¿Tiembla la democracia?

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Boletín No 129, Toronto, 30 de Diciembre de 2022
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¿Tiembla la democracia?

Boletín Línea Uno 129 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
30 December 2022

por Alberto Juan Barrientos

El auge a nivel global de las tendencias derechistas, potenciado por condiciones socioeconómicas y políticas prevalecientes en los últimos años, ha comenzado a cambiar el panorama mundial y a debilitar a la democracia.
  
Como si no hubiesemos aprendido de las lecciones históricas del pasado siglo, se presentan en estos tiempos nuevamente: el chovinismo, la xenofobia, el nacionalismo a ultranza y la defensa del individualismo social, disfrazados de populismo y prometiendo soluciones y ante la imperfección que todo modelo inclusivo o progresista acarrea como parte de su propia dinámica evolutiva.

La esencia del fenómeno no varía, sin embargo, el mismo no se manifiesta de igual manera en todas las geografías.
Comenzando por Europa, resaltan los casos de Francia e Italia, donde partidos de derecha que apenas ganaban unos pocos escaños parlamentarios una década atrás, se alzan ahora como entidades políticas de primer rango e, incluso, como coalición gobernante tras ganar las elecciones.

Tal cual como ocurre con los actos de magia, conocido como “prestige en su clímax, la manipulación de la realidad se torna tan convincente, que muchas personas son llevadas, contra toda lógica, hacia la búsqueda de posiciones extremas que antes consideraban como inmorales.

Como sucedió en la pasada centuria, las corrientes populistas desvían la atención culpando a falsos responsables de los problemas sociales, construyendo una liturgia agresiva hacia esos supuestos culpables.

Para los alemanes de 1930, eran las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial quienes habían sumido al país en la miseria, no la aristocracia irresponsable e imperial que les lanzó a participar en una contienda bélica ajena a sus intereses más básicos. El sentimiento de “oprimidos”, “relegados” o “discriminados” a nivel continental fue utilizado por Hitler en su discurso chovinista para convencer al pueblo alemán de la legitimidad de su venganza.

En el siglo XXI, los ultraderechistas europeos culpan a la democracia inclusiva de repartir demasiado la riqueza nacional, especialmente con inmigrantes y sus descendientes, en detrimento de los que consideran ciudadanos originales. El ciclo se repite, los riesgos también.

La derecha francesa

En Francia, el Partido Reagrupamiento Nacional (RN) que lidera Marine Le Pen, se alzó en las pasadas elecciones como la tercera fuerza parlamentaria de la nación. Los 89 escaños logrados por el RN hacen que el liberal Emmanuel Macron, reelecto como presidente, deba gobernar en minoría. Su alianza partidista, la agrupación Juntos, alcanzó 245 escaños de los 289 que otorgan la mayoría absoluta; mientras la izquierda, representada por NUPES, se posicionó como la segunda fuerza política francesa al detentar 131 puestos en el Parlamento.

Incluso habiendo Le Pen atenuado las posturas extremistas de su partido, liderado previamente por su padre en los tiempos en que se denominaba Frente Nacional, esta agrupación política aboga por un extremo nacionalismo, marginando a extranjeros e inmigrantes de los beneficios sociales y derechos políticos. Asimismo, se cuestiona seriamente la participación de Francia en la Unión Europea, de la cual en su momento quiso escindirse, aludiendo que iba en detrimento del desarrollo y la independencia nacional.

En materia económica, rechaza varias iniciativas o proyectos que beneficiarían a la clase trabajadora francesa mientras, al mejor estilo neoliberal, promociona el recorte de impuestos a grandes empresas y la disminución del gasto público. Como causantes de los males que según la derecha azotan a Francia, Reagrupamiento Nacional señala precisamente a las comunidades de inmigrantes y en especial a la islámica. De esta forma, generaliza el problema minoritario del Jihadismo extremista o la marginalidad de ciertos grupos étnicos, dibujando al Islam como enemigo y obviando el hecho de que estos inmigrantes son los que masivamente realizan las tareas peor remuneradas del mercado laboral francés.

La derecha italiana

No lejos en la geografía, otro fenómeno inesperado acaba de golpear la supuesta mesura de la política europea. En Italia, una coalición de ultraderecha compuesta por los partidos Hermanos de Italia, La Liga y Forza Italia, se alzó con la victoria en unas elecciones parlamentarias resultantes de la crisis gubernamental acaecida dentro de la administración de Mario Draghi. El grupo político, liderado por Giorgia Meloni, obtuvo el pasado septiembre 112 escaños, de un total de 200 en el Senado, y 235 butacas de las 400 que componen la Cámara de Diputados. La líder posfascista fue ratificada un mes después como primera ministra y jefa de gobierno de la República Italiana, algo inconcebible para un país que ocho décadas atrás fue arrastrado a la Segunda Guerra Mundial por el fascismo de Benito Mussolini, luego de haber sufrido una dictadura totalitaria basada en ese mismo ultranacionalismo aberrante.

