El futuro de América Latina tras la pandemia

1 September 2022

por
Alberto Juan Barrientos

La pandemia de COVID-19, globalizada a partir de los inicios del 2020, ha transformado sin dudas el mundo entero. Industrias como el turismo han debido restructurarse y la prestación de muchos servicios ha mutado hacia formas digitales o virtuales adoptando patrones inimaginables un lustro atrás.

Empresas de diversos tamaños y capitales han desaparecido, o tenido que reducir su desempeño dentro las economías locales o mundiales.

Las colosales perdidas de puestos de trabajo, junto al incremento de la inflación y la inhabilidad para controlar la pandemia en ciertas geografías, generaron en algunos casos extremos las condiciones perfectas para estallidos sociales.
Sin embargo, los efectos de esta tragedia a mediano y largo plazos, aun bajo estudio por organismos internacionales y regionales, difieren según la región y el país en cuestión.

Algunos lugares del planeta presentan desventajas para la recuperación, marcadas por condiciones socioeconómicas preexistentes, que ya venían dificultando el alcance de ciertas metas como el desarrollo sostenible. Tal es el caso de América Latina, que a continuación les contamos.

Más problemas que optimismo

Aun cuando el crecimiento del PIB pronosticado del 4,4% para este continente en 2022 sea comparativamente mayor que el de los Estados Unidos o Europa (1,7% y 2,6% respectivamente), ello no significa que el impacto sea equitativo para la vida de la población latinoamericana.

Por el contrario, se prevé una agudización del desbalance del nivel de vida entre las oligarquías económicas y el resto de las sociedades locales.

Hay varios factores que conspiran para un crecimiento más equitativo: La oleada indetenible de una creciente inflación global, el pobre desempeño en la generación de empleos seguros post COVID, la caída de la inversión privada y pública, una situación de inestabilidad social marcada por protestas masivas cada vez más frecuentes.
Estas tendencias ya a la vista están generando un panorama nada propicio para la recuperación de América Latina en el 2022.

La guerra empeoró todo

Cuando la ciencia del siglo XXI había logrado la proeza de diseñar y producir vacunas capaces de disminuir los efectos del coronavirus, estalló una guerra brutal en el continente europeo. El conflicto, iniciado tras la invasión de las tropas rusas a la vecina Ucrania, ha tenido un impacto profundo en la economía mundial y, por ende, en el Tercer Mundo.
Al no poder exportarse el trigo ucraniano o el ruso, luego de haberse cerrado el acceso desde el Mar Negro al Mediterráneo, una crisis alimentaria ha comenzado a azotar a las naciones dependientes de este recurso primario.
Asimismo, los precios de los combustibles fósiles subieron exponencialmente producto de la guerra, y aunque algunos países latinoamericanos son productores de petróleo, una gran parte de las naciones del continente dependen de los mercados globales.

Ciertos metales de alta demanda para varias industrias, así como una buena parte de los fertilizantes más usados hoy en día en la agricultura, son originarios de la región europea en conflicto y ahora los países latinoamericanos ven cortado el acceso a estos recursos.

Se estima que el precio de algunos productos básicos para las economías latinoamericanas subirá un 21% en 2022, comparados con los del año anterior. De igual manera se incrementará el costo de la energía en un 55% y el de los productos agropecuarios en un 15%.

Pobreza en aumento

Durante el 2021, la región fue receptora neta de capitales, llegando a tener un superávit en la balanza financiera del 2,8 % del PIB. Sin embargo, ya para el primer trimestre de 2022, los flujos de entrada de capital habían comenzado a desacelerarse y esa tendencia se mantiene por el momento.

Los índices de pobreza en América Latina, excluyendo a Brasil, aumentaron del 24 al 26,7 % en lo que va de año, un incremento que no se veía desde hacía décadas.

Aunque los indicadores de las tasas de empleo reflejan una ligera recuperación, alcanzándose los niveles pre-COVID, una buena parte de esos nuevos puestos de trabajo son informales o a medio tiempo, especialmente los que son realizados por las mujeres.

América Latina tendría las condiciones para una recuperación segura, si de recursos naturales per cápita se tratase, pero ese no es el factor determinante en los pronósticos negativos que varios organismos internacionales han publicado recientemente.

