Sobre llovido, mojado

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Boletín No 109, Toronto, 12 de Agosto de 2022
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Sobre llovido, mojado

Boletín Línea Uno 109 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
12 August 2022
por Alberto Juan Barrientos

El intento de migrar hacia los Estados Unidos cruzando el Tapón del Darién, se ha transformado en una crisis humanitaria masiva para Centroamérica.
El fenómeno migratorio en el hemisferio occidental no es un proceso fortuito, y mucho menos novedoso. Desde los inicios del siglo 20, cuando los Estados Unidos alcanzó su madurez económica y de cierta manera política, pasando a la fase imperial del capitalismo más pujante conocido hasta entonces, la población de las antiguas colonias al Sur del Rio Bravo se trasladaron a la “tierra de las oportunidades”.

En la medida en que el gigante del Norte se desarrolló económicamente, con la transnacionalización de sus empresas e inversiones en América Latina y el Caribe, el flujo de migrantes creció exponencialmente. Esto, sin olvidar que ya en la mitad del siglo 19, el naciente imperio norteamericano había conquistado casi la mitad de México, absorbiendo una población con un componente étnico-cultural diferente que se mantiene incólume hasta hoy, a ambos lados de la frontera.

A inicios del siglo 20, además, los Estados Unidos habían adicionado a su territorio (a punta de bayonetas) a la isla de Puerto Rico y ocupado temporalmente la de Cuba, creando allí una dependencia económica que solo se quebraría en 1959, tras una revolución local.

Podría decirse entonces que en aquella época estos tres países, junto a la Republica Dominicana incorporada después, serían los emisores naturales de inmigrantes hacia los Estados Unidos.   

De hecho, así funcionó hasta la década del 60, con una marcada migración legal originada en las necesidades económicas del sur y en los vínculos consanguíneos de las comunidades latinas, ubicadas a ambos lados de las fronteras terrestres o marítimas.

Dos fenómenos, ocurridos progresivamente en la segunda mitad del siglo 20, exacerbaron el flujo de inmigrantes hacia el Norte. Solo que esta vez se incorporó, como modelo de facto el uso de los canales ilegales y la violación de las leyes locales e internacionales.

Por un lado, la radicalización de la Revolución Cubana generó un éxodo masivo que hoy agrupa a más de dos millones de migrantes en la Florida. Por el otro, la agudización de la pobreza y la inequidad social en el Sur, junto al incremento de la violencia y el crimen organizado vinculado a las drogas, produjo la aparición de éxodos masivos cuyos mejores exponentes podrían ser México y Haití.

Así llegamos al siglo 21, donde las migraciones ilegales masivas se han convertido en un fenómeno político que amenaza con desestabilizar países y regiones enteras.

En el presente, el movimiento clandestino de personas atravesando fronteras para llegar a los Estados Unidos ha adquirido el rango de crisis humanitaria.

Este proceso involucra a centenas de miles de personas anualmente, muchas mujeres, niños y hasta personas de avanzada edad. Ya no solo se trata de las miles de personas de México indocumentadas que, buscando salir de la miseria, se ponen en manos de los “coyotes” para entrar a Estados Unidos. Hay también millares de personas de Cuba y Haití que desafían las olas en el Estrecho de la Florida para llegar a Miami.
 
La travesía por el Darién

Hoy estamos en presencia de una magnificación del fenómeno, pues decenas de miles de personas están recorriendo cada año la ruta del Darién, un Via Crucis moderno que nada tiene que envidiar a las tragedias bíblicas previas al cristianismo.  Selvas infectadas de animales venenosos, ríos crecidos, plagas de mosquitos, manglares impenetrables, abismos, desorientación, hambre y enfermedades tropicales son solo algunos de los peligros diarios que estas masas de migrantes enfrentan en su aventura. A ello se suma la extorsión, el robo, las violaciones y hasta el asesinato, a manos de mafias locales de traficantes humanos.     

El llamado Tapón del Darién es una zona selvática que une el istmo de Panamá con Colombia. Es la frontera natural entre la América del Sur y Centroamérica, pero increíblemente no posee carreteras asfaltadas que conecten ambas regiones. Existe una infraestructura vial continua desde Alaska hasta Panamá y otra similar desde Colombia hasta la Patagonia, pero ambas se interrumpen en el Darién. Para cruzar de un país al otro, por tierra, se deben atravesar cientos de kilómetros de selva y arrastrar sus innumerables peligros.

En los últimos años, con el creciente flujo de inmigrantes ilegales provenientes de Sudamérica, cuyo destino es obviamente los Estados Unidos, las mafias traficantes de Panamá organizaron y perfeccionaron sus operaciones de traslado (más bien un canal de tráfico humano) a través del Darién. Y al margen de la corrupción o la esencia criminal de estos grupos, la experiencia acumulada, junto a la complicidad de la fuerza militar, casi siempre involucrada, permitió que una buena parte de migrantes ilegales llegaran a su destino. Pero entonces ocurrió algo que nadie se esperaba y que, como efecto colateral, agravó la situación de las personas involucradas en esta aventura: una explosión social en la República de Panamá.

La protesta social en Panamá

A inicios de julio del 2022, en la provincia de Veraguas, donde naciera el general Omar Torrijos, maestras y estudiantes se lanzaron a las calles y cortaron las carreteras en protesta por el alza en los precios del combustible, los alimentos y medicamentos, al igual que por la falta de inversión en el sector de la educación. La represión policial no se hizo esperar.

Integrantes del gremio en otras regiones se sumaron a la protesta, generando varios paros laborales que en poco tiempo coparon gran parte de la nación. En cuestión de días, otros sectores sociales se habían lanzado a las calles en apoyo a las maestras, adquiriendo el movimiento un carácter masivo de reivindicación popular y de denuncia contra la corrupción generalizada dentro del gobierno.