Giorgia Meloni ha transitado por una larga carrera  política en la filas de la ultraderecha, comenzando por su afiliación en 1992 al ala juvenil del Movimiento Social Italiano, partido neofascista fundado en 1946 por los seguidores de Mussolini. En el 2008 durante el cuarto mandato del controversial Silvio Berlusconni, Meloni fue ministra de la Juventud. Y en el 2012, fue cofundadora del partido Fratelli d´Italia, sucesor de Alianza Nacional y del MSI, ambos herederos históricos de fascismo italiano original.

Dentro de su filosofía política y social, podemos destacar que se opone al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, a la recepción de inmigrantes o a la concesión de derechos a sus descendientes, incluso si hubiesen nacido en Italia. Sus expresiones xenófobas y anti-islámicas han sido recogidas por la prensa en varias ocasiones. La primera ministra italiana se define como una persona conservadora convencional, atada a los valores del catolicismo ortodoxo.

 
El avance derechista en Alemania

Como parte de esta ola ultraconservadora europea, y cuando ya se pensaba que nada podría asombrarnos, a inicios de diciembre pasado se hizo pública la existencia de un complot contra la democracia alemana. Una ola de arrestos, ejecutada simultáneamente en varias ciudades de este país por las fuerzas de seguridad, puso al descubierto la existencia de una organización antigubernamental que pretendía realizar un golpe de estado asaltando el Parlamento en Berlín.

Se trata de un grupo de ciudadanos que no reconoce legitimidad a la República Federal de Alemania, en tanto la consideran un ente artificial nacido de la ocupación militar de las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, y por ello no se sienten sujetos de derecho compelidos a acatar las leyes del estado. La organización, auto titulada como Reichsbürger (Ciudadanos del Reich), pretendía establecer a través de acciones militares una nueva estructura de gobierno basada en el Reich Alemán de 1871.

Aunque no su totalidad, una parte de los integrantes de esta organización tiene vínculos con militantes de grupos ultraderechistas alemanes, y habían reclutado incluso a algunos militares y policías para ejecutar su plan. Otro elemento significativo es la afiliación de muchos de sus integrantes con el movimiento Qanon, surgido en Estados Unidos y promotor de teorías conspirativas, según las cuales los demócratas planean apoderarse de la sociedad y corromperla.

 
Trumpismo en Estados Unidos

Al analizar el presente resurgimiento de las ideas de ultraderecha en Europa, no podemos dejar de mencionar el fenómeno del Trumpismo en Estados Unidos. Todas las filosofías políticas extremas, sean de izquierda o de derecha, utilizan el populismo como arma y esto lo ha demostrado la historia. Sin embargo, las democracias representativas occidentales se consideraban a sí mismas inmunes a los efectos de la manipulación masiva, no en términos comerciales pero sí políticos.

Las propias estructuras diseñadas para el pluralismo de pensamiento, expresión y acción parecían constituir un freno natural al extremismo manipulativo. Entonces llegó Donald Trump a la presidencia de su país y probó la fragilidad del sistema, pues no sólo intentó establecer un estilo dictatorial de gobierno sino que, al perder las siguientes elecciones, promovió que sus seguidores asaltaran violentamente el Capitolio el 6 de enero del 2022, con vistas a mantenerse en la Casa Blanca.

Es posible que tratándose del país líder dentro de la ideología de Occidente, el ejemplo haya exacerbado los ánimos de la ultraderecha europea, convenciéndola de que es posible volver a la ortodoxia radical que sus filosofías promueven.

 
Al acecho en Latinoamérica

Mientras tanto, el renacimiento de la derecha en América Latina adquiere otros matices, aunque se mantengan los mismos objetivos. Con menor  desarrollo económico y social que la anciana Europa, algunos países en el sur de este hemisferio enfrentan una ola de regresión sociopolítica. Después de dos décadas en las que la izquierda intentó llevar adelante, en mayor o menor medida, proyectos dirigidos a la equidad social y el desarrollo humano, las fuerzas de la derecha se han lanzado con bríos a reconquistar el status quo del que gozaban durante el neoliberalismo brutal de los 90.

Más allá de los errores propios de esos intentos, es evidente que el capital financiero, todavía en manos de ese sector conservador, estaría interesado en financiar la arremetida contra políticos y gobiernos de corte popular en el continente.

En Perú, un país azotado durante décadas por la corrupción en las más altas esferas de gobierno, el Congreso destituyó recientemente al presidente electo argumentando un autogolpe el 7 de diciembre pasado. El órgano legislativo ordenó la detención de Pedro Castillo por rebelión, tras un intento del mandatario de disolver el Congreso y establecer un gobierno de excepción que, según su intención manifiesta, redactaría una nueva constitución. La decisión presidencial, sin dudas drástica y alejada de los esquemas del convencionalismo democrático contemporáneo, no hizo más que funcionar como detonante para la oposición que ya venía acusando a Castillo de comunista. La oportunidad de terminar de socavar la credibilidad del debilitado gobierno dio lugar al miedo colectivo que terminó convenciendo a otros partidos del peligro que se cernía sobre la nación.

Quizás el método utilizado por el presidente saliente haya sido errado o extemporáneo, pero no es menos cierto que sólo un cambio radical en la ley fundamental peruana podría encauzar aquella sociedad hacia un modelo más justo. Perú es uno de los países más ricos del continente en cuanto a minerales de alta demanda internacional, sin embargo, la explotación de los recursos está en manos de corporaciones trasnacionales que, junto a una élite local aliada, obtienen la gran parte de la riqueza.

Estos grupos económicos desde el inicio de su mandato, hicieron una guerra sin cuartel a Castillo, sabiendo que el ex maestro rural, primer presidente no vinculado al establisment peruano, afectaría sus intereses tarde o temprano. Sus vínculos iniciales con el líder del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, fueron utilizados para acusarlo de comunista, en tanto este político proviene de una educación marxista ortodoxa (que incluye sus estudios de medicina en Cuba). Y bajo el mismo esquema utilizado en otros países latinoamericanos donde la izquierda había ganado las elecciones, no faltaron campañas y acusaciones de corrupción contra Castillo, su familia y colaboradores cercanos, provocando una inestabilidad del gabinete que llegó a convertirse en un círculo vicioso de ingobernabilidad.

En Argentina, mientras tanto, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner acaba de ser condenada por un tribunal a seis años de prisión e inhabilitada para acceder en el futuro a cargos públicos. La veterana política peronista y expresidenta de la Nación se ha defendido de las acusaciones de corrupción afirmando que existe una justicia paralela que la pretende proscribir para disciplinar a los sectores progresistas de intentar llegar al poder. De nuevo, se aprecia un denominador común, si comparamos el procedimiento con lo ocurrido a Lula da Silva en Brasil, donde grupos de poder económico vinculados a la derecha y a poderosos medios de prensa libraron una batalla sin cuartel contra el mandatario anti-establishment.

Llama la atención que los actuales jueces latinoamericanos, esos que condenan a los políticos de izquierda, no fueron jamás tan vehementes en su crítica a antiguos represores, ladrones o corruptos que sostuvieron las sucesivas dictaduras latinoamericanas.

Raramente, el actual poder judicial  ha condenado a quienes enlutaron a las tierras suramericanas hasta la década de 1980, como tampoco lo hicieron con los políticos neoliberales que vendieron el patrimonio económico de sus países en la década siguiente, llevándolos casi a la bancarrota. La corrupción, cuya existencia es herencia de dos siglos de desgobierno, injerencia de poderes globales y falta de educación política en Latinoamérica, parece ser vista desde ángulos muy diferentes cuando se trata de políticas que afectan a los capitales e intereses tradicionales.
De una u otra forma, el mundo actual parece estar desconociendo las lecciones de la historia. Los representantes de la ortodoxia y el extremismo, ya sea de izquierda o derecha, utilizan discursos populistas excluyentes en vez de integradores, tratando de capitalizar en los errores de sus contrapartes políticas. Y de momento, la balanza se está inclinando en varias geografías hacia la derecha populista.

En los polos subdesarrollados del planeta, como es el caso de América Latina, es mucho más evidente el uso de los recursos financieros concentrados en oligopolios asociados al capital transnacionalizado. En la Europa más desarrollada, se evidencia mejor el chovinismo y la explotación del miedo a la colectivización de algunos sectores, sumado al abstencionismo o apatía de otros.

Nadie parece fijarse en los modelos de los países nórdicos, donde se ha intentado combinar una filosofía de redistribución más equitativa de la riqueza con la competencia de mercado y el desarrollo de la ciencia aplicada a ambos fines. Ese capitalismo social aplicado a una mayor escala podría ser la solución para otras naciones, pero ello sólo podría lograrse con mejores niveles de educación en su clase política y en los electores, algo que los escandinavos comprendieron hace ya  tiempo.

Al parecer durante el 2022 que pasó, la humanidad está lejos todavía de llegar a esa comprensión. Mientras tanto, la derecha acompañada por el constante discurso de los medios de comunicación masiva continúa alimentando la polarización y elevando muros cada vez más altos, con tal de hacer a esos modelos alternativos absolutamente invisibles.

Veremos cómo se desenvuelven estas fuerzas de poder durante el 2023 y qué nuevas estrategias adoptarán las democracias para poder sostenerse.








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