Quienes ya no pueden
30 September 2022
por Carmen Delia Cruz
Cuando
una persona muy querida en nuestro grupo de amigos decidió quitarse
la vida hace un año atrás sentí como un sablazo en el corazón. La
pérdida permanente de alguien querido tras un suicidio deja de ser
un hecho privado familiar, para transformarse en una manifestación
de una problemática mayor de la cual poco se habla en nuestra
sociedad.
Se
estima que 11 personas cometen suicidio por día en Canadá. Por cada
persona que muere por suicidio hay por lo menos 135 personas que
sufren el impacto de la perdida, de acuerdo con estadísticas del
Centro para Adicciones y Salud Mental CAMH.
El
suicidio es un problema de salud pública central, aunque rodeado de
estigmas, mitos y tabúes. Cada caso es una tragedia que afecta
gravemente no sólo a las personas afectadas, sino también a su
familia y a toda la comunidad. Cada año, más de 700 mil personas se
quitan la vida tras numerosos intentos de suicidio, lo que
corresponde a una muerte cada 40 segundos.
La
prevención del suicidio requiere de todos nuestros esfuerzos.
Nuestras acciones, sean grandes o pequeñas, pueden marcar la
diferencia.
Cada
10 de septiembre se recuerda el Día Mundial de la Prevención del
Suicidio (DMPS), organizado por la Asociación Internacional para la
Prevención del Suicidio (IASP) y avalado por la Organización
Mundial de la Salud (OMS). Este evento tiene el objetivo de crear
conciencia acerca de la prevención del suicidio en todo el mundo.
El
lema escogido para este año es “Crear esperanza a través de la
acción”, el cual refleja la necesidad de una acción colectiva
para abordar este problema urgente de salud pública.
Existen
muchas causas y un impacto social, pues no se trata solo de la
persona que lo comete, sino también de las familias, amigos y
colectivos que sufren a posteriori la pérdida de un ser querido o
allegado.
La
persona que se suicida se encuentra en un estado psicológico
negativo, casi siempre depresivo. Es sabido que se trata de una
reacción antinatural, extrema, que implica el cese del problema,
pero a un costo muy alto, la pérdida de la vida. En condiciones
normales, debido al instinto de conservación, toda persona tiende a
querer conservar su existencia a pesar de las dificultades y barreras
que la vida en sociedad le interpone. El hecho de rendirse y pensar
que es mejor dejar de existir, aun cuando esto afecte a familiares y
personas cercanas, indica un grado de desesperación y sufrimiento
imposibles de sobrellevar.
Por
otro lado, existen otros factores que inciden en la ocurrencia del
fenómeno. La continuidad del sufrimiento o frustración en el tiempo
puede llegar a transformar la psique del individuo y convertirse en
una situación insoportable. Es el caso de las condiciones de extrema
pobreza, que pueden llevar a la persona aparentemente sana
mentalmente a concluir que no existe otra solución, que no importa
cuánto esfuerzo se haga porque las condiciones objetivas de la vida
no pueden cambiarse. Para estas personas, no se trata tanto de un
estado depresivo sino de una “comprensión” de que el problema no
tiene otra solución y el futuro solo depara un sufrimiento eterno
(una vida sin lo más elemental para subsistir).
Cabe
señalar que aun en estos casos, la psique del individuo está
afectada aún teniendo plena conciencia del acto que se va a cometer.
Según estudios realizados por la OMS en 2020, el 79% de los
suicidios ocurridos en el mundo ese año tuvieron lugar en países de
ingreso per cápita bajo o medio.
Tenemos
también las causas de origen bio-psicológicas, aquellos casos de
enfermedad mental, trastornos severos de personalidad, abuso de
alcohol y drogas, donde la capacidad de evaluar las consecuencias del
acto se ven limitadas por un mal funcionamiento de la psique. Aquí
también puede existir una conexión social o de interrelación
humana, muchas veces el origen de la dependencia de sustancias se
encuentra en eventos del pasado individual de cada persona: familias
disfuncionales, abandono, patrones y roles familiares distorsionados,
pobreza extrema o un medio social hostil.
El
impacto por la pandemia
Desde
que la OMS declaró la COVID-19 como una pandemia, en marzo de 2020,
hemos experimentado más pérdida, sufrimiento y estrés. En adición
a las condiciones de vida que ya podían ser negativas, ahora se ha
sumado la perdida masiva de empleo, la convivencia prolongada y
forzada de más personas en áreas reducidas, la reducción de
opciones para el recreo, esparcimiento o interacción social, la
disminución de recursos financieros, etc. Todo ello ha traído
consigo un incremento de diferentes manifestaciones de enfermedad
mental, irritabilidad, depresión, ansiedad, frustración,
desesperanza y por consiguiente actos suicidas.