Profesionales de la construcción, la medicina, la enfermería, el transporte y estudiantes de todos los niveles tomaron las calles y carreteras de Panamá, poniendo en jaque a la clase política dominante, que se vio obligada a negociar. La clase campesina también se sumó, llegando con sus marchas incluso hasta la frontera de Costa Rica, mientras la población indígena lo hacía en dirección a los límites con Colombia.

Para entender la génesis de esta situación, veamos algunos antecedentes históricos. Tras la devolución del Canal a las autoridades panameñas en 1979, este pequeño país centroamericano creció económicamente de forma vertiginosa. El boom inmobiliario produjo la construcción de miles de edificios y de nueva infraestructura urbana, y las inversiones de capital internacional se dispararon exponencialmente.

La actividad bancaria financiera en Panamá, uno de los principales paraísos fiscales del planeta, también creció enormemente. Pero junto a esa explosión económica y del PIB, ocurrió otra paralela y subyacente, la de la corrupción política.

Panamá ha llegado a ser hoy el tercer país con mayor desigualdad social de la región y cerca del 70 % de la población considera que los beneficios de la explotación del canal no tienen, prácticamente, ningún impacto favorable en sus vidas.

La exclusión y marginación de las mayorías, practicada por las élites, fue la llama que encendió la mecha de la sublevación popular. No obstante, la corrupción local ha tenido también influencias externas. Debido a las facilidades fiscales, mucha delincuencia de cuello blanco ha invertido dinero sucio en Panamá con el objetivo de lavarlo. Esta criminalidad internacional ha ayudado a crear así nuevos mecanismos de blanqueo que, como consecuencia natural, han corrompido más al estamento burocrático del gobierno local y a la clase política.

Ahora veamos cómo esta situación ha afectado al tristemente célebre “camino del Darién” y a quienes se atreven a la odisea.  

Para la tercera semana de julio de este año, 48,430 inmigrantes habían entrado a Panamá cruzando el nudo del Darién. Con bloqueos de carreteras en todo el istmo, la paralización del transporte y del suministro de agua, entre otros servicios, miles de estos migrantes no tienen como continuar transitando sus rutas habituales, tras haber superado la complicada zona selvática.

Por otro lado, quienes hacían el sucio trabajo de tráfico humano no pueden acceder a los medios habituales que utilizaban para transportar a sus “clientes”, provocando un incremento de estafas y el abandono de migrantes en medio de caminos, pueblos o embarcaderos.

Según datos de la UNICEF (Fondo Internacional para la Niñez), en ese período de julio 6.500 migrantes se habían presentado en estaciones de recepción migratoria, de por sí atestadas y sin posibilidad de brindar servicios. Muchas de ellas, ya desesperadas, han abandonado los citados puestos de control y deambulan por su cuenta dentro del territorio, tratando de llegar a la próxima frontera.

La mayoría de esta masa de migrantes depende de giros monetarios efectuados desde el exterior, lo cual les permite pagar servicios adicionales durante su ruta hacia el norte. Actualmente, debido al paro nacional, no pueden resarcir sus precarios bolsillos ni continuar por ende la forzosa peregrinación, aun hallándose a mitad de camino.

La precaria telefonía, cuyos servicios sufren interrupciones frecuentes, les deja sin contacto con familiares en sus países de origen. En los centros de ayuda humanitaria establecidos por el gobierno panameño, o por organismos internacionales, la situación se está tornando crítica. Con cada hora que pasa, las condiciones sanitarias se deterioran y hay peligro serio de enfermedades contagiosas. Lo que ya venía siendo una crisis de carácter humanitario, se ha tornado a diario en un escenario dantesco.

Una tragedia invisible

Según datos recientes de la UNICEF la cifra de inmigrantes que optan por la ruta del Darién va en aumento, a pesar de las dificultades y barreras aparecidas en el horizonte. Para mayo de 2022, se estimaba que unas 500 personas ingresaban diariamente a esta peligrosa selva tropical. El organismo de Naciones Unidas calcula que, para finales de este año, 160 mil personas habrán transitado por esta ruta llena de escollos, peligros e incertidumbre, en busca de una vida con mejores perspectivas que las ofrecidas por sus naciones originales. De esta cifra, más de 30 mil podrían ser niños y adolescentes, mientras unas 500 podrían estar embarazadas.

De acuerdo con las estimaciones de la ACNUR (Comisión de Naciones Unidas para Refugiados), el 58% de las personas migrantes del Darién son de Venezuela, el 7,9% de Haití y el 5,2% de Cuba. El resto se distribuye entre los restantes países del continente y del Caribe.

Por otra parte, la UNICEF ha pronosticado que los países centroamericanos se enfrentarán muy pronto a una oleada masiva de inmigrantes, quienes al quedar varados en Panamá podrían generar un colapso de ciertos servicios públicos en una especie de “efecto dominó”.

Ante la gravedad de la situación, se ha llamado a establecer mecanismos de coordinación operativa entre los países más afectados: Colombia, Panamá y Costa Rica. Una idea loable que, aunque válida, no pasará de ser un paliativo al problema cardinal que genera el fenómeno: la inequidad entre el Norte y el Sur.

Mientras el mundo se siga dividiendo en polos tan dispares, seguirá habiendo desplazamientos migratorios. No importa si se cruza el Mediterráneo, el Estrecho de la Florida, si se camina por el Medio Oriente o por el Mar Negro …las guerras y conflictos, la pobreza extrema y la desesperación de los más débiles continuarán generando migraciones masivas sin respuestas.



 
Fuentes:
https://news.un.org/es/story/2022/07/151198  (Artículo publicado el 21-07-2022)






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