Viñetas Número 124

Reflexiones, diálogo y comunidad
Línea Uno
Boletín No 124, Toronto, 25 de Noviembre de 2022
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Viñetas Número 124

Boletín Línea Uno 124 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
25 November 2022
por Luis Carrillos
 
Los desafíos de salud mental de muchas personas que deambulan por transportes públicos y calles de Toronto son una constante realidad. En mi quehacer cotidiano viajo en el transporte público: buses, tren subterráneo y tranvías, por lo menos una vez por semana.

En uno de esos días alrededor de las 11 am, iba al centro de la ciudad y tenía que cambiar de la línea 1 a la línea 2, que corre de este u oeste, en la estación más céntrica, importante y aglomerada del sistema subterráneo. A esa hora el tráfico de pasajeros es moderado y uno tiene la oportunidad de sentarse tranquilamente en los asientos del centro de los corredores en la plataforma.

En esta ocasión, mientras trataba de reiniciar mi lectura mientras esperaba el tren se me viene un olor fuerte de perfume al mismo tiempo que oigo el pshhhpshhh, clásico sonido del aerosol. Inmediatamente, dirijo mi atención hacia el perfume y sonido y la breve neblina del vapor perfumado con el que se rociaba un hombre con una gran sonrisa picaresca que parecía la sonrisa del gato Cheshire del cuento de Alicia en el País de las Maravillas.



Al ver la sonrisa del hombre me imagino que por su mente pasaba la idea de que se estaba poniendo “vaporoso” como decimos por allá y que eso lo iba a poner atractivo para tal vez cualquier ‘conquista.’

Lo que no estaba en su cuenta, es que el efecto resultó ser lo contrario. La gente empezó a removerse del lugar como dando espacio a que la fragancia se disipara, pues me imagino había personas alérgicas a perfumes entre la multitud. Al verse aislado, se retiró caminando hacia la salida de la estación no sin antes hurgar en el basurero por algo de comer o beber.

A mi regreso del extremo oeste de la ciudad, después de una sesión de consejería de luto y dolor, en la misma estación que hice el cambio hacia la línea 1, de sur a norte y abordo el tren, veo a una mujer latino hispana sentada en unos de los asientos azules.

La reconocí inmediatamente y quise evadirla dirigiendo la vista hacia el otro carro, cuando de pronto oigo: “Don Luisito no se me esconda, que, aunque vaya con mascarilla lo reconozco. Que a usted lo he andado buscando.” Me volví a verla, la saludé y me senté en el asiento de enfrente mientras que me preparaba para ver lo que vendría.  “Soy la líder de un movimiento para promover el apoyo entre las mujeres de la comunidad latinoamericana. Mi grupo y yo estamos organizando una serie de conferencias sobre la necesidad de la comunidad y la primera será sobre las jóvenes. Quiero que usted venga y sea el orador principal. He tenido conversaciones con el alcalde y con el primer ministro para que le ayuden a la comunidad y que haya más comida en los bancos de comida. Pero volviendo a la conferencia; ¿todavía trabaja en la misma oficina?” Le respondo que sí. “Allá lo voy a ir a buscar para ultimar detalles. Ya sabe que esta suramericanita siempre está trabajando por la comunidad,” dijo al bajarse tren. A la suramericanita como se hace llamar ella, la vengo viendo desde que asistía a las reuniones del Comité de la Vivienda de Toronto, representando al Consejo de Desarrollo Hispano en el proyecto Previniendo que los Jóvenes Hispanos se Queden sin Hogar.

En aquel tiempo esta persona ya mostraba un deterioro en su salud mental. Llegaba con un carrito rodante de los usados para llevar las compras. En este, metía los sándwiches que los trabajadores de la ciudad ponían para las personas asistentes. Las personas a cargo de la reunión, muy amablemente se le acercaban amablemente y la persuadían de que se retirara de la reunión, lo cual ella hacía, no sin antes meter varios en el carrito. El frecuentar las reuniones le permitía intercambiar palabras conmigo. Yo era el único miembro latino hispano del comité y era natural que se me acercara y así llegara a conocer mi nombre. Estas reuniones se hacían en el edificio municipal de Toronto, llamado Metro Hall.

Años más tarde, antes de este encuentro y mucho antes de la pandemia esta persona llegó a una reunión que la Asociación de Seniors de Habla Hispana del Gran Toronto (ASHTOR) había organizado en el local del Centro Cultural Casa Maíz. Allí, como en las reuniones del Metro Hall procedió a colocar los sándwiches en su carrito. Cuando un miembro del grupo organizador le dijo que, si llevaba para el camino, que llevara uno o dos nada más, para que quedara para las demás personas. Su repuesta fue que ella llevaba para las mujeres de su refugio. Y agregó que “Don Luis me conoce, yo siempre he trabajado para la comunidad,” dijo señalándome mientras se retiraba rápidamente de la reunión.

La problemática de la salud mental es habitual en nuestro trabajo de consejería, ya sea en el transporte público, en plazas o parques en centro de la ciudad y calles principales, donde uno puede observar manifestaciones de desafíos en la salud mental de muchas personas que frecuentan estos lugares públicos. En muchas de estas personas es común notar la falta de higiene, con olores corporales punzantes, olores a suciedad acumulada en sus ropas o la combinación de ambos. Este es un hecho frecuente cuando se paran frente a usted a pedir algunas monedas, que generalmente dicen es para comprar algo de comer. Algunas de estas personas o la mayoría son indigentes y muchas presentan rasgos de tener desórdenes mentales que se puede atribuir al uso o abuso de drogas y otras sustancias.

La prevalencia del uso de drogas es bastante alta entre las personas que padecen de indigencia en Toronto. Estas personas a menudo son vistas hurgando en los contenedores de basura sacando desperdicios o desechos de comida, comerlos inmediatamente o metiéndolos en una bolsa plástica.


 
Ayuda por favor, no tengo trabajo, tengo hijos, que Dios le bendiga”, lee este mensaje. Así era el cartel que un hombre tocando un acordeón había pegado en un carrito de compras, anunciando -concluyo-, el porqué de su actuación musical en un carro del tren, al que aborde en mi viaje de regreso del extremo oeste de la ciudad, donde había hecho una sesión de consejería.

La foto al letrero se la tome cuando el músico caminaba por el pasillo extendiendo con la mano un vaso de cartón para que uno depositara unas monedas. Yo, en buena conciencia le regalé un toonie (moneda de dos dólares), ya que le había robado una foto de su carrito. Cuando el tren llegó a la estación, el acordeonista se apresuró para pasarse al carro siguiente y seguir con su faena.

Es importante mencionar que la ciudad otorga licencia a músicos que se ubican en lugares establecidos por las autoridades del transporte. Estos artistas tienen que pasar por una audiencia. Con la pandemia muchos desaparecieron. En el presente es común ver a músicos como el del tren que a veces son removidos por los inspectores de tránsito. Se recomienda no dar dinero a músicos, pordioseros o comprar de vendedores ambulantes en el interior del tren.

Es evidente que estas personas necesitan otro tipo de contención y ayuda. Creo que no es suficiente con ignorarles y hacer como si no existieran. Nuestra sociedad produce este tipo de realidades sociales y la pandemia ha agudizado esta problemática en la ciudad, al punto que no hay viaje en el transporte público en el que ya no se produzcan estos encuentros. Ojalá las autoridades municipales tomaran el subterráneo más frecuentemente para documentar estas necesidades insatisfechas y desplegaran a sus trabajadores sociales para contener estos desafíos y así poder canalizarlos a servicios de atención más humanos y dignos.






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