El silencio de los inmigrantes

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Boletín No 133, Toronto, 27 de Enero de 2023
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El silencio de los inmigrantes

Boletín Línea Uno 133 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
27 January 2023

por Alberto Juan Barrientos

Cuando se habla en términos sociopolíticos en el mundo occidental, tendemos a magnificar los logros de la civilidad y el desarrollo económico del que gozan las naciones más avanzadas. Así planteamos que el capitalismo ha evolucionado, adquiriendo un enfoque más social y menos explotador que el que mostraba en sus inicios. Los sistemas universales de salud y educación se presentan como baluartes de esta evolución, junto a las políticas de protección a sectores vulnerables y los proyectos sociales para el bienestar colectivo.

Sin embargo, aun cuando esta sea una parte de la realidad, hay en Canadá remanentes (ocultos a plena vista) de los orígenes brutales de ese capitalismo supuestamente superado.  Un secreto a voces que lacera el espíritu y esencia de esta nación, tomada por muchos como referente de sociedad avanzada y justa son los trabajadores agrícolas extranjeros temporales.


La Federación Canadiense de Agricultura, en su sitio web oficial, explica que este sector sufre de una falta crónica de fuerza laboral debido a varios factores. Uno de ellos es la migración progresiva y acelerada de la población rural hacia las ciudades. Otro es el ciclo de vida de algunos productos, lo cual genera la existencia de períodos estacionales en las cosechas o el cuidado de animales, imposibilitando la contratación permanente y prolongada de trabajadores agrícolas autóctonos. Por una u otra razón, la agricultura tiene el mayor déficit de mano de obra entre todas las industrias de Canadá.

La ley, por otro lado, establece que los empleadores canadienses deben contratar prioritariamente a trabajadores locales, o sea, ciudadanos y residentes permanentes en el país.  Y solo en caso de que la oferta de plazas supere a la demanda del mercado nacional, los negocios pueden acudir a suministradores externos, lo que se traduce en la contratación de migrantes temporales. De acuerdo con esa ley, los trabajadores extranjeros pueden ser contratados por los empleadores agrícolas canadienses por períodos de ocho meses, siempre y cuando ofrezcan un mínimo de 240 horas de trabajo en seis semanas. Y se les debe ofrecer el mismo salario que se ofrecería a un trabajador canadiense.

Al no contar el sector con mano de obra local, (lo que según la Federación se ha probado a través de las estadísticas de plazas publicitadas y no cubiertas), se establecieron programas para facilitar la captación de trabajadores extranjeros dispuestos a suplir el vacío productivo. Así surgieron el Programa para Trabajadores Agrícolas Estacionales
(SWAP por sus siglas en inglés) y el de Trabajadores Extranjeros Temporales (TWF). Con ellos, en teoría, la producción agrícola en Canadá se salvó del colapso.

En las últimas cuatro décadas, decenas de miles de extranjeros han viajado temporalmente a Canadá y han producido, con su sudor, los alimentos que comemos quienes vivimos permanentemente en el territorio. Se estima que más de 60 mil trabajadores temporales foráneos arriban cada año al país con ese objetivo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Cuánto han recibido a cambio y en qué condiciones han desarrollado su trabajo? Vamos a intentar responder este interrogante.

Para la consecución de lo que el gobierno federal consideraba como misión vital, estabilizar la producción agrícola nacional, se firmaron acuerdos bilaterales con varios países en desarrollo. Se necesitaba no solo la voluntad de Canadá de recibir a esos trabajadores extranjeros, sino la de sus gobiernos de potenciar el flujo de mano obra hacia el norte. Así se establecieron compromisos con México y otras once naciones de la región del Caribe.
Por muchos años, el proceso ha funcionado como una maquinaria engrasada y eficiente. Agencias de viaje receptoras, conglomerados de publicidad y promoción, transportistas y líneas aéreas, representaciones consulares y productores agrícolas, hacen funcionar este engranaje.

Es un mecanismo que comienza con hacer llegar la información a los candidatos, pasar por el proceso de reclutamiento y terminar con la recepción e inserción del trabajador migrante temporal en los centros de producción. Se trata de un proceso en el que el público canadiense, beneficiario final, apenas interactúa con el extranjero que lo hace funcionar. Salvo por el paso a través de nuestros aeropuertos, no hay integración ni contacto con estas personas. Y una vez alojados en los campamentos vinculados a la producción, estos individuos, hombres y mujeres, se convierten en una fuerza laboral pujante pero, por lo general, invisible.

Todas estas personas recolectan los alimentos que consumimos, pero no sabemos cómo lo hacen pues se ubican en zonas apartadas a las que no accedemos jamás. Y hasta ahora habíamos asumido, o querido asumir, que no había diferencia entre ellos y un trabajador canadiense, que recibía un pago y un trato justos por la labor realizada. Pero entonces, como en las tormentas perfectas resultantes de la acumulación de condiciones y errores humanos, la pandemia de COVID -19 destapó una caja de Pandora en el sector.

