El uso de la energía y el futuro de la humanidad

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Boletín No 115, Toronto, 23 de Septiembre de 2022
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El uso de la energía y el futuro de la humanidad

Boletín Línea Uno 115 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
21 September 2022
por Alberto Juan Barrientos
 
El cambio climático y su impacto en nuestro planeta ha sido un tema muy discutido y polémico en las últimas décadas. La comunidad científica, más preparada para evaluar el problema en términos de medición precisa e irrefutable, ha declarado el hecho un verdadero peligro a largo plazo para la sostenibilidad de la civilización humana.

Los detractores de la tesis que describe el deterioro de la naturaleza, en este punto de nuestra historia, ya no cuestionan siquiera la existencia del mismo, sino que minimizan su impacto y lo catalogan de inevitable.

Entre los intereses que se resisten a reconocer el peligro de la sobreexplotación de recursos naturales, surgen las grandes industrias y corporaciones mundiales, cuyo capital acumulativo depende, directamente, de la extracción y del procesamiento de dichos recursos. En este contexto, aparecen algunos políticos, muchas veces comprados por el lobby industrial, quienes ponen su visión e interés en los bolsillos más que en el futuro de sus descendientes.

Y para finalizar, estamos todos nosotros en tanto consumidores del producto elaborado, que pagamos cada vez más por bienes y servicios, sin cuestionarnos que quedará para las generaciones futuras una vez que se haya degradado la naturaleza del planeta.

Entre los principales contaminantes de la atmósfera y su capa de ozono, cuya función de protección de la radiación solar es indiscutible, los vehículos automotores ocupan un lugar importante. Después de la generación de energía eléctrica usando combustibles fósiles, el transporte automotor podría ser el segundo responsable del deterioro de nuestro escudo protector y del aire que respiramos, especialmente en las zonas urbanas del planeta.

Siendo ese medio de transporte un bien de consumo extensamente utilizado por los humanos, quizás uno de los más usados en la vida diaria, muchos gobiernos han comenzado a pensar en una estrategia de desarrollo de vehículos menos contaminantes.

De momento, los autos eléctricos parecen ser la mejor solución al problema; es por ello que tanto en Estados Unidos como en Canadá se comienzan a dar los primeros pasos hacia la reconversión de la industria automotriz. El futuro de los automóviles parece inclinarse hacia la eliminación de los combustibles contaminantes, que deberán ser sustituidos por baterías con cero emisión a la atmosfera.

En el marco de esta nueva estrategia, el senado de los Estados Unidos aprobó una nueva ley federal que favorece la producción de vehículos eléctricos en el territorio nacional, así como la importación de otros similares producidos en México y Canadá (signatarios también de un acuerdo de libre comercio tripartito, que sufrió algunas modificaciones en la era Trump).

Asimismo, el primer ministro de Canadá ha declarado recientemente que su país se propone dar pasos más osados y llamó a implementar una estrategia radical dirigida a disminuir el consumo de combustibles contaminantes. En este sentido, el líder canadiense apuntó que no se trata sólo de moverse hacia el mercado de autos eléctricos, sino de disminuir en general el uso de automóviles y comenzar a utilizar más los medios de transporte públicos de baja emisión o, incluso, de regresar cuando sea posible a los métodos primarios de traslado humano, como andar en bicicletas o a pie.

Sin embargo, las iniciativas verdes no son tan sencillas de aplicar ni tan limpias como se las ha descrito hasta ahora. Estudios recientes demuestran que la producción de estos “autos eléctricos” traen consigo otros daños colaterales al medio ambiente y que la solución no es tan limpia como se pensaba.

Los vehículos eléctricos se mueven utilizando baterías, cuyos componentes minerales interactúan químicamente liberando una energía que, en su fase final, se transforma en movimiento mecánico. Estos minerales, entre los cuales se encuentran el litio, el cobre, el cobalto, el platino y el paladio, deben ser extraídos en minas casi siempre a cielo abierto, ubicadas muchas veces dentro de ecosistemas importantes para el equilibrio natural del planeta. Y en el proceso de extracción, se corren riesgos serios de contaminación de las aguas, tanto las de los sistemas fluviales como las del subsuelo.

