Yo no te pido

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Boletín No 125, Toronto, 2 de Diciembre de 2022
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Yo no te pido

Boletín Línea Uno 125 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
2 December 2022
por Alberto Juan Barrientos

La noticia de la muerte en España del cantautor cubano Pablo Milanés, tras un cáncer a sus 79 años, más allá de preferencias musicales o inclinaciones políticas, ha conmovido al mundo hispanoamericano como pocas veces se haya visto. Hasta sus detractores ideológicos, aquellos que veían reflejado en él la orilla opuesta de un doloroso proceso de ruptura política, se han expresado con mesura y respeto. Y es que cuando se impone tamaño talento, cuando se ha logrado sentar pautas en la creación artística, esa que unos pocos diseñan y muchos disfrutan, no hay otro camino que el del respeto y la admiración.
  
Para entender mejor el alcance de la obra de este ser humano, atípicamente común y a la vez excepcional, hablemos de su recorrido por la vida y de cómo marcó a varias generaciones de cubanos, españoles y latinoamericanos.

Pablo fue un producto de su tiempo, de las luces y las sombras que todo proceso social convulso deja como huella. Nacido en 1943, en una Cuba que aprendía a tropezones la difícil tarea de forjar una nueva nación, a Pablo lo sorprende el triunfo de la revolución de 1959. De sus dieciséis años vividos hasta entonces, siete habían transcurrido bajo la dictadura del general Fulgencio Batista. No creció como otros jóvenes en un ambiente insurreccional. A fin de cuentas, su padre había sido un militar de poco rango en el ejército constitucional y su madre, costurera. El futuro genio artístico creció, por tanto, dentro de un medio social humilde, donde la subsistencia y el intento de prosperar individualmente eran el pan de cada día. Su vocación siempre fue la música y se dedicó a estudiarla desde niño con el apoyo de su madre, convencido de que el talento natural le abriría las puertas al éxito y a un cambio de su condición social. Entonces llega la revolución, el cambio, la promesa de nuevos caminos de realización personal al alcance de todos. En ese entorno Pablito enrumba su vida hacia esos nuevos horizontes.  

Ideales y desencanto

Como la mayoría de sus congéneres, el adolescente enamorado de las notas musicales y la composición creyó en el nuevo proyecto libertario, que prometía igualdad y oportunidades a todos los cubanos. En aquella república que se forjara a sangre y fuego durante décadas de lucha anticolonial, el clasismo había marcado la construcción del tejido social y, como subproducto, había dejado un lastre pesado, el racismo. Era lógico entonces que Pablito, un joven mulato proveniente de los estratos bajos de la sociedad habanera, decidiera apoyar el proyecto revolucionario. Fue entonces que, por primera vez, su espíritu rebelde de artista nato se atravesó en aquel camino supuestamente límpido y diseñado para él.

Recién entrado en sus veinte, Pablo fue enviado a un campo de “formación revolucionaria”, destinado a forjar ideológicamente a jóvenes cuyas tendencias o comportamientos se consideraban incompatibles con el espíritu de la Revolución. Conocidos como la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), en estos centros se recluía a homosexuales, hippies, disidentes del modelo socialista, jóvenes que expresaban su deseo de abandonar el país, o cualquier otro individuo que no tomara partido en una guerra fría, cuyo polo más caliente era la isla de Cuba. Allí debían trabajar en labores agrícolas, de sol a sol, bajo un régimen militar controlado por oficiales del ejército asignados a cada campamento. Pablo escapó de aquel centro y días después se entregó a las autoridades, por lo que debió cumplir brevemente una prisión temporal y luego reincorporarse al trabajo en el campo. Cuarenta años después, en una entrevista periodística, el ya consagrado cantante llamaría a esos centros como campos de concentración y expresaría que aún esperaba una disculpa oficial del gobierno a los que como él sufrieron la experiencia.