Para
prevenir el suicidio es muy importante crear vínculos sociales,
promover la toma de conciencia y ofrecer esperanza. Acercarnos y
apoyar a los seres queridos por su salud mental y su bienestar podría
salvarles la vida. La intervención a tiempo, la identificación de
condiciones que pueden llevar a alguien a suicidarse, son clave para
evitar el acto. Cuando las personas se encuentran en la fase de
ideación, por lo general dejan trazas, indicios que muchas veces no
nos tomamos en serio. Si se actúa a tiempo, el suicidio es casi
siempre evitable.
El
trabajo de prevención en las comunidades tiene necesariamente que
ser acompañado con la educación colectiva. Las familias, las
personas en posiciones de dirección, el personal de salud de las
comunidades y los colectivos laborales deben tener conocimiento de
cómo funciona este fenómeno y saber apreciar los indicios de un
futuro acto suicida. Esa es la clave del éxito, la identificación a
tiempo y la intervención puede salvar incontables vidas cuando de
suicidio se trata.
Disparidades
geográficas
Según
la oficina regional de la OMS en América Latina, los ocho países
con mayor incidencia de muerte por suicidio son: Brasil (13.467),
México (6.537), Argentina (4.030), Colombia (3.486), Chile (1.893),
Cuba (1.596), Perú (1.567) y Bolivia (1.326). En este continente, el
36% de los suicidios se produce en grupos etarios de 25 a 44 años, y
un 26 % comprende a personas de entre 45 y 59 años.
En
la mayoría de los países, el fenómeno del suicidio es considerado
como un indicador directo de la salud mental de la población, en
cuyo origen convergen distintos factores de riesgo tanto biológicos
como psicológicos y sociales. De acuerdo con la Organización
Mundial de la Salud (OMS), el suicidio se concibe como un acto
deliberadamente iniciado y realizado por una persona en el pleno
conocimiento o previsión de su desenlace fatal.
Teniendo
en cuenta que la prevención es la única herramienta válida de esta
conducta humana, los países miembros de la OMS se comprometieron
hace unos años a reducir las tasas de suicidio en un 10% para el
2020. Sin embargo, solo 38 miembros de la organización presentaron
planes concretos o estrategias de prevención aprobadas. Las cifras y
estudios demuestran que aún queda mucho por hacer, pues no se ha
logrado disminuir sustancialmente la ocurrencia del fenómeno.
De
momento, las entidades de salud asociadas directamente a las
comunidades parecen ser la más adecuadas para liderar la prevención.
El suicidio tiene un fuerte componente social, y la prevención tiene
que involucrar necesariamente a los círculos cercanos a la persona
afectada. Es por ello por lo que pensamos que el trabajo social
comunitario, más que ninguna otra herramienta, será la clave para
lograr el éxito en la prevención de las conductas suicidas.
Las
investigaciones sugieren que algunas poblaciones o grupos de personas
experimentan índices de suicidio más altos que otros. Pero es
importante recordar que no hay una sola causa de suicidio.
Tener
una identidad o antecedentes particulares no significa que
experimentará pensamientos suicidas o intentará suicidarse. Sin
embargo, la marginación, la discriminación, la opresión y la falta
de apoyo son factores de riesgo para el suicidio. Las personas pueden
tener pensamientos suicidas por la forma en que los demás los
tratan, no por quienes son.
Factores
de riesgo
Si
bien ningún factor de riesgo por sí solo predice el comportamiento
suicida, es útil conocer las circunstancias que podrían contribuir
al suicidio. Una combinación de estos factores que contribuiría a
una mayor vulnerabilidad al riesgo son los siguientes:
•
Intentos
anteriores
•
Tener
un miembro de la familia o una persona cercana a ellos muere por
suicidio
•
Exposición
a la violencia familiar, incluido el abuso físico o sexual
•
Consumo
sustancial de drogas o alcohol
•
Trastornos
de la alimentación
•
Transiciones
significativas de la vida (p. ej., muerte de una pareja, pérdida del
trabajo)
•
Diagnósticos
de salud mental (p. ej., trastorno bipolar u otros trastornos
depresivos, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad)
•
Enfermedad
física grave
•
Dolor
intenso y duradero
•
Vivir
con pocos o ningún contacto social importante
•
Sentimiento
de ser una carga para los demás
•
Sentimientos
de desesperanza e impotencia
•
Pocas
o ninguna fuente significativa para el manejo y alivio del estrés
Señales
de advertencia
Además
de reconocer un patrón de factores de riesgo en alguien que conoce,
también ayuda prestar atención a las señales de advertencia:
indicadores, mensajes o comportamientos que podrían ser
comunicaciones suicidas.
