Línea Uno CDH

Covid-19 Info

Consejo de Desarrollo Hispano.
Boletín 19. Agosto 13, 2020

Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios

por Rodrigo Briones

La escena pertenece a una película italiana de mediados de los años setenta; un nutrido grupo de trabajadores rurales está reunido en un granero, haciendo un alto en la mitad de la jornada de labores agrícolas, se disponen a comer. El hombre más viejo de grupo mira hacia el campo, por el amplio espacio que se abre en el fondo de la antigua construcción de madera, donde conviven animales, fardos de alimento para esos animales y gente, mujeres jóvenes y viejas, niños, hombre de toda edad. Todos miran la torta de harina de maíz cocida en el medio de la mesa y alternativamente al viejo que sigue oteando el horizonte. Nadie dice nada hasta que alguien sugiere empezar a comer. El viejo, con autoridad, pide silencio ante el creciente rumor por la repetida rutina de esperar a que todos estén en la mesa para empezar a comer.

 

El sentido de comunidad que destila esta imagen de película ha quedado impregnado en mi memoria, que seguramente destiñe y distorsiona, pero el valor de lo comunitario por encima de lo individual prevalece como valor. Como valor que se ha perdido.

 

En algún momento de la historia dejamos de lado el soporte familiar y comunitario y lo trocamos por la seguridad social que nos promete el Estado. Bueno, acá le dicen “government”. Entonces maliciosamente se empieza a diluir la responsabilidad en los administradores de la cosa pública, la clase política. Cuando en realidad el Estado somos todos. Pero eso es otra historia.

 

Nosotros, como sociedad toda, nos fuimos alejando de esas prácticas de contención social, donde los que pueden trabajar proveen a los que se quedan cuidando a los mas débiles, a los vulnerables, a los que no se pueden bastar por si mismos. En algún momento nos fuimos, dejamos ese modelo con la promesa que el Estado se haría cargo de cuidar a los mas débiles, a los vulnerables. ¿Lo hicimos por comodidad? ¿Por economía de esfuerzos?

 

Así nació el Estado de Bienestar, bueno, no fue cosa de generación espontánea, ni concesión graciosa. Hay una constante en la historia de la humanidad en la que la construcción de la riqueza se hace sobre la mano de obra esclava, mal paga y sin derechos. Y esto es así aun hoy.

ver “Los trabajadores temporales. Ley o Justicia” nota escrita por Duberlis Ramos en Línea Uno numero 18.

http://www.hispanic-council.ca/covid19/bol18/art_01/bol18_art_01.html

 

Al presente hemos desmantelado el sistema de protección familiar comunitario y hemos seguido la promesa incumplida que el Estado se haría cargo.

 

En Estados Unidos de Norteamérica se estima que 47% de hombres de 65 años o más necesitarán cuidados a largo plazo durante su vida. Mientras que en las mujeres la cifra es 58 %
https://www.morningstar.com/articles/957487/must-know-statistics-about-long-term-care-2019-edition

 

Según las estadísticas de 2018, el 17,9 por ciento de los quebequenses mayores de 75 años vivían en hogares de ancianos y residencias para personas mayores en comparación con solo el 5,5 por ciento en Ontario.

 

https://ipolitics.ca/2020/04/03/time-to-re-think-seniors-housing-and-long-term-care-in-canada/#:~:text=According%20to%20the%20statistics%20for,5.5%20per%20cent%20in%20Ontario.

 

De los casi 5 millones de adultos mayores de 65 años o más en Canadá, el 7,1% vive en centros de atención: hogares de ancianos, hospitales de cuidados crónicos o de cuidados a largo plazo (4,5%) o residencias para personas mayores (2,6%).

 

https://bcmj.org/news/statistics-canada-almost-5-seniors-long-term-care

 

El menú de opciones estadísticos es amplio, nos posibilita diversas miradas, pero la conclusión es una, en la lotería de la vida habrá un porcentaje significativo que necesitará de la atención de otros. Y el número premiado puede ser el suyo.

 

En el inicio de la pandemia el coronavirus golpeó fuertemente a los hogares de cuidado a largo plazo otorgando a Canadá el triste record de estar primero en la lista de porcentaje de adultos mayores muertos por Covid19, una cifra que esta en el 81 % del total. Ver la nota de Alejandro Morales en esta misma edición: “Una horrible herencia pre pandémica”.   

 

Ahora empezamos a escuchar llantos de políticos, alaridos de activistas y declamaciones de funcionarios. Y muchos de nosotros miramos al Estado pidiéndole que cumpla con su promesa – nunca escrita pero muy bien insinuada – de cuidar de quien más lo necesita.

 

Queremos que el Estado tome el rol que debe, esto es atender a los vulnerables. Pero sería muy inocente de nuestra parte pensar que esa es la solución. Es solo una parte. La otra es la reconstrucción del tejido social que contenga a todos, incluidos los más desfavorecidos.

 

De poco servirá tener camas en una institución pública si no son atendido los internos con la compasión necesaria. Y a poco de empezar nos veríamos desbordados por una avalancha de nuevos casos que atender y sin el personal que pueda hacerlo. Y aun logrado el objetivo de tener capacidad de recepción, personal suficiente y entrenado, el costo de esta atención estaría fuera de todo presupuesto. Al menos dentro del actual esquema de recaudación y filosofía de eficiencia, presupuesto por resultado y déficit cero.

 

Cada uno de nosotros debe asumir la cuota que le compete en la atención de quien lo necesita. Hay que empezar a entender qué es lo que esto significa, cómo se hace, tomar las precauciones arquitectónicas y afectivas de espacio en el hogar, de tiempo en la vida cotidiana, entrenamiento necesario y no menos importante la capacitación de cada uno. 

Por supuesto que habrá un punto en que la ayuda de especialistas en el cuidado del necesitado se hará necesaria e imprescindible, no pretendamos que todos seamos gerontólogos. Pero la contracara de esto la vemos cuando el adulto mayor llega a la edad de jubilación y en la familia ya empiezan a sugerir que seria bueno que se vaya eligiendo un hogar de retiro. Es decir, cuanto menos sepa yo de tu vida, mejor.

 

Porque aquí hay un elefante rosado en la sala de estar de nuestra casa, ¿cuántos de nosotros no tenemos las cuentas saldadas con nuestros mayores? Cuántas veces postergamos la charla necesaria, con quienes nos criaron, con los criterios que tenían a mano, mientras que nosotros los juzgamos con la tabla de valores de hoy.

 

En este guisado de la vida en familia se cuecen distintos ingredientes, algunos requieren mas cocción, algunos hay que dejarlos en remojo, otros se ponen a último momento. Cada cual requiere su atención y su tiempo. Y este ideal de receta no es la práctica cotidiana. Acá se van metiendo en la olla a medida que aparecen y se sacan antes de tiempo, o cuando ya están muy pasados.  Es evidente que hay que hacer ajustes cada tanto, hay que ir probando, tomar una muestra. Y como en la vida familiar no hay un cocinero, sino que hay tantos como ingredientes lleve la receta, el problema es exponencial.

 

El ingrediente catalizador que lo acomoda es el diálogo, que obliga a la presencia de todos y la participación en la construcción de un presente digno para ser vivido por quienes más lo necesitan y así todos tendremos un futuro mejor. Esto vale tanto para el ámbito familiar como para el comunitario.

 

La capacidad de atención de los más vulnerados es lo que no se puede delegar, no hay Estado que sea capaz de atender ni entender las necesidades de cada uno. No es posible por el número creciente, por el costo implícito y porque falta el componente de compasión.