En el 2020, en medio del azote de la pandemia, tras la muerte de varios trabajadores migrantes en granjas de Ontario contagiados con la enfermedad y a pedido de los propios afectados, la Alianza de Trabajadores Migrantes para el Cambio realizó un estudio en el que se descubrió nueva información reveladora sobre el escarnio que sufren. La Alianza, compuesta por una red de organizaciones sociales, detectó que estos obreros agrícolas trabajaban durante semanas enteras sin un día libre, realizaban extensas jornadas de muchas horas al día y se les exigían metas exageradas. Asimismo, se descubrió que vivían en condiciones de hacinamiento, con acceso limitado a atención médica y servicios básicos, sufrían de alimentación inadecuada y se les estafaba con cargos excesivos por concepto de costos de alimentos.  

Investigaciones posteriores, realizadas por la citada organización, revelaron que se ha llegado al extremo de confiscar temporalmente los documentos de identidad a estos trabajadores, limitando su capacidad de movimiento y restringiéndolos a las granjas donde trabajan. También se han obtenido testimonios acerca de los términos contractuales leoninos e injustos que, contra la moral más elemental, se plasman en los acuerdos firmados por empleadores y empleados. Según los mismos, los migrantes se obligan a trabajar en condiciones meteorológicas de todo tipo, incluyendo frío o calor extremos.

Recientemente, a finales del 2022, una treintena de trabajadores temporales mexicanos escribieron una carta al presidente de su país pidiendo ayuda para revertir la situación. En la misiva, publicada por la prensa canadiense, expresaban: “…Durante más de medio siglo nuestro bienestar no se ha tomado en cuenta, los/as empleadores/as nos tratan como objetos desechables. Dormimos en literas con chinches, en casas llenas de ratas, compartiendo el baño con más de diez personas, ¡no tenemos privacidad!”. Adicionalmente, en su carta, estas personas pedían al primer ministro de Canadá les ayudara a obtener el estatus de residente permanente, con lo cual ganarían obviamente una serie de derechos y, en consecuencia, un mejor trato de parte de los empleadores.

La explotación de la mano de obra barata por parte de empresas mega productoras no es un fenómeno nuevo. Y mucho menos privativo de una geografía específica. Se conoce que, entre otras, esa es una de las razones por las que reconocidas trasnacionales se han mudado a China. En las fábricas construidas en dicha nación asiática, los costos se abaratan por concepto de salario, beneficios y protecciones al trabajador, todo lo cual es más costoso y regulado en los países de origen de la trasnacional.

Las condiciones de vida de los trabajadores chinos en esas industrias, por razones obvias, son mucho más precarias que las de sus iguales en Occidente. Y se quiera ver o no, este esquema es aplicado en el sector agrícola canadiense. Los niveles de salario, las condiciones de vida o trabajo, incluso los términos contractuales firmados por las partes diferirían por mucho si se tratase de un ciudadano local y no un migrante temporal.

Debe tenerse en cuenta, además, que en casos como el de los trabajadores mexicanos, la gran mayoría de los contratados no dominan el inglés. Y si se suma a ello la falta de acceso a información, a abogados o a mecanismos de protección legal, entendemos que el desamparo que sufren estas personas es total y absoluto.  

Por otro lado, se conoce que los involucrados en este esquema altamente rentable de explotación están interconectados. Así vemos que, entre los miembros del directorio de una agencia tramitadora de viajes dedicada a traer a los trabajadores extranjeros, la misma persona trabaja en la asociación agrícola y, simultáneamente, participa en la dirección de la revista donde se publicitan las plazas disponibles en las granjas. Se trata de un sistema muy bien organizado para perpetuar estas contrataciones que, en muchos casos, terminan siendo explotación laboral.

La Federación Canadiense de Agricultura, en sus plataformas oficiales, ha desmentido las denuncias de los trabajadores migrantes publicadas por la prensa nacional. Y aunque los medios hayan informado a la ciudadanía de las irregularidades mencionadas, el impacto de la noticia dista mucho de haber alcanzado el rango que le corresponde: el de una tragedia nacional.

Por otro lado, en los países emisores de esta fuerza de trabajo hay una reserva inagotable de candidatos. A pesar de todo, trabajar en condiciones de semi esclavitud en Canadá sigue siendo mejor que sufrir de desempleo y pobreza extrema en sus naciones. Por eso continúan viniendo, con sus manos callosas y sus voces apagadas, a trabajar y alimentar a una sociedad que, con su silencio, perpetúa el abuso.


Fuentes:






contribuye   pixotronmedia
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