•
Amenazar
con lastimarse o suicidarse, o hablar de querer lastimarse o
suicidarse; y/o buscando formas de quitarse la vida buscando acceso a
armas de fuego, pastillas disponibles u otros medios; y/o, hablar o
escribir sobre la muerte, el morir o el suicidio, cuando estas
acciones sean fuera de lo común.
•
Decir
que no tienen esperanza, sentirse atrapados o sentir que no tiene
sentido "seguir adelante".
•
Beber
más alcohol o consumir drogas, incluidos los medicamentos recetados.
•
Ya
no quiere ver a la gente y pasa más tiempo a solas.
•
Ya
no se cuidan a sí mismos ni siguen los consejos médicos.
•
Entregar
sus cosas y/o apresurarse a hacer un testamento o arreglar otros
asuntos económicos.
Cómo
ayudar
Es
increíblemente importante para nosotros tomarnos un tiempo con las
personas en nuestras vidas para escuchar lo que dicen y realmente
tratar de entender lo que están experimentando. Iniciar una
conversación con alguien, preguntar cómo está y quedarse para
escuchar la respuesta con una preocupación genuina puede cambiar la
hora, el día o la vida de alguien.
El
uso de un lenguaje de aceptación, no amenazante y sin prejuicios
permite que las personas se abran y expresen por lo que están
pasando.
•
Comience
expresando su preocupación por la persona usando ejemplos
específicos de sus observaciones como, "Me di cuenta de que no
has salido en 3 semanas" o "las últimas veces que te he
visto, parecías preocupado y distraído".
•
No
tenga miedo de preguntar directamente. Si se siente cómodo hablando
de sus preocupaciones sobre el bienestar de la persona, es más
probable que hable con usted sobre sus experiencias. "¿Estás
pensando en lastimarte?" puede abrir las líneas de conversación
para la persona.
•
Pregunte
cómo puede ayudar a la persona. Ninguno de nosotros es lector de
mentes, por lo que preguntarle a la persona cómo puede ayudarla es
la mejor manera de saber qué necesita de usted durante este momento
difícil para ella.
•
Familiarícese
con los recursos antes de la conversación. Si la persona admite
pensar en hacerse daño o tener pensamientos suicidas, tendrás que
actuar rápidamente. Inicie su conversación listo con una lista de
recursos de emergencia y centros de crisis más cercanos a usted.
•
Ofrezca
ir con la persona mientras busca ayuda. Es más probable que él o
ella sigan pidiendo ayuda o la obtengan si usted está allí como
apoyo integrado.
•
Si
la persona niega querer lastimarse o tener tendencias suicidas o no
quiere hablar, recuérdele que usted está allí si lo necesita en el
futuro. También puede proporcionarles los recursos que trajo a la
conversación. Pueden sentirse cómodos hablando con alguien en su
propio tiempo.
•
Seguimiento
después de la conversación. Es importante verificar de vez en
cuando para ver cómo le está yendo a la persona.
•
Si
cree que las señales de advertencia están aumentando, comuníquese
con la línea de ayuda para obtener ayuda adicional sobre cómo
ayudar.
•
Nunca
se ponga en peligro. Aunque aquellos que están pasando por momentos
difíciles o tienen problemas de salud mental tienen más
probabilidades de ser víctimas de la violencia que de iniciarla, hay
momentos en que alguien que tiene tendencias suicidas puede ser
violento. Podrían estar angustiados. Podrían tener un arma que
pretendían usar. En momentos como estos, es importante llamar a la
policía y retirarse a un lugar seguro hasta que lleguen.
•
Nunca
haga una promesa que no pueda cumplir. Es importante nunca prometer
mantener en secreto los pensamientos suicidas de alguien. Hay que
explicarle que no puedes mantenerlo en secreto porque te preocupas y
quieres asegurarte de que estén a salvo. También es importante
mencionar que solo hablaría con personas que puedan apoyarle y
ayudarle.
En
esta línea telefónica de Toronto se puede encontrar ayuda ante una
situación de crisis: 416-408-4357
(HELP).
El
texto también está disponible desde su teléfono móvil de 4:00 p.
m. a 12:00 p. m. todos los días y se accede marcando 45645
(Deberá completar una encuesta previa al chat y aceptar los términos
y condiciones del servicio y un respondedor estará disponible). Para
más información visite: https://www.dcogt.com/
Fuentes: