdido la vida, y el país está en ruinas. La infraestructura productiva ha sido diezmada, los puertos ucranianos han sido ocupados o bloqueados por Rusia, impidiendo la exportación de granos a muchos países necesitados de este producto y pese a los recientes intentos de negociación de Naciones Unidas en Turquía para permitir el tráfico de alimentos por esos puertos.

El Tercer Mundo, sobre todo África y parte de Asia, están a punto de comenzar a sufrir una hambruna generalizada, lo cual generaría migraciones masivas hacia los polos desarrollados.

La economía mundial se ha desestabilizado, los precios de los alimentos se han disparado y los combustibles casi duplicaron su precio de venta al público.

Europa se prepara para el peor invierno desde 1945, con racionamiento de gas natural ante la disminución del flujo de este hidrocarburo bombeado desde Rusia, quien lo usa como arma de presión y chantaje.

Se calcula que las bajas rusas en este conflicto, que ya sobrepasa los cinco meses de duración, incluyen unos quince mil muertos y el triple de heridos. Una nueva Guerra Fría ha comenzado y, a diferencia de como ocurrió en la anterior, la violencia real no se desarrolla en otros continentes, sino en la propia Europa. Esta vez, las armas nucleares están mucho más cerca de ser usadas.


Posibles finales del conflicto

Sin duda alguna, el orden mundial cambiará a partir de esta guerra.

Con los daños ocasionados, las sanciones occidentales gravitando sobre la economía rusa, los intereses geopolíticos chinos y las asociaciones económicas alternativas como el BRICS, el mundo quedará repartido en dos bloques definidos: Occidente y Eurasia. Y en cada uno ellos habrá componentes externos a sus geografías, como Japón y Australia del lado occidental o Brasil y Sudáfrica del lado oriental. Para ello, sin embargo, deberá finalizar primero el conflicto ruso-ucraniano.

Varios podrían ser los escenarios de un potencial armisticio.

La negociación de paz, lejana en el tiempo al no haber todavía un ganador definido, se iniciará cuando uno de los contendientes alcance lo que considere una victoria aceptable (o una idea de victoria presentable a la población que respalda la acción militar).

Si los ucranianos logran obtener pronto las armas pesadas prometidas por Occidente, en números considerables, estarán en posición de frenar el avance ruso en el Donbás e incluso de reconquistar el sector Sureste y la ciudad de Herson. Ese sería un buen momento para proponer un alto al fuego, aceptando la pérdida de una parte del Donbás. Para Rusia, esto sería una victoria parcial, pero explicable a fin de cuentas como un importante logro militar. Ahí podría terminar el conflicto armado, sin humillaciones demasiado dolorosas para las partes.

De lograr Ucrania la expulsión total de las tropas invasoras, digamos hasta las fronteras antes del 24 de febrero, se expondrían a una respuesta desesperada del Kremlin: el uso de proyectiles artilleros de carga nuclear limitada. De momento, el presidente Zelensky ha declarado que el objetivo de Ucrania es “expulsar a los invasores de todo el territorio ocupado”, con lo cual comienza a verse la sombra de una espada de Damocles sobre el cielo de su país.

Si el rearme ucraniano se demorase demasiado y Rusia se recuperase de las pérdidas sufridas, el gigante euroasiático culminaría la conquista del Donbás, del Sureste ucraniano y muy probablemente lograría capturar Odesa, dejando a Ucrania sin salida al mar. En esas condiciones Kiev no tendría como realizar acciones ofensivas, ni siquiera con ayuda de material de guerra occidental, y tendría que negociar la paz para sobrevivir como nación. Por otro lado, una vez anexionados esos territorios a Rusia, cualquier ataque con armamento occidental novedoso sería considerado por Moscú como una agresión a “su territorio”, lo cual justificaría el uso de artillería nuclear táctica limitada.

El análisis anterior nos lleva a una conclusión: el mejor escenario sería una recuperación de Herson por los ucranianos, abriendo la salida del Río Nieper y sus puertos al Mar Negro, dejando la mayor parte del Donbás y el mar de Azov en manos rusas.

En este escenario, tanto Kiev como Moscú tendrían una “victoria” que presentar a sus ciudadanos, aun habiendo perdido territorios y miles de soldados en la contienda. Pero esto solo ocurrirá si los primeros habitantes del Rus, los “cosacos” de Kiev, lograsen resistir la próxima embestida rusa y recibiesen los nuevos equipos, del tipo HIMARS, en cantidades relevantes.

Algunos analistas comentaban al inicio del conflicto la posibilidad de cambios de gobierno en Moscú y Kiev, de manera abrupta y como resultado de la derrota de uno de los bandos. La dinámica de esta guerra ha demostrado que no se romperá el balance hasta ese punto. Occidente seguirá incrementando la ayuda militar de manera exponencial, mientras que Rusia dispondrá siempre de la “carta nuclear” bajo la manga. Ninguna de las partes será lo suficientemente fuerte como para derrotar totalmente a la otra, y se verán forzadas a una negociación de la paz.

Sea cual sea el desenlace, esta guerra quedará como el conflicto que dividió definitivamente al mundo en dos polos. Dos bloques tan opuestos, irreconciliables y peligrosos, como no lo habían sido jamás dos fuerzas antagónicas en la historia de la humanidad.






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