¿Quién paga por este desastre?

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Boletín No 124, Toronto, 25 de Noviembre de 2022
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¿Quién paga por este desastre?

Boletín Línea Uno 124 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
25 November 2022

por Alberto Juan Barrientos

Mia Mottley, la primera ministra de Barbados —país insular del Caribe vulnerable a los impactos del cambio climático— no tuvo pelos en la lengua en su reclamo por una acción climática más ambiciosa: "Los que causan el problema, deben pagar por el problema. Los que se benefician de las soluciones también deben pagar. El interés común que debemos tener es el de mantener vivo el planeta. (...) Hacemos lo que mejor sabemos hacer, que es llegar a un marco multilateral para ver cómo podemos trabajar para llegar a una solución común. ¿Por qué? Porque lo que se necesita no es simplemente hacer que la contaminación sea de tu propiedad, es que nosotros podamos vivir y que tú puedas vivir, porque si los contaminadores ponen la contaminación en tu propiedad, nos van a matar a los dos". Con esta conclusión, la última cumbre del medio ambiente realizada este mes en Egipto, nos dejó un sabor amargo que se traducirá en más sufrimiento humano entre quienes menos han hecho para provocar esta tragedia.
 
Desarrollo destructivo

El cambio climático en nuestro planeta y su efecto más conocido, el calentamiento global, se han convertido en un tema polémico y escabroso. Su discusión y análisis involucra a gobiernos de todas las tendencias políticas, corporaciones nacionales y trasnacionales, grupos ecologistas, organizaciones sociales, partidos políticos y ciudadanos de todo el mundo cuyo futuro, en última instancia, es lo que está en juego dependiendo de la estrategia que sigamos en adelante.

Los estudios geográficos y paleontológicos han demostrado que esta no es la primera vez que semejantes cambios ocurren. El planeta ha sufrido variaciones climáticas temporales durante su evolución, llegando a producirse en ocasiones cataclismos devastadores y, en los peores escenarios, la desaparición de especies animales o vegetales de la faz de la Tierra. Sin embargo, el fenómeno que nos ocupa, considerado ya como evidente para la segunda mitad del siglo 20 y lo que va del presente, es el único que ha sido causado directamente por la acción humana.
Nunca antes la humanidad había dispuesto de tecnologías capaces de hacer cambiar el clima, ni había alcanzado un grado tan elevado de explotación de los recursos naturales que pusiese en peligro el equilibrio natural necesario para la vida.

El desarrollo industrial aplicado a la generación de energía eléctrica, los medios de transporte y la climatización de ambientes urbanos, el exceso de gases liberados hacia la atmósfera (CO2, metanos, hidrocarburos, óxidos de nitrógeno, entre otros) están debilitando la capa de ozono que protege a la Tierra de la radiación solar.

Con la degradación de dicha protección, la temperatura atmosférica media se eleva cada vez más, provocando el derretimiento de masas polares, el incremento del nivel medio de los océanos, la aridez o sequías en ciertas áreas terrestres, y la aparición más frecuente de tifones o huracanes tropicales con subsecuentes inundaciones y destrucción.
Ya en el 2013, el quinto informe de una comisión de expertos sobre el tema organizada por las Naciones Unidas reflejaba estas conclusiones sobre el origen del problema. Hoy en día, ninguna organización científica reconocida o de prestigio ha refutado lo que se hace evidente: ya estamos destruyendo el planeta. La reacción ante el problema y la búsqueda de soluciones, sin embargo, varía de un país a otro, de un gobierno a otro.

Y quienes provocan el mayor daño, ciertas corporaciones trasnacionales, se perjudicarían económicamente de aplicarse las medidas paliativas que la ciencia propone. He ahí el verdadero dilema. Analicemos brevemente, entonces, el camino recorrido hasta hoy por la comunidad internacional en la búsqueda de soluciones.
 
Cumbres borrascosas

En 1997, dando continuidad a la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro, cinco años antes, se firmó en la ciudad japonesa de Kioto un protocolo dentro del marco de la Convención Macro de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Según aquel documento, vinculante para todos sus signatarios, la Unión Europea y otros 37 países se comprometían a reducir sustancialmente las emisiones de gases de “efecto invernadero” a la atmósfera.
No fue hasta el 2005, sin embargo, que este protocolo entró en vigor, facilitando que algunos gobiernos establecieran normativas legales que forzaban a las empresas responsables a limitar estas emisiones dañinas. Para el 2009, unos 187 países se habían sumado a la iniciativa, asumiendo el protocolo y comprometiéndose a reducir la contaminación en un 5% para el 2012. Aunque se pueden señalar algunos logros parciales, no podría decirse que las metas se cumplieron en dicho período.

Paralelamente a estos intentos de concilio sobre el peligro que nos acecha y la posible estrategia para evitar su consumación, desde 1992 se vienen realizando conferencias anuales sobre el cambio climático organizadas por las Naciones Unidas.

Se trata de un foro global donde participan gobiernos, organizaciones, entidades civiles y sociales que discuten las posibles soluciones al problema y los medios para implementar una estrategia común en este sentido. La primera tuvo lugar en Berlín, y después se ha celebrado una cada año en diferentes ciudades del mundo. Son conocidas por sus siglas en inglés: COP (Conference of the Parties), lo que se traduce como Conferencia de las Partes.

La más reconocida de estas cumbres fue la celebrada en el 2015 en París, conocida como la COP21. En ella, todas las naciones establecieron el compromiso de limitar el incremento del calentamiento atmosférico a menos de 2 grados centígrados, comparado con la temperatura media de la era preindustrial. La decisión consensuada, también conocida como el Acuerdo de París, prometía convertirse en una herramienta eficaz para detener el deterioro del clima y disminuir la ocurrencia de los fenómenos meteorológicos que ya se padecen. La práctica, sin embargo, demostró que estamos lejos del supuesto consenso y, sobre todo, de una verdadera conciencia acerca del peligro que acecha a la población del planeta.
 
La codicia se impone

Movimientos políticos de extrema derecha, gobiernos de inclinación neoliberal, plataformas nacionalistas y otros factores vinculados a la codicia corporativa, impidieron que se alcanzaran los resultados previstos. Por un lado, algunos gobiernos o parlamentos aprueban leyes que se inclinan en la dirección correcta, mientras por el otro, nuevos permisos de explotación de la naturaleza con las tecnologías tradicionales son aprobados a diario, continuando el ciclo de destrucción.

En casos como el de la administración Trump (2016 – 2020) el ejecutivo llegó a retirarse, de manera explícita y firme, de los acuerdos alcanzados en París. Así llegamos este año a la recién concluida COP27, celebrada en la ciudad egipcia de Sharm El Sheij. Analicemos los resultados de este reciente encuentro.

El único avance histórico palpable de esta cumbre, según varios expertos, es la creación de un Fondo de Pérdidas y Daños para los países en desarrollo, aquellos que menos contaminan y sin embargo sufren las peores consecuencias.
Se espera que estas empobrecidas naciones insulares ya azotadas por inundaciones, tifones o meteoros tropicales, regiones de África o Asia, donde la sequía ha generado hambrunas cíclicas interminables, países del llamado Tercer Mundo, sometidos a cambios bruscos en sus geografías, tengan acceso adicional a recursos financieros y tecnologías que le ayuden a paliar los efectos de la degradación climática.

No obstante, como señalara el secretario general de la ONU Antonio Guterres, esta es “una señal política muy necesaria para reconstruir la confianza rota, aunque claramente no será suficiente. Una drástica reducción de emisiones es la única respuesta a la crisis que amenaza con borrar del mapa a los países-isla, o convertir a toda África en un desierto.
Varios dignatarios que asistieron al foro, en representación de las naciones subdesarrolladas, entre ellos la ministra pakistaní para el cambio climático, aseveraron que este era un compromiso histórico de las naciones más contaminantes, (el Primer Mundo), con las víctimas más desprotegidas (los habitantes del Tercer Mundo). A pesar de los avances logrados no se logró fijar la esperada cifra de 100 billones anuales para el Fondo, quedando como una aspiración a discutir en la próxima edición del 2023.

El gran fracaso de esta cumbre, como contracara de la moneda, lo constituyó la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Al abordarse la introducción en el acuerdo final de un compromiso para la reducción progresiva de los combustibles fósiles, Rusia y Arabia Saudita boicotearon el consenso, declarando que cualquier alusión al gas natural y el petróleo constituían una línea roja para ellos.

A la presión de estos dos megaproductores de los hidrocarburos, se sumó el accionar de unos 600 lobbistas de la industria petrolera, quienes actuaron tras bambalinas promoviendo posiciones favorables a la explotación continua y creciente de los combustibles fósiles. Como siempre ocurre con estos grupos de influencia política o administrativa, los manejos turbios de las finanzas, los favores y la compra de votos corrompidos no saldrán a la luz pública jamás …aunque todos sepamos que otra vez la avaricia opacó a la decencia y al sentido de responsabilidad histórica.

En este punto, como dato ilustrativo, cabría destacar que solo 26 países firmantes de los acuerdos previos presentaron informes sobre sus contribuciones individuales a la reducción global de emisiones. Lo anterior demuestra un declive en el compromiso y la seriedad con que algunos antiguos promotores de la iniciativa enfrentan la tarea acordada. El único anuncio relevante al respecto fue la declaración de la UE, que se comprometió a reducir las emisiones en un 57% para el 2030 (un 2% por encima de su compromiso anterior).

Por otra parte, no se alcanzó un acuerdo para ratificar explícitamente, o incluso reforzar, el compromiso de 1,5 grados como tope al incremento de la temperatura global. El lenguaje tibio y ambiguo de los acuerdos al respecto, provocó en determinado momento que el vicepresidente de la Comisión Europea amenazara con abandonar el evento. En un momento dado, varios países presionaron para suprimir este objetivo del texto final, y aunque no se logró del todo, sí se borraron del mismo las claras referencias hechas por la ciencia acerca de la necesidad perentoria que tenemos de lograrlo.

En palabras de Laurence Tubiana, directora de la Fundación Europea para el Clima y una de las artífices del Acuerdo de París de 2015: "El fondo de pérdidas y daños era un sueño incumplido y al final será una realidad en el 2023. Pero la influencia de los petroestados ha sido muy palpable en Egipto, en un ambiente de intimidación a los activistas, y esta tendencia no puede seguir en la COP28 en los Emiratos Árabes Unidos”, sostuvo.  
 
La guerra y el tablero climático

La COP27 tampoco estuvo ajena a las mareas de la geopolítica internacional. El evento ha servido para la renovación de un diálogo constructivo entre Estados Unidos y China, interrumpido por las recientes tensiones asociadas a la situación de Taiwán.

La guerra en Ucrania y la subsecuente crisis energética europea, además de la inminente hambruna norafricana que se avizora como otro resultado del conflicto, fue abordada por varias delegaciones. Esto evidenció la interrelación que existe, no siempre de manera evidente, entre los intereses geopolíticos transferidos a la acción militar y el uso de los recursos naturales, en especial de los combustibles y sus derivados en función de la guerra.

La guerra de Ucrania, ocurrida cuando parecía que el mundo podría retomar las ideas proteccionistas hacia el medio ambiente, ha venido a descarrilar los ingentes esfuerzos que muchos países y organizaciones llevaron a cabo en el pasado. Cuando Europa casi completaba su transición hacia el gas natural, menos contaminante que el petróleo o el carbón, este recurso controlado mayoritariamente por Rusia comenzó a escasear. Las industrias y el sector residencial europeos se han visto ahora obligados, al menos temporalmente, a retornar a la producción de energía utilizando hidrocarburos contaminantes.

Esta tendencia, al menos en los próximos años, no tendrá variación en tanto la ciencia no está aún preparada para explotar masivamente las fuentes de energías renovables. Muchas inversiones se realizan hoy en día en este último sector, y podría decirse que se han obtenido algunos resultados, pero estamos lejos de las metas trazadas para sustituir los combustibles tradicionales.

En opinión de algunos científicos, la energía nuclear será la solución más efectiva para salvar al planeta de su autodestrucción. Los reactores nucleares son sin dudas muy poco contaminantes en términos de emisión, asumiendo que la protección contra la radiación sea efectiva. La productividad del combustible nuclear es infinitamente mayor que el de los combustibles fósiles, los recursos hidráulicos y los fotovoltaicos. Esta tecnología, por otra parte, es bien conocida por la ciencia y se ha explotado con éxito durante siete décadas. Sus defensores argumentan que el porcentaje de fallas o accidentes ha sido mínimo comparado con el de otras industrias. En su opinión, se trata de perfeccionar aún más los estándares de seguridad y lograr un margen de error cercano al cero absoluto.

Quizás lleven razón los defensores de la energía atómica segura. Tal vez los científicos dedicados al estudio de la explotación de recursos renovables como la energía solar, la eólica, la oceánica o la fotovoltaica, posean la clave para acceder a un futuro mejor. Solo el tiempo dirá quienes tenían la razón, por tanto, habremos de esperar para saberlo.
Hay una certeza, no obstante, para cuya validación no se necesita un solo segundo más: los esquemas actuales de generación de energía y los combustibles fósiles que la humanidad utiliza a diario, terminarán por destruir a la humanidad, si no se cambia de estrategia mucho antes de mediados del siglo.










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