La razón irrefutable es ser la región más desigual del mundo, donde la acumulación de riqueza concentrada en una clase reducida establece un abismo de separación con respecto a grandes masas de población.

Esta desigualdad es perversa cuando entendemos que este continente posee una biodiversidad y riquezas naturales practicamente inigualables.

La región tiene además a Brasil, la duodécima economía a nivel mundial en valor absoluto del PIB y a México en el número quince de ese indicador.

El peso de la deuda

El gran factor que detiene el crecimiento es la deuda externa que constituye casi el 45 % de ese PIB. En otras palabras, casi la mitad de los dividendos productivos del continente deberán ser destinados al futuro al pago de compromisos, adquiridos por una minoría beneficiaria que ha visto los resultados de la inyección de capital externo. Esa minoría ya le había comprometido el futuro al continente desde antes de la pandemia, pero ahora la situación no ha hecho más que empeorar.

Esta realidad no puede ser enmascarada, ni siquiera con el argumento de que la solución a la pandemia generó un relativo aumento del endeudamiento, tras la inversión de recursos financieros en infraestructura y campañas de vacunación. La deuda externa era ya insostenible e impagable desde mucho antes que el coronavirus llegara a nuestra civilización.

Devaluaciones de las monedas

Entre las consecuencias más notorias de la pandemia en la economía latinoamericana, además de la ya mencionada inflación, podemos citar la devaluación de las monedas locales con respecto al dólar. Esto repercute directamente en los estándares de vida de la población, en tanto los precios finales de venta de muchos productos importados se determinan por los costos estimados en la moneda dura, la de los Estados Unidos.

Por otra parte, muchos de las familias latinoamericanas dependen de las remesas provenientes del Norte para satisfacer sus necesidades diarias. Para países como Haiti, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Jamaica, este mecanismo representa entre el 10 y el 30 % de su PIB. Y con la economía norteamericana a las puertas de una nueva recesión, es de esperarse que este influjo alternativo de capital se reduzca substancialmente en el futuro.

En el caso del Caribe, dependiente en gran medida del turismo como fuente primaria de ingresos, el impacto del COVID ha sido devastador al reducir esta industria sus operaciones a cero durante el pico pandémico.

Actualmente, aunque se aprecia una reactivación de los viajes a destinos más cálidos desde Europa, EE. UU. y Canadá, el impacto positivo dependerá de cuánto se hayan recuperado las economías de los mercados emisores. Sin una estabilización de los niveles de vida en los países que envían a esos viajeros, la cantidad de visitantes y el gasto per cápita de estos no crecerá como para llegar a los niveles prepandemia.

El salto tecnológico

Dentro del proceso de recuperación global, una de las tendencias que hoy consideramos irreversibles es la digitalización de muchos puestos de trabajo. Junto a ello, el uso de tecnologías avanzadas en la prestación de ciertos servicios parece imponerse como solución al distanciamiento físico. Y aunque ambas sean válidas a largo plazo, no es menos cierto que su impacto será menor en la América Latina.

Las infraestructuras digitales en el continente y el acceso a tecnología de punta no son comparables con el que se aprecia en el Primer Mundo. Latinoamérica necesitará de una gran inversión de capital en equipamiento y educación, o entrenamiento, para lograr los estándares que la modernidad sin dudas impondrá en el futuro.  

A ello se suma el hecho de que la pandemia, ocurrida bajo condiciones de atraso tecnológico en buena parte del sistema educativo del continente, provocó la perdida masiva de un año y medio escolar. Según los estimados, esto representaría a largo plazo un decrecimiento del 10 % del ingreso que esos estudiantes tendrán a lo largo de sus vidas.

Como puede verse, el panorama no se vislumbra muy favorable para la América Latina en términos de recuperación. Solo variando los esquemas de redistribución social, unido a una política inteligente de inversión en infraestructura pública y educación, los países de este continente podrán paliar los efectos que esta plaga ha dejado gravitando sobre sus economías.

Deberán, además, crear de una vez la plataforma de integración económica regional que se ha intentado echar a andar por tres décadas, sin éxito palpable hasta el momento.

Tanto las relaciones económicas internas, esas que definen los roles de las clases sociales dentro de cada nación específica, como aquellas otras que establecen la posición y el beneficio de cada uno en el mercado global, deben cambiar radicalmente si se quiere asegurar el futuro de la región.

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