Viñetas Número 73

Reflexiones, diálogo y comunidad
Línea Uno
Boletín No 73, Toronto, Deciembre 3 de 2021
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Viñetas Número 73

Boletín Línea Uno 73 Informativo y cultural - Consejo de Desarrollo Hispano / Hispanic Development Council - Toronto - Canada
2 December 2021

por Luis Carrillos

Continuando con las interrogantes de las consecuencias que la pandemia causa en las personas, en el número anterior les hablé del humor, el estado de ánimo, el temperamento y otros. En esta ocasión, visitaremos empíricamente y por observación presencial la pregunta: ¿la pandemia también ha agudizado en las personas los desórdenes mentales? (como, generalmente, les llaman los profesionales en salud mental).  

Las próximas tres historias que voy a relatar tuvieron lugar el jueves 25 de noviembre, cuando experimenté tres experiencias relativas al tema, lo mismo que algunos comportamientos de las tres personas con quien interactúe directa o indirectamente en tres horas, en cortos intervalos. Estas se dieron en cuestión de minutos, la una de la otra.

En el vecindario

“¿Cómo es que está lloviendo cuando yo te dije que iba a salir a caminar?,” me pregunta un vecino residente en mi edificio, cuando íbamos saliendo hacia la calle ese día de mañana lluviosa. A este hombre lo conozco. Lo veo que va hablando solo en su caminata matinal y sólo interrumpe su conversación consigo mismo para saludar a cuanta persona encuentra, ya sea que pase a su lado, o al otro lado de la calle. Los decibeles de sus “buenos días” varían de la distancia entre él y la otra persona. Él inicia su caminata cuando yo voy concluyendo la mía.   
“Ya voy a hablar con las nubes para que paren de llover y no te mojes,” le digo en tono amigable y de broma, pues así sonaba él en su mensaje. “Muchas gracias. No me gusta mojarme,” me dice en tono jovial. Yo seguí mi camino, sin embargo, él no había terminado con el intercambio.   
“Tengo veinte mil dólares y quiero darte cinco mil” me dijo. “Muchas gracias, le respondí y agregué: veámonos en mi banco la otra semana y me los traes para depositarlos”. “Ahí nos veremos,” dijo, ofreciéndome su puño derecho, en señal de saludo ´fist bump´ -choque de puños-, enfatizando sus palabras. Yo le correspondí, alargándole el mío reciprocando el gesto. Finalizó su intercambio con un movimiento amigable de manos, como un hasta luego y prosiguió enseguida su marcha en serio.

Segundo choque de puños

El segundo choque de puños sucedió un par de horas después de mi encuentro con mi amigo ‘adinerado.’ Estando yo en la plataforma de la estación principal del tren subterráneo y esperando el que me llevaría al lado este de la ciudad, cuando se dejó escuchar una voz alta y alterada acompañada de palabras no imprimibles de un hombre que puso en tensión a la mayoría de las personas que nos encontramos allí. Minutos más tarde lo vi aproximarse. El hombre que no parecía indigente, además de la voz alta y áspera, venía haciendo movimientos como si boxeaba ferozmente con un oponente invisible, a la Roberto ‘Manos de Piedra’ Duran en su primer encuentro ganador frente al afro estadounidense ‘Sugar’ Ray Leonard el 20 de junio de 1980 en Montreal.  Yo vi esa pelea en cirquito cerrado, en el estadio principal de hockey de Toronto, con mi amigo Scotty, a quién he mencionado en una de mis viñetas anteriores.  
El “espectáculo del boxeador solitario y bullicioso”, por llamarlo así, que -como digo antes-, alarmó a la mayoría de las personas, incluyéndome. En el acto, me moví a otro lugar de la plataforma donde había mucho más espacio y así quedar a salvo de cualquier intento peligroso por parte del individuo, y poner distancia de la orilla de la línea amarilla de precaución en el lugar que da hacia los rieles del tren.                               

Adonde yo me moví están las escaleras para subir el entrepiso hacia la salida de la estación y varias personas se acercaron a ese espacio, por si de repente había necesidad de escape, pues el hombre parecía muy peligroso. De pronto al llegar al espacio amplio donde yo estaba, él clavó sus ojos en mí y yo, sin inmutarme o moverme, también le vi a los ojos. Acto seguido, sin que pasaran un par de segundos, calculo yo, el hombre paró sus movimientos de lanzar puñetazos al aire, lo mismo que su voz alterada y rompió en una pacífica y amigable sonrisa hacia mí. Se me aproximó con el brazo derecho extendido, ofreciendo el puño como señal de saludo, acompañado del usual “¿whatsapp?” - ¿Cómo estás- en lenguaje coloquial?, “¿sapp?,” le respondí también con una sonrisa, extendiéndole mi brazo derecho con el puño tocando nudillos con nudillos. Después de este relámpago intercambio de saludos, que era mi segundo choque de nudillos de la mañana, mi instantáneo camarada prosiguió su camino en silencio y con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta.

Esa interacción entre el hombre, que era un afro canadiense de unos treinta años-, pude observar que provocó un suspiro de alivio entre las personas allí presentes. La reacción fue tal, que incluso una mujer y un hombre se encogieron de hombros y con expresiones corporales, de encogidas de hombros, de ponderación y con seños fruncidos me miraron como preguntándose: ¿qué acaba de suceder?  Yo también me preguntaba lo mismo. Sin embargo, puedo pensar que el hombre no presintió ni temor ni hostilidad de parte mía hacia él, sino que yo era otro semejante más en su mundo de condición mental que como él, requería su espacio y respeto. Yo nunca sentí peligro inminente en la interacción.  

 
Tren o avión

Unos minutos después de mi encuentro con mi amigo instantáneo, ya dentro del tren y unas estaciones más adelante, se escuchó una voz de un hombre que decía en inglés desde un extremo del carro donde yo iba: “atención, atención, mantenerse en sus asientos y ajustarse los cinturones que estamos pasando por una turbulencia.” Muchos de nosotros pasajeros, interrumpimos lo que hacíamos. Yo, por lo menos, iba absorto leyendo mi libro Ensueños de Hermann Hesse. Una señora leía la novela The Hand Maid's Tale -El cuento de la criada-. Ambos inmediatamente interrumpimos la lectura y otras gentes, levantando sus vistas de sus celulares, dirigimos las miradas hacia el final del carro donde está la puerta que conecta con el carro de atrás. Allí se veía la silueta, pero, por lo medio oscuro del lugar, no se podían distinguir las facciones físicas. La cosa es que, lo último que esperábamos era una interrupción tan extraña como esa. En la precisa estación que íbamos a llegar, a menudo se escuchan mensajes del conductor anunciando: “atención, atención, queremos informarles que nos detendremos unos minutos para cambiar de personal.” Esto era algo inusual.

De pronto el hombre, un joven caucásico de unos veinticinco años pasó caminando por el pasillo, como lo hacen personas que atienden en los aviones. Él iba viendo como si verificara que teníamos los cinturones ajustados y abrochados, haciendo movimientos de asentimiento con la cabeza. El episodio termina cuando yo me paré, preparándome para bajarme del tren. Ya iba llegando a la estación de mi destino.  

“Señor, señor… por favor manténgase sentado con su cinturón ajustado hasta que hallamos aterrizado,” me gritó el joven desde la parte trasera del carro donde él se encontraba “orientando” a los pasajeros. A mí me causó mucha gracia y sólo me puse a sonreír sobre el asunto en mis adentros. Pero sí, debo admitir que no dejé de pensar que el muchacho pudiera venir hacia mí y llamarme la atención. Felizmente, la puerta se abrió y abandoné el tren rápidamente, pues el bus que tomaría ya estaba en la estación.  

Vacuna número 3

Esta segunda sección de mis viñetas número 73 la quiero clasificar dentro de la práctica habitual de mi autocuidado, además de mi consideración hacia mis semejantes. Este es el mensaje que llegó a mi celular, media hora más tarde después de que había hecho mi reservación para obtener la vacuna número tres.

¡Hola Luis Alberto! (Ese es el nombre que me pusieron mi mamá y mi papá), le contesté mentalmente al mensaje. Su cita para su vacuna (Dosis 3 – Pfizer) contra el COVID-19 ha sido reservada con la farmacia IDA Nor Arm para el 22 de diciembre a las 10:30 AM en el 1280 Finch Avenue West, Toronto, ON…     

1. Cuando usted llegue a su cita por favor haga saber en la farmacia que usted ha llegado, o siga las instrucciones del establecimiento.

2. Asegúrese de traer su tarjeta de salud, traiga ropa holgada, y use mascarilla.
   
La idea y decisión de ponerme la dosis número tres responde a las recomendaciones que las autoridades de salud vienen haciendo desde hace varios meses: quienes pueden darse el “third jab” -tercer pinchazo-.  El colega Fernando Rouaux, en su artículo ¿tengo que darme una tercera dosis? nos informa que “…todas aquellas personas mayores de 70 años y que trabajan en el sistema de salud, entre otras… pueden darse el refuerzo.” Leer más aquí.

En mi opinión, yo diría que debemos hacerlo, especialmente quienes trabajamos con personas en la comunidad. En mi caso, la decisión tiene varios motivos: soy mayor de setenta años, trabajo en consejería de apoyo en forma presencial y viajo en el sistema público de transporte, donde el distanciamiento de los dos metros es difícil. Por último, es importante para mí ser parte de la protección de mis semejantes. Y si con darme ese tercer pinchacito lo hago, bienvenido el dolor de brazo. Amigas y amigos, muchas gracias otra vez por su atención.  Nos comunicamos la próxima semana.







contribuye   pixotronmedia
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