Son varios los casos investigados hoy en diferentes regiones del globo, donde comunidades locales e incluso áreas urbanas se han visto afectadas por la contaminación de las aguas resultante de este tipo de minería. La actividad radioquímica de estos metales en cuestión es alta, comparada con otros más inocuos, y afecta seriamente a los recursos hidráulicos que constituyen, en sí mismos, quizás el bien más preciado de la civilización humana.
Ejemplos que avalan el peligro mencionado son las actividades mineras en el llamado “Triángulo del Litium” en el Pacífico suramericano y la extracción de cobalto en la República Popular del Congo. En ambos casos, se ha documentado el impacto negativo en las comunidades cercanas a las zonas mineras, donde se reportan incluso nacimientos de individuos con deficiencias genéticas producto de “aguas radioactivas”.  

Como colofón a las desgracias asociadas a la minería de alta demanda, se ha detectado que algunas poderosas trasnacionales han permitido la explotación de mano de obra infantil en sus minas. No es este un fenómeno privativo de los metales usados en la confección de baterías eléctricas, pero previéndose una demanda futura astronómica de esos recursos, la conocida avaricia de esos conglomerados productivos no hará más que empeorar la situación. En 2019, Tesla fue demandada en las cortes judiciales por la muerte de un buen número de niños en el Congo.

Una segunda variable por evaluarse es cómo se va a disponer de los desechos, de las baterías cuyo ciclo de explotación haya culminado. En un escenario futuro donde millones de vehículos automotores serán eléctricos, es de esperarse que, al reponer sus baterías, las ya usadas se reciclen para recuperar una parte de los metales preciosos que la componen. Con las tecnologías de hoy, el proceso genera cantidades considerables de aguas residuales contaminadas, es por ello que muchos centros de investigación europeos se hallan inmersos en estudios avanzados para resolver ese problema. Y queda siempre el riesgo de que no todos los metales químicamente activos sean reciclados, pudiendo generarse vertederos que terminen contaminando el suelo y sus recursos hidráulicos.  

El anillo de fuego

En el caso de Canadá, y más específicamente de la provincia de Ontario, existe actualmente un diferendo entre el gobierno (en conjunción con los intereses de ciertas empresas mineras) y la nación Anishinabek, pobladores originales de la región conocida como el “anillo de fuego”.  

Según descubrimientos recientes, esta área ubicada al norte de la provincia constituye uno de los reservorios más grandes del mundo de minerales como el cobalto, el níquel, el cromo y el cobre, esenciales para la producción de baterías eléctricas.

Es por ello que el gobierno ha ideado un plan de inversión billonario para explotar estos recursos en los años venideros.  El problema es que los minerales mencionados se hallan ubicados en gigantescos humedales, muy ricos en turba, una materia imprescindible para producir abonos necesarios en la agricultura. Estas áreas, conocidas también como turberas, funcionan cuál si fuesen un “pulmón” natural al interactuar con la atmosfera. De realizarse una actividad minera indiscriminada en ellas, entre otras consecuencias negativas, se liberarían cantidades significativas de CO2 que contaminarían el aire respirable.

Como puede apreciarse, las supuestas soluciones “verdes” están plagadas de zonas oscuras que aparecen como daños colaterales en muchos de los proyectos planteados. La nación Anishinabek, representando a los pobladores originales del norte de Ontario, se halla en estos momentos enfrascada en diálogos y negociaciones con el gobierno para encontrar un modelo de explotación minero que, en última instancia, traiga beneficios económicos sin condenar el futuro de la región.

Diseñar los esquemas de transición hacia una energía limpia, no contaminante, constituye quizás el reto científico, político y económico más relevante de este siglo para la humanidad. Por un lado, se ha probado que el camino desandado hasta hoy por los humanos, en términos de generación de energía eléctrica y transporte, ha llevado a la especie hacia un callejón sin salida. Estamos destruyendo el planeta y las evidencias de ello no pueden ser ya ignoradas.

Por otro lado, las industria automovilística y de hidrocarburos, cuyas ganancias astronómicas no se verán afectadas hasta finales del próximo siglo, no quieren renunciar al enriquecimiento exponencial que su  actividad productiva y comercial les genera. En otras palabras, los magnates del petróleo y la manufactura de automóviles actuales están demasiado ocupados en hacer dinero; el mundo en que vivirán los tataranietos de sus nietos no son un problema que les robará un minuto siquiera de sueño.

Solo la acción, o más bien la conjunción de mentes visionarias en la ciencia y de hombres y mujeres valientes en la política, quizás con el apoyo de billones de personas preocupadas por su descendencia, se logrará que salvemos a este maravilloso planeta de su autodestrucción.










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