Al salir de la UMAP, donde había actuado y compuesto canciones o creado puestas en escena para deleite de sus compañeros, Pablo conoce a Haideé Santamaría. Esta veterana revolucionaria, mecenas de muchos compositores jóvenes de los sesenta, impulsaba la recién creada Casa de las Américas. Allí introdujo a Pablo a una nueva realidad artística: el arte vinculado a una lucha que, a pesar de las imperfecciones del proyecto, la mayoría de los cubanos apoyaba. Una lucha diaria que consumía la vida y la psique de cada ciudadano, enfrentando el cerco de un enemigo histórico, los Estados Unidos. A pesar de los sinsabores sufridos, de la amarga experiencia de la UMAP, Pablo se sintió empujado por la marea, se contagió de la esperanza colectiva. A fin de cuentas, era un ambiente épico, donde se podía escoger entre cantarle a David o a Goliat, pero él decidió que su talento apoyaría a los desfavorecidos en la batalla, describiendo en poesía la consecución de lo imposible.
 
La Nueva Trova

El socialismo, por entonces, estaba en un período de prueba. Después de la Segunda Guerra Mundial, el modelo se había expandido por parte de Europa y las noticias que llegaban a Cuba eran alentadoras. Esta es la época en que Pablo inicia su creación comprometida ideológicamente. Con una formación de escuela como fondo, toma lo mejor de la música tradicional cubana y, junto a otros jóvenes, rompe los esquemas dando paso a lo que se llamaría la Nueva Trova. Temas como “Cuba va”, “Hombre que vas creciendo” y “La vida no vale nada” sirvieron de banda sonora para actos y concentraciones populares que apoyaban a la Revolución.

En 1973, tras el golpe militar en Chile con apoyo de Estados Unidos y la dudosa muerte del presidente Salvador Allende, Pablo compuso una canción que se convertiría en himno de combate contra la dictadura de Pinochet: “Yo pisaré las calles nuevamente”. La canción se transformó en un himno de la lucha del pueblo chileno contra la tiranía que habría de durar 17 años.

No toda la creación artística de Pablo, sin embargo, va a vincularse con la política. Habrá una línea consecuente de exploración profunda del alma humana, de los sentimientos, el amor, los valores, la ética y la estética, de las imperfecciones que acompañan a todos los que vivimos en sociedad.  Proveniente del “feeling” y admirador de maestros como Cesar Portillo de la Luz, utiliza la experiencia pasada con aquellos grandes e introduce una nueva cadencia, más movida, respaldada por instrumentos tradicionales que apoyan a la insoslayable guitarra de cajón, las maracas, el bongó, la tumbadora entre otros. Ritmos tradicionales, algunos de fuertes raíces africanas como el guaguancó, se combinan junto al son, la guaracha o el feeling en la producción musical de Pablo.

Con su voz privilegiada, potente y grave, transitando las escalas de un amplísimo diapasón y asombrando con ello a quienes le escuchaban, Pablo deleitó a millones de seres humanos con sus canciones por 55 años. La lírica depurada de su composición, la descripción de los sentimientos humanos a través de la poesía cantada, la veracidad de la liturgia que nos regalaba describiendo la psicología y el actuar de gente común, que podría ser cualquiera de nosotros, no tenía parangón. Su letra era profunda, desgarradora, se enterraba en el corazón y a veces hasta te hacía llorar, sonreír y casi siempre soñar. La canción a su segunda esposa, Yolanda, la madre de sus primeras hijas, se convirtió en un himno al amor sincero y puro, el de la juventud cuando decide entregarse creyendo que no hay un mundo más allá del hogar recién creado. ¿Quién no ha cantado estas estrofas alguna vez en su vida: “Cuando te vi sabía que era cierto, ese temor de hallarme descubierto…Tú me desnudas con siete razones, me abres el pecho siempre que me colmas, de amores, de amores…

Con el paso del tiempo, al consolidarse el sistema socialista en Cuba, se hace adulta una generación nacida con la revolución de 1959 y educada en sus dogmas. Ya en los ochenta, y tras veinte años de creación, los jóvenes de entonces suman al cancionero histórico nuevas tonadas que reflejan mejor su realidad circundante. Esta es la época en que todos cantábamos “No ha sido fácil”, quizás sin saber a cabalidad cuánto de aquel  cambio generacional describía su lírica: “Soy, continuidad de mi niñez, que es hija del sudor, de los brazos que amé. Soy como quisieron ser, pero tratando de ser yo, ni menos mal, pero en verdad ni menos bien. No ha sido fácil tener una opinión, que haga valer mi vocación, mi libertad para escoger.”  

En estos tiempos, y en la década siguiente, se nos revela un Pablo defensor de causas justas que, hasta entonces, de manera solapada, el poder había convertido en tabúes. Luchando en contra del machismo intrínseco a la cultura latina, el cantautor lanza “El breve espacio en que no estás”, donde un protagonista masculino declara que prefiere compartir a la mujer amada “antes que vaciar su vida”. De la misma forma, otra canción dentro de un nuevo álbum de Pablo canta al derecho de los homosexuales de ser aceptados por la sociedad: “Dos almas, dos cuerpos, dos hombres que se aman, van a ser expulsados del paraíso que les tocó vivir. Ninguno de los dos es un guerrero, que premió sus victorias con mancebos, ninguno de los dos tiene riquezas para calmar la ira de sus jueces.”

Para finales de la década de los 80, el mundo estaba cambiando radicalmente. El Muro de Berlín se tambaleaba y, en Polonia, el socialismo había prácticamente sucumbido, ante el empuje de una masa inconforme que, forzosamente, había escondido su verdadera vocación por mucho tiempo. Cuba comenzaba a erigirse como el último bastión de la ortodoxia revolucionaria. Pablo se hace eco de aquel sentimiento apocalíptico que embargaba a quienes se habían quedado solos, pero todavía creían en su proyecto. Por esos tiempos canta “Cuando te encontré”, un alegato a la filosofía de la resistencia. Quizás creía, sinceramente, que alguien debía sostener aquella bandera y que, con ello, otros seguirían el ejemplo y, de algún modo, salvarían sus principios. En plural, representando una voluntad colectiva cada vez menos compacta, decía el cantautor que “será mejor hundirnos en el mar, que antes traicionar, la gloria, que se ha vivido”.
 
Cuánto de grande logré

Para 1992, Europa del Este ya no era más comunista. China y Vietnam habían actualizado su modelo y, en esencia, en términos económicos aplicaban las leyes del mercado, como piedra angular de su desarrollo futuro. Ante tales golpes de realismo, Pablo comienza a cuestionarse si no habría otras vías alternativas de alcanzar la quimera, combinando viejas y nuevas filosofías. De esa época nace “Cuánto gané, ¿cuánto perdí?” cuya lírica decía: “¿Dónde estarán, los amigos de ayer, la novia fiel que siempre dije amar, dónde andarán mi casa y su lugar?”
 
En tiempos de éxodo masivo, cuando decenas de miles de cubanos se marchaban a vivir en otras geografías, esperando rehacer sus vidas bajo otra ideología, la canción cobraría sentido para muchos. Pablo incursiona brevemente en la política activa a inicios de la década, convirtiéndose en diputado a la Asamblea Nacional. Allí, representando a un barrio marginal de la Habana, propone llevar adelante un proyecto de rehabilitación de ciudadelas conocidas como solares, sin que se lleguen a materializar sus ideas. Poco después, tras la aplicación de una nueva filosofía gubernamental que, por primera vez en décadas, abría paso a las actividades económicas privadas, el artista crea la Fundación Pablo Milanés. En sus dos años de vida, la fundación apoyó a viejos músicos de gran talento, olvidados por la oficialidad. Algunos de ellos alcanzarían la fama en el ocaso de sus vidas, en parte gracias a Pablo. También realizó actividades culturales y conciertos por toda Cuba, y ayudó a salir adelante, utilizando sus propios fondos, a innumerables jóvenes talentos. Pero para entonces Pablo se había tornado crítico hacia el modelo ortodoxo marxista y esto le generó una resistencia solapada de la oficialidad y los organismos rectores de la cultura nacional. En varias entrevistas de esa década y la siguiente, entrado el nuevo siglo, Pablo se siguió declarando un revolucionario de izquierda, con sueños de justicia social, pero inclinado hacia un cambio profundo que modernizara el modelo cubano, especialmente en cuanto a libertades individuales, económicas, de expresión y actuación.  

Ya en pleno siglo XXI, Pablo continuó rebelándose contra los dogmas y el extremismo político, manifestando su desacuerdo con las detenciones de la llamada Primavera Negra en 2003, el fusilamiento de los secuestradores de una lancha de pasajeros en la bahía de la Habana, el encarcelamiento de las mujeres disidentes, conocidas como Damas de Blanco o de quienes protestaron en la manifestación del 11 de julio de 2021.

El artista no compartió la visión oficial del gobierno cubano, que catalogaba a opositores y manifestantes como mercenarios. Aun cuando reconociera los vínculos de algunos de ellos con actores externos, obviamente desestabilizadores, primó en Pablo el enfoque de la pluralidad y el derecho a disentir de todo ciudadano.  
En entrevistas concedidas una década atrás, el cantautor expresó que “el gobierno debe tener una actitud abierta ante quienes piensan distinto, las cosas se discuten y todo ser humano tiene derecho a la libertad, sin tener miedo de quienes están en el poder. Cuando cayó el régimen socialista en la URSS hemos tenido una oportunidad que no supimos aprovechar”.

Siempre dijo que no se iría de Cuba a vivir en otras tierras, como enunciaba la letra de una de sus canciones: Amo esta isla, soy del Caribe, jamás podría pisar tierra firme porque me inhibe. Al parecer, en el final de su vida y padeciendo una enfermedad mortal, su esposa española le convenció de trasladarse a España donde podría tener tal vez una atención más especializada. Poco antes, en el 2015, aquel hombre ateo convencido -según sus palabras- les regaló a los cubanos una canción compuesta por José María Vitier, donde pedía protección para sus coterráneos a la Virgen de la Caridad del Cobre, Santa Patrona de Cuba. “Tú, que has sido el consuelo de los pobres, tú que conoces el corazón de los cubanos, tú que no existe milagro que no obres, haz divino el milagro de lo humano…. Tú que llegaste a Cuba por los mares, bendice las aguas del regreso, para que juntos entonemos este rezo, por siempre unidos al pie de tus altares”. Aquel pedido sublime en la voz de Pablo, frente a una nación fracturada por la emigración masiva y creciente, quedará como un himno a la conciliación entre todos los hijos de su amada isla.

Meses antes de su fallecimiento, como acto de reafirmación de sus convicciones y conclusiones, explicó en su perfil de Facebook las razones por las que firmaba el Manifiesto de la Sociedad Civil cubana, dirigido a todos los que luchan por las libertades y los cambios sociales y económicos de Cuba.

Tras su muerte, los mensajes de condolencia llovieron desde todos los rincones del mundo hispanoparlante. Artistas de España y Latinoamérica, políticos, personalidades de la cultura, incluso antiguos amigos distanciados y hasta enemigos, han reconocido que se va con él una época, una historia, un símbolo. Y es que no hay ningún ser racional que pueda desconocer el regalo que fue su vida y obra para Cuba e Hispanoamérica.

Pablo fue, en esencia, una persona sencilla, a quien los Grammies ganados y los aplausos jamás envanecieron. Sus amigos siguieron siendo los de siempre, algunos incluso marginales. Respetó a todos los grandes que alimentaron la cultura cubana antes que él y les reconoció su grandeza. Defendió cada idea en la que creyó, con vehemencia y tuvo la valentía de equivocarse y reconocerlo. Fue una persona tan genial que no llegó a saber que sus canciones “llenaron nuestros espacios con su